Leyendo la aventura de Ámbar, no puedo evitar pensar en ese poema de Enrique Lihn, “Nunca salí del horroroso Chile”. Es el intento de Ámbar, protagonista de «Banda sonora para abandonar la tristeza», quien se fuga de Chile y su carga opresiva, en la búsqueda de ese amor perfecto y dolorosamente inasible que parece esperarnos a la vuelta de la esquina en los años finales de la pubertad. Son los ’90, Ámbar se mueve entre la intensidad del punk, el hardcore y las lecturas de poetas malditos. Desecha de dolor y decide largarse de Chile no sólo para empezar de nuevo, sino para saber quién es.
Retratada de forma vívida, limpia, transparente, casi se puede ver a Ambar con los ojos perdidos en las pistas de aterrizaje de los aeropuertos, en cualquier parte del mundo. Tatuada, ropa negra, bototos Dr. Marteens golpeando rítmicamente el suelo, perdida en la atmósfera que proveen los audífonos incrustados en sus oídos. Se alcanza a escuchar el punk a todo volumen, Los Jaivas, Danzig, una banda sonora que cambia dependiendo de su humor, de cuantas ganas tenga de abstraerse de todo, de olvidar un beso robado o en la simple espera de encontrar alguna ciudad desconocida donde re-inventarse.
Así, sin pasado, Ámbar parece flotar en un presente intenso, sólo medido por el espacio entre dos copas, entre dos amores, entre una aventura y otra.
Andrea Peña, en su primera novela, logra un retrato acertado de una sensibilidad noventera, pero que puede extrapolarse a cualquier década donde existan jóvenes con sueños irrealizables, amores imposibles, ganas de escapar y un par de audífonos donde encontrarse.
Alfil Gómez
Ficha Técnica:
Editorial: Emergencia Narrativa
Autora: Andrea Peña
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