Los cerros nos reguardaron de la inconsciencia
Yo quiero devorar la estrella que se descuelga en esa montaña
sabe al silencio que desgarra el viento
es espejo que arde el fuego en nuestro rostro
Me imagino en el desierto
en la cordillera americana
en la cuna, qué cuna, hombre de mar
Los árboles a pie de ese cerro como anclas
sujetan la sangre de aves que cantan
que ya no soy hijo
ni tuve dos muertes
ni mi madre estalló su parto, naciendo el espejo
pero que soy pájaro y cantan mis alas
Es así como escalo hasta el techo de mi casa en Niebla de Chile
para desprender mi sombra al mar que escucho
que descubrí su canto también desde las alturas:
el canto del silencio, en el desierto
en la cordillera americana
en la cuna, qué cuna, pájaro
(De Memoria de pájaro, 2019)
En las puertas del cráneo
Las campanas ladran en el jardín
y la primavera canta esa nueva canción de los recién nacidos
Las antenas las cuales me aprisionan
desde que yo, Pájaro, seré arrojado a ese micro mundo
lanzando versos y plumas sobre una hoja
abrí las puertas del cráneo:
miré mi cuerpo
miré la jaula
miré el cerebro que envejecía
miré los tatuajes de la muerte
miré a contraluz el fondo de la jaula
mis plumas se sacudían como serpientes
algunas caían quemándose
como cuando el invierno se alimenta
del paracaídas de los recién nacidos
miré el fondo que se fundía
miré otro yo que no saltaría
miré ese yo que si saltaría
Los astronautas establecen habitable este cerebro
Los cerros aúllan
La lluvia no cesa
Las voces de los pájaros van de piedra en piedra
Miré
miré finalmente
miré como retrocedía el tiempo
miré sus ojos
–saltemos juntos– presentí que me decía
miré su boca cuando de un grito hizo aparecer mi lengua
miré su lengua cuando de un lamido mi plumaje reventó
como capullos sin raza
miré su miedo
–toma, Pájaro, este último invento: la palabra.
(De Memoria de pájaro, 2019)
Entre el sonoro canto de niebla de Chile
Rayo, tu despides con esa luz, el parpadeo de una piedra
asustada. De esa miel lamen los perros y enloquecen.
Pero el nido se empapa de la última lluvia del invierno,
como cuando el soplido del relámpago
alimenta esa última gota; la primera gota: sol verde.
Busquen en los estómagos de abejas.
Busquen en los ovarios del océano pacífico.
Busquen en los pasajeros de la tierra.
Busquen en los pedruscos idiomas de los acantilados
Busquen en los hondos bares
Busquen en los huesos del rayo
Busquen en los torbellinos de sus cerros
Busquen en los hombres de mar: semidioses de la costa
Busquen en los aparejos del pelicano
Busquen en los dientes del caballo
Busquen en los fluidos de la luna
Busquen en los pies de los trabajadores
Busquen en los vaginarios salones de la iglesia
Busquen
en los
restringidos cantos del gallo
ante la mirada acechante
del tiempo:
Yo vi tragarse de un zarpazo el nido de Niebla de Chile.
De donde yo vengo el mar habla el mismo lenguaje:
Castro de Chiloé
pero no de Chile
es el mismo varón, hecho de greda y agua,
quien canta al borde esa voz azulada que me enseñó mi Madre:
(hijo o hija)
sal al mundo, yo te doy la vida, guerrero o guerrera.
Lleva nuestra tierra a otro pueblo, pero recuerda:
donde el mar te reconozca.
Niebla de Chile: rayo eres, rayo serás:
ten la tierra de mi pueblo que es tu pueblo:
reconóceme, rayo de la costa.
(De Memoria de pájaro, 2019)
Huesos
campanas invertidas repican
el sonido en reversa impacta la hora
a cada hueso que canta
llamándose al capullo
el país de pulmones embarrados
se machaca
se despluma
se martilla
el cuerpo ya no sufre en
esta mariposa
cantaré en los acantilados
por esta resurgente campana
que talla al país y
les entrego mi sangre
que podrida la tuya y la mía
tenderemos bajo los techados una luz donde caminar
(De Cuando aúllan los perros, 2019)
Piel Continental
Y yo que he abandonado la alevosía del océano,
lleno de venas como musgo está mi pecho,
he venido a caer a los pies del cielo,
las nubes embisten entre sí, he venido a caer;
escaleras florecen en mi pecho
y a América balancearse al borde, en cuyas calaveras clorofílicas;
el viento es mi piel, pero últimamente, pulmones arrimados
a las blancas hojas, empuñadas, devastadas,
y es donde únicamente he venido a caer, por este ciclo
de abrir y cerrar de ojos, donde encerrado las aguas
refulgen la sangre como granadas;
ya no gruñe, acaso, mi América, tu empedernida alma,
amasándote cuyas y todas las manos
de este cielo en donde he venido a caer,
qué, cuándo depondrás el pisoteo brutal
de mis hermanos abandonados por la piedad?
es que acaso, mi América, viril, he dejado de escuchar
tu verdadera proclamación, aterciopelado vaivén?
Y, este viento, es tu alma que recorre la
preñez de las piedras salpicadas desde mis manos, o
cauces arremolinados que intentan pronunciar
toda tu piel continental.
Yo no sé si el ave, como ampolletas parpadeantes
que se queman, ha surcado y rasgado esta manta gallarda,
pues, de día, los dialectos se despedazan al abismo solar,
pues, aun de noche, alcanzo a ver al último rostro en ti, América.
(De Cuando aúllan los perros, 2019)
———————————————————-
Pedro Chadicadi, Castro, 1994.
Profesor de educación física. En el año 2016, algunos de sus primeros poemas fueron publicados en el libro Sótano 9, impreso por la biblioteca pública de Castro. Ha sido seleccionado en la revista valdiviana de cuentos de Gato Caulle 2017-2018, y participó en el Festival de poesía La chascona 2017 como escritor joven, organizado por la Fundación Pablo Neruda, en Santiago. En diciembre 2017, obtiene «Mención honrosa» en los Premios municipales Juegos Literarios Gabriela Mistral, con su poemario Memoria de pájaro. Mismo año obtiene financiamiento en la línea de creación del Fondo Nacional del libro y la lectura. En el 2019, obtiene «Mención de Reconocimiento» en el Concurso Nacional de Poesía Aristóteles España con su poemario Cuando aúllan los perros.