Por Magdalena Vigneaux A.
Hoy rescatar y reconocer a mujeres que han hecho un aporte significativo en los distintos campos del conocimiento y la cultura es una operación que está marcando tendencia. Ejemplo de ello son publicaciones como Mujeres Bacanas (2017), Mujeres Bacanas Latinas (2019) -doblemente oprimidas: por mujeres y por latinas- o Chilenas (2017), de María José Cumplido. Para un público infantil, destacan Pioneras (2019), de Espido Freire, y los varios títulos publicados por Alba Editorial sobre mujeres de diferentes ámbitos que han tenido un gran impacto en la historia contemporánea, desde la científica Marie Curie hasta la modista Coco Chanel, pasando por por la pintora Frida Kahlo y la educadora María Montessori, entre otras importantes mujeres.
En este breve texto, que se suma a los esfuerzos antes descritos, me gustaría rescatar la figura de Gertrudis Silva Jiménez, más conocida por el seudónimo de María Carolina Geel, quien se adelantó setenta años al ejercicio hoy en boga de reconocer y revalorizar el trabajo de nuestras congéneres. En efecto, en 1949, esta autora publica el ensayo Siete escritoras chilenas, en que revisa la obra de, tal como lo indica su título, siete escritoras nacionales: Gabriela Mistral, María Luisa Bombal, Marta Brunet, Amanda Labarca, María Monvel, Chela Reyes y Luz de Viana. Este ensayo, como la misma Geel indica, viene a llenar el vacío que representa la falta de un volumen que reúna los nombres y destaque las obras de las mujeres, cuya labor literaria «es de incontrovertible valor y trascendencia».
A pesar del valioso aporte a la crítica literaria que representa Siete escritoras chilenas, en el prólogo, Geel dice que se trata solo de un reconocimiento y no de una tarea crítica, probablemente como una manera de no entrar en disputa -o incluso disculparse- por inmiscuirse un terreno predominantemente masculino. El ensayo, a su vez, tiene un valor literario en sí mismo, pues en él la autora plasma sus propias lecturas e impresiones de las escritoras que reúne.
Algunos años más tarde, en 1955, María Carolina Geel protagoniza el famoso «Crimen del Crillón». Desde prisión, escribe la novela Cárcel de mujeres (1956), supuestamente motivada por una petición de Alone, quien se convierte en una suerte de protector o defensor de la escritora y la ayuda a resituarse en el panorama literario chileno. Si en Siete escritoras chilenas Geel recuperaba al grupo aristocrático de las escritoras, aquí retrata a aquellas mujeres que se encuentran en los márgenes de la sociedad. Esta novela da a conocer el entonces desconocido mundo carcelario femenino.
En Cárcel de mujeres, además de la violencia y las relaciones jerárquicas dentro de la cárcel, se muestran las relaciones amorosas y sexuales de y entre las mujeres presas. Al narrar, Geel toma distancia no solo de las otras reas, sino también de su propio crimen, al que nunca se refiere con el nombre de asesinato. En este sentido, la novela abre la reflexión de hasta qué punto somos dueños de nuestros propios actos.
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*Magdalena Vigneaux Ariztía es Licenciada en Letras Hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Ha realizado ayudantías en varias oportunidades, entre las que destacan la de la cátedra de Lengua Latina y su participación en el Programa de Lectura y Escritura Académicas de la Pontificia Universidad Católica. Ha participado en proyectos Fondecyt y Fondart centrados en estudios literarios. Sus intereses se dirigen a la documentación literaria, la edición de textos y la filología española.
Es difícil entender que a una mujer que asesinó a sangre fría a su supuesto amante, se le trate de ensalzar endiosar por su calidad de mujer y escritora, dejando de lado su condición de criminal. No opino de la calidad de sus escritos pero me parece que es de justicia ponderar tanto su profesión de escritora como su calidad de asesina: mató a sangre fría, descaradamente en público y con alevosía (5 tiros a la cara) a un hombre joven (cerca de los 30 años), destrozando para siempre la vida de una madre, un hijo y cuatro hermanos. Tres o cuatro meses de encierro en la cárcel parece ser un castigo casi cómico para tanta maldad.