En Revista Lector conversamos con Álvaro Campos, autor chileno que escribió un diario literario en su celular. Entre Pudahuel y Tolstoi, compartimos la entrevista:
—Por qué optaste por camuflar tu identidad? ¿Qué hay detrás de este gesto?
—En realidad no la camuflo, uso mi nombre real que coincide con el heterónimo de Pessoa. Además normalmente ser escritor no pone en riesgo tu anonimato.
—Thomas Pynchon es uno de los grandes exponentes de los escritores que no muestran su identidad. ¿Qué relación mantienes con su literatura?
—Lo he leído en vertical, su mito me parece folclórico y sus fans son como los jugadores de cartas Magic. Soy de escritores menos míticos. Padres de familia, provincianos, gente que no reniega de ser común y corriente aunque no puedan lograrlo. Hoy, por ejemplo, estoy leyendo a un tipo llamado Chris Offutt. Me ha volado la cabeza.
—En una de las tantas entradas del Diario, sostienes que existe una diferencia fundamental entre los que huyeron y los que murieron. Ejemplificas con Primo Levi y expones las concepciones de huida que tienen japoneses y soviéticos. En forma posterior, llevas esta dialéctica a la historia del Chile contemporáneo. Podrías reflexionar más sobre esta idea, ¿crees que existen grandes diferencias entre los que se exiliaron y los que se quedaron?
—En realidad en occidente hay todo un imaginario de la fuga, en el arte, el cine. Los comparé con los soviéticos donde fugarse no les daba la garantía de sobrevivir. Para el stalinismo un sobreviviente era un potencial delator. En Chile más que la diferencia entre los que se exiliaron y los que se quedaron, existe la diferencia entre la geografía donde van a parar los exiliados. Muchas veces los que se exiliaron en Europa del Este, por las características políticas de estos lugares, volvieron liberales.
—Me parece que el libro es un diario literario, pero no personal. Hay muy poca vida cotidianidad y mucha intertextualidad. ¿Por qué decidiste construirlo de esta forma?
—Sigue un poco el patrón de Montaigne. Mostrar que lo que le pasaba a Séneca no era distinto a lo que le puede pasar a cualquier vecino actual.
—¿Qué relación mantienes con las lecturas de diarios? En el libro mencionas los de Gombrowicz, Kafka, Tolstoi, entre otros.
—Normalmente me inclino a leer más diarios que ficción tradicional. He llegado a creer que al final más que la literatura me gusta el cahuín.
—¿Qué opinión te merece la literatura chile del siglo XXI? Hablas muy poco sobre ella. Tus referencias son de textos canónicos.
—De la clásica hay muy buenos autores. Creo que Claudio Bertoni fue el que dio un giro en la escritura confesional. Después de su irrupción, cada vez hay más gente que escribe como él. En todos los demás escritores, incluyendo a Bolaño, notamos un ansia de parnaso. A Bertoni todo le importa lo mismo, esa disposición de místico mezclada con un cínico observador callejero lo hace muy atractivo.