Julián Herbert en un ejercicio totalmente innovador -y quizá también anti academicista- rompe los convencionalismos de los géneros. En su nueva entrega cruza distintos formatos, entendiendo que la literatura debe ser rota, fragmentada y después mezclada para volverse a (re) generar.
El epígrafe con el cual comienza el texto es una canción de Él mató a un policía motorizado. El «Ahora imagino» del grupo argentino dialoga con cada uno de los textos que lo siguen, pues ronda la idea de recrear posibles mundos (íntimos) en los que las traiciones, las borracheras en los bosques y las felicidades lejanas se reproducen como ficciones sobre más ficciones.
La portada del texto es una buena muestra de lo que se nos viene. Botellas de whisky, elefantes, fotos de futbolistas alemanes y adolescentes tirándose piqueros desde un cerro. ¿De qué forma se relacionan estos elementos? ¿Cuál es el diálogo entre todas estas partes?
Quizás no existe diálogo alguno, o quizás sí, la verdad es que no lo sé, lo importante es que Herbert durante todo el texto gambetea al lector con una popera elegancia narrativa. Nunca sabremos hacia dónde nos llevará su escritura, su prosa es un autito chocador que no tiene límites ni frenos. Construye sus relatos como un collage que pasea por Apacapulco, Wisin y Yandel, Talca, la colonia Zapata, John Wayne, Raúl Zurita, Luis Miguel y Byung-Chul Han. Cada relato en sí es un cúmulo de relatos. Es una ventana a otras prosas, pues cada párrafo podría resultar el comienzo o el final de un escrito mayor.
Ahora imagino cosas es un texto híbrido. A su vez funciona como novela, diario, crónica y ensayo. En los ocho relatos -que tampoco podríamos definir como tales- Herbert pasa de situaciones íntimas -los secretos de las puertas cerradas- hasta lo que nos atañe a todos, ese lugar público en donde existe un todo en el cual vernos -y sentirnos, quizá- identificados.