Antonio Díaz Oliva es uno de los grandes escritores chilenos de los últimos tiempos. Con una prosa ágil y sencilla -alejada de la pomposidad de las formas actuales- construye cuentos delicados y distópicos en los que sus protagonistas parecieran querer estar siempre en otra parte.
Apostando por relatos con títulos largos (A pocas cuadras del Parque Forestal la señora Gonçalves graba vidas ajenas; Un mundo de cosas violentas y rígidos encuentros entre maniquíes y seres vivientes), Díaz Oliva continúa el trabajo realizado en La experiencia formativa -en la contraportada los libros son presentados como continuaciones espirituales-, desarrollándose realidades alteradas en donde la normalidad se presenta bajo distintas dimensiones.
Los cuentos poseen dos ejes literarios que no dejan nunca de complementarse, por un lado tienen un ingenio que burla las intuiciones narrativas del lector (nada es predecible), por otro lado, presentan una escritura decisiva que los aborda de forma definitiva. Los relatos funcionan como ecuaciones perfectas en los que no sobra absolutamente nada, hay un cuidado -más allá de lo interminable que siempre trae consigo todo delirio- por cerrarlos cuando hay que hacerlo (retirarse narrativamente a tiempo), no construyéndose entes inabarcables que terminan escapando de su centro.
En el primer relato, una viuda que vive con la sensación de nunca haber conocido a su marido recientemente fallecido, decide poner una cámara en el balcón de su departamento y espiar a sus vecinos. Mediante un ejercicio similar al que realiza John Cheever en uno de sus cuentos (en el cual una radio trasmite las conversaciones privadas de una comunidad sumergida en el fracaso del sueño americano), la anciana observa vidas rutinarias y vacías en que las felicidades parecieran estar congeladas.
Los conejos-humanos que aparecen en la portada del libro, son los protagonistas del segundo cuento. Obsesionados con un documental que da cuenta del camino para llegar a un enigmático tesoro, deciden viajar en su búsqueda. Entre comunidades seudo hippies que se esconden bajo los dogmas del lenguaje inclusivo e hilarantes acusaciones de abajismo-arribismo, tenemos un texto macizo que nunca deja de golpear al lector.
En el tercer relato, una mujer que convierte a las personas en miniaturas cuando están cerca de la muerte (algo así como una artista del empequeñecimiento) viaja hasta una ciudad indeterminada con el fin de recuperar parte de su juventud.
En el último cuento, el mundo está siendo gobernado por maniquíes sádicos y violentos que persiguen cualquier intento de rebelión humana. Apostados en una isla, los insurgentes preparan el regreso.
Tal como mencionamos anteriormente, los relatos de ADO los podríamos encasillar dentro de las ramas de lo delirante. Hay un interés por ir más allá de las fronteras de lo real, retratando mundos en los que se interviene lo concreto del día a día y se le asignan espacios perturbados (cangrejos que toman decisiones, políticos convertidos en vagabundos, cajeros de peajes alienados), que se reproducen y solidifican bajo los códigos del humor.
En el proyecto literario de ADO se huye del ombliguismo de la literatura del yo, y se posiciona un contexto -altamente tecnológico y visual- por sobre la centralidad del sujeto, levantando atmósferas que invitan a seguir problematizando el inagotable mundo de la escritura.