Bernardita nació en Santiago en 1980, y es licenciada en Literatura y Estética, con un Máster en Literatura en Madrid. Su primer libro llamado Estampida, que sacó bajo la Editorial Cuneta, trata en 77 páginas el tema de la maternidad, cautivando al lector con cada cuento.
–¿Crees que fue un boom abordar en Estampida el tema de la maternidad?
-Los cuentos de Estampida abordan el tema de lo perverso que puede llegar a ser el cuidado o descuido que tenemos en las relaciones. Dentro de ellas, la figura que cuida por excelencia es la madre, y es a ella a la que se le exigen maneras de comportarse revestidas de juicios e imposiciones, que se pueden resumir como «no te desmadres»: no renuncies, no falles. El ejercicio del cuidado como algo higiénico y puro. En los cuentos, este ejercicio se viene abajo, se tensa y tuerce, se posa en el deseo que subyace, en la posibilidad de una versión «peor» en relación a un deber ser. Esto coincide con el cuestionamiento desde los espacios culturales, políticos y sociales, y en ese sentido el libro se pliega bien a un contexto que viene hace décadas intentando ampliar las semánticas y el territorio de lo que es ser mujer, romper estructuras paternalistas y opresoras.
–¿Cuándo te diste cuenta de querías escribir?
-Creo que el proceso de escritura es eso: un proceso. En mi caso, el gusto por escribir es una necesidad que traigo y que no solo se traduce en libros (publicar es otra cosa), sino en una especie de pacto con la palabra escrita como posibilidad de expresión, como el pacto que uno tiene con los órganos que necesitas para vivir y que hay que cuidar. Y eso no quiere decir que esté escribiendo todo el tiempo pues estoy lejos de eso. Pero si no estoy escribiendo, estoy de alguna manera conectada con eso: leyendo, escuchando, pensando, mirando. Viviendo con otros. Todo está, sin estarlo de manera evidente, al servicio de cosas que uno escribirá o quizás nunca escriba, al servicio de la palabra que establezco con los demás. Y ahí uno elige qué decir y cómo.
–Estampida es un libro en el que hablan mujeres, ¿cómo abordaste los temas y las visiones diversas de las voces femeninas?
-Los cuentos de Estampida no fueron pensados o escritos como un conjunto. Hay cuentos ahí que tienen años y que se retomaron cuando se unieron en este primer libro. Los temas, en su mayoría, son temas que han estado atados a ciertos roles o padecimientos asumidos por mujeres: el del cuidado, la sumisión, el de la carga impuesta, el del trabajo indigno, el abuso. Me interesa cuestionar y resituar estos roles o padecimientos, pero más allá de eso, mostrar relaciones precarias, sujetas a desintegrarse y armarse a su propio modo, a mostrar una cosa pero ser otra: víctimas y victimarios podemos ser todos. Asumirse como horrible dentro de la belleza que es existir. Algunos dirán que existir es de por sí horrible y creo que para algunos sí lo es. Mostrar las relaciones que evidencian eso es lo que me interesa. No me gusta tenerla fácil escribiendo. Jugar con los claroscuros, y la experiencia de escritura puede ser gozosa mientras paradójicamente escribes sobre algo trágico.
–¿Cómo fue el proceso de escribir Estampida?
-Pausado y solitario. También tuvimos buena sintonía con el editor para dar más claridad y respiro a ciertos párrafos, ajustar finales, etc. Pero creo que la no premura es crucial. Es necesario liberar al texto de uno mismo y luego retomarlo y corregir, remover. Después volver a dejarlo ahí, medio flotando, mientras uno vive y vuelve a él distinto y también igual. Ese equilibrio es necesario para que el texto no pierda esencia pero intente extraer lo mejor de sí, en la medida de su posibilidad y siendo muy fiel a uno mismo.
–¿Cuál es tu cuento favorito del libro?
-Me gusta el cuento Estampida porque la pregunta de fondo es: ¿qué pasa si no pasa nada? En este relato las madres desaparecen y no hay consecuencias: fantasía pura. Descentralizar a la «Madre», el peso de la cultura hace esto insostenible en la realidad, y Estampida juega con eso.
Me gusta «¿Te atreverías a adoptar un erizo de tierra?» porque está este animal que en realidad no me gusta, esta mujer madre que tampoco me gusta, y el hijo Andrés que tampoco. Y me gusta eso, no encontrar tanta complicidad con lo que escribo. No quisiera ser ninguno de ellos.
Me gusta «Baño público», le tengo cariño por ser el más antiguo, porque habla de una relación distante y cercana a la vez, dos mujeres que apenas se conocen, pero se tienen afecto. Ese apego/desapego simultáneo que da paso a la desolación pero que también da cierto aplomo.
–¿Cómo ha sido ser parte de Editorial Cuneta?
-Cuneta lleva años en su lucha por hacer de los libros un arma consistente, resistente, fiel a sus ideales. Han sido tenaces y profesionales, con un catálogo sólido que cuida su edición. Me gusta mucho haber publicado por primera vez con ellos.
–¿A quién admiras?
-La lista de escritoras y escritores de narrativa que admiro es larga, cuesta elegir nombres porque dejo fuera a otros. La música, la poesía y el ensayo, la foto y el cine, los libros infantiles son también importantes en mi vida como lectora y escritora. Quizás recomendar a dos narradoras que estoy leyendo ahora: Jane Smiley y Liudmila Petrushévskaia.
–¿Tienes planeado sacar algo pronto?
-Estoy escribiendo una novela. Sin apuro, se debe nutrir del tiempo necesario para que ojalá se publique algún día.
–¿Dónde podremos comprar tu libro?
-En estos tiempos pandémicos, creo que lo mejor es meterse a las redes sociales de la editorial y conseguir ahí la información.
