Sencilla y con una voz fuerte, empoderada ante las letras llega Andrea Calvo con Lavardos, un libro intenso y como ella bien dice, de cinco años de duración donde fue gestando su obra. En esta entrevista conversamos con ella y nos contó más sobre cómo fue escribir el libro, el género negro, entre otras cosas. Te invitamos a leer la entrevista.
—Cuéntanos de ti
—Tengo 41 años y soy mamá de un chiquillo maravilloso de siete. Melómana orgullosa, devoradora de libros y asidua al karaoke. Soy terapeuta floral y de otras disciplinas en el ámbito de la medicina complementaria; además de mi consulta, me desempeño como tallerista, trabajando con diversos grupos y comunidades.
En cuanto a la escritura, volví a tomar un lápiz hace cinco años cuando ingresé a los Talleres Ergo Sum, dirigidos por Pía Barros. Fueron muchos los años de silencio y desde ese primer jueves de marzo del 2018 no he parado de escribir.
—¿Siempre has escrito en género negro? ¿Has incursionado en otros géneros?
—Decir que solo escribo negro, tomando en cuenta la definición clásica del mismo, sería ponerme una etiqueta tacaña, reduccionista.
Hablar de género negro es hablar de realismo social (no lo digo yo, fue Luis Sepúlveda) y desde mi concepción de lo que quiero y deseo contar, no me reduzco al crimen per se; el amor, los vínculos, las infancias, la violencia, la soledad, por dar algunos ejemplos, son los temas que marcan mi escritura, al tratarse de elementos arquetípicos de la condición humana.
—¿Cómo fue escribir Larvados?
—Fue un proceso intenso, profundo. Por cinco años fui tejiendo una serie de elementos que dialogaban entre sí: la violencia desde las esferas íntimas a la normalización de hechos abominables por parte de la sociedad; las infancias amordazadas, los traumas imbricados, las cargas y deudas emocionales acumuladas que detonan abruptamente, entre otros.
El momento de elegir qué relatos iban a conformar Larvados fue crítico y en tal ejercicio, agradezco a Pía Barros por sus brillantes consejos en la edición y ojo clínico para detectar qué textos iban a causar más roncha; cuáles estaban destinados a colisionar en la mente de las y los lectores; apelando a la urgencia de hacer un reconocimiento y detartraje de aquello que nos va consumiendo, casi sin saberlo. De ahí también, el título del libro.
—¿Qué es lo más importante, para ti, a la hora de escribir?
—Creer en la historia que estoy contando y ser fiel a lo que deseo narrar, así me lluevan las críticas por las temáticas que abordo y el lenguaje que utilizo. En el caso de las mujeres, somos bastantes las que habitamos y prevalecemos fuera de los márgenes clásicos, y aquí, voy a parafrasear a la escritora Julia Guzmán, quien dijo que para algunos la prosa del género negro no es tan artística como la verdadera literatura y es que cuando escribimos desde esta esquina, el riesgo de ser invisibilizadas es altísimo. Por mi parte, lo asumo y es que mi escritura es a mansalva: es en esta vereda donde encuentro cobijo y trinchera; donde mis letras tienen sentido.
—¿Qué sentimientos abarcaron a la hora de escribir estos cuentos?
—Todos los que son urgentes de ver, abrazar y purgar por cualquier ser humano, independiente de sus circunstancias: rabia, miedo, impotencia, tristeza, dolor, venganza, envidia, culpa, asco, tedio y podría seguir. Quienes me han leído, saben que me gusta ir profundo a bucear; ir a buscar belleza por más horrible que parezca el paisaje y abominables las criaturas que en él habitan en esas latitudes negadas, contenidas.
—¿Cómo fue el proceso creativo del libro?
—Un viaje a esa fosa abisal de la que te hablé antes, con la suerte de ir acompañada de mujeres maravillosas: Lorena Díaz Meza, gran escritora y editora, fue la que me convenció de presentar el proyecto al FONDART (en la línea de Fomento a la Industria para la publicación de libro único); la maestra Pía Barros, quien me sacó del lugar seguro y cuidado de los talleres y creyó en este libro, y mi madre, Margarita, cuyo apoyo incondicional me permite desarrollar este oficio, fueron factores decisivos para el trabajo que vino después.
La trastienda de pasar por todos los procesos que supone parir una criatura literaria lo vivencié como un nuevo embarazo; ya había publicado mi primer libro de microficción, (Medular) con Ediciones Sherezade el 2019 y ahora el segundo, con Editorial Asterión. Dicen que no existe gestación igual a otra y lo confirmo. Hay tanto que aprender, escuchar, acoger, recibir en cada una de estas experiencias, que solo queda agradecer.
—¿Cuál es el mensaje que quisiste dejar con Larvados?
—Larvados es la suma de las violencias, memorias, contrastes y represiones que nos empeñamos en esconder, disfrazar, travestir cuando realmente es imposible seguir en la pantomima de que todo está bien no sin antes enfermarse, caminar tomándole una mano a la locura o sintiendo a la muerte soplándonos en la oreja. Todas y todos tenemos bichos internos que nos hacen sangrar, nos infestan e intoxican. Mirarlos y acogerlos puede ser el principio de una redención personal; llorar sus síntomas y darle cabida al dolor, un ejercicio urgente como colectivo: dejar que las larvas salgan, hagan su pega y se vayan; liberándose y con ello, a quienes las y los hospedamos.
—Si pudieras elegir dos relatos que más te gustaron, ¿cuáles serían?
—Para ser justa, voy a elegir a «Los yuyos de María», que ha tenido una acogida brutal entre las y los lectores. En lo personal, «Ni siquiera la luz» es un texto cuyo punto final me sigue pegando un balazo a boca de jarro.
—¿Dónde podemos encontrar tu libro?
—En las principales librerías del país, en Buscalibre, en las ferias a las que vamos con la editorial y la versión Ebook está disponible en Patagonia Books.
