Entrevistamos al escritor nacional Aldo Berríos quién nos contó sobre su último libro llamado El oráculo de la fortuna. Vimos los rasgos psicológicos del protagonista, la importancia de los recuerdos, el silencio y sobre todo el rol del amor en este libro. Te invitamos a leer la entrevista a Aldo.
—¿Qué fue lo que te llamó la atención para crear esta historia?
—El secreto, ese recuerdo que habita otro recuerdo. Ese niño que todos llevamos dentro. Pasa con las muñecas matrioskas, pasa con las galletas de la fortuna, eso de escribir desde la mirada de otro y compartir un mensaje que se niega a caer en el olvido. Me gusta esa intensidad que cobran nuestras vidas en la memoria y cómo nos vamos convirtiendo en seres irreconocibles.
—¿Cómo abordas el lado psicológico de Alberto, el protagonista?
—Alberto tiene una herida profunda, está lisiado por dentro y por fuera. Está en una silla de ruedas y se rehúsa a buscar la felicidad. Su personalidad parece dividida, porque mientras su mente juega a buscarle sentido y profundidad a todo lo que le pasa, su vida consiste en una serie de hechos tragicómicos. Pero él no quiere aceptar ese rol de bufón que le ha impuesto la vida, constantemente busca volver al dramatismo, se niega a escribir su historia familiar con veracidad. En ese sentido, su evolución va desde narrar los vaivenes del árbol genealógico, hasta comprender que con una rama basta para comprender todo lo demás.
—¿Por qué la desesperación, el silencio y los recuerdos forman parte de un rol importante en tu novela?
—Porque en un silencio hay mucha belleza. Siento que se nos ha venido oxidando esa faceta que ayuda a reflexionar sobre nuestros actos, lo que somos y lo que podríamos llegar a ser si no buscáramos siempre la aprobación del resto. Hoy vomitamos todo lo que sentimos sin procesarlo mínimamente. En ese sentido, la literatura toma distancia de las redes sociales y nos echa una mano para desarrollar algo más íntimo.
Tomemos como ejemplo esta misma novela, que es un gesto. Es como el oleaje frente a la playa: te mueve de un estado a otro y al final te ofrece el convenio de un personaje, una decisión que puede o no hacerlo cambiar. Y en este teatro de raccontos y fantasmas personales también hay una luz que se asoma al fondo, una luz que provoca un efecto cuando alguien se arma de valor para rearmarse en medio de una tormenta.
—En este libro, ¿qué significa el amor?
—El amor es esperanza y fatalidad, ha desencadenado guerras. Acá se nos enseña primero el amor juvenil, ese amor idealizado y que no siempre fue tan bueno como creíamos. Luego está el amor de una hija hacia su madre, jugando con esa idea de que los progenitores no se pueden equivocar. Finalmente, tenemos un amor más ligado al arquetipo y el mito, ese amor que se ha transformado en materia de estudio e inspiración literaria: la sustancia artística, el éter que es fuerza motriz, belleza y seducción al servicio de almas tan frágiles como las nuestras. Todo aquello que nos parece posible, pero a la vez demasiado remoto, y que nos promete un camino que antes no veíamos, que no existía.
—¿Cuál es la conexión entre la muerte y Alberto?
—A Alberto lo rodea la muerte. Se siente ligado a ella, pero la muy desgraciada no se lo quiere llevar. Hay una relación de amor y odio con la idea de dejar este mundo, con todo lo que eso representa: ponerle una frontera al dolor y asumir nuestra fugacidad. Encontrar paz en aquella idea, porque al menos está la posibilidad de convertirse en la última herida familiar.
—¿Qué tiene de especial la amistad entre Helena (con H) y Alberto?
—Que ambos dibujan apenas la figura de una persona, ambos intentan reconstruir al ser amado con los fragmentos que tienen de ella. Son cómplices. Alberto ayuda a Helena con hache a dejar una jaula hecha de miedos, mientras que ella lo ayuda a aceptarse tal como es, con todas sus virtudes y defectos.
—¿Qué rol juega la poesía dentro de El Oráculo de la Fortuna?
—La estética, tono y ritmo de este libro se presta para eso. Todo libro tiene alguna frase que se siente propia (como lector), y en este caso creo que se trata de la musicalidad de la prosa. Los recursos literarios están puestos en función de esa melodía, se mueven entre el formato narrativo y poético, articulando esa agitación tan subjetiva de un individuo intentando salvarse, entenderse. Acá hay una exploración del lenguaje que va elaborando su propia métrica: en este caso, la lírica del espíritu humano como ese conjunto de voces que son nuestros pensamientos y culpas.