Domingo, Septiembre 15, 2024
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Blanca de negro – Bartolomé Leal

lector-cl-parrafo-marcado-blanca-de-negro-bartolome-leal«Mi ser entero proclamaba la desesperación, la depresión, la pena. No había venido a buscar exotismo pero sí un universo más rico que el mío; y todo lo que había encontrado era mugre y vulgaridad. Lloraba a solas en la oficina, pero testaruda como soy, no dejaba el lugar y seguía aferrada a él, imaginando que algún día lograría sacar algo favorable de todo eso. Me sentía responsable porque consideraba que el dinero que entregaba era necesario a la familia. Sin darme cuenta, era víctima de una forma de chantaje. Y sentía también miedo por las consecuencias que podría acarrearme tal deserción. Aunque esto último no lo confesaba y mi angustia permanecía anclado en el subconsciente.

 

Un día me desmayé en la calle al bajar de un taxi colectivo, de los llamados matatu. Caí sobre el barro dejado por las eternas lluvias nairobianas. Nadie se acercó a recogerme. Los ciudadanos, en su mayoría, tienen miedo del blanco, asimilado al turista intocable que el régimen pretende atraer por cualquier medio. Estaba tan debilitada que permanecí largo rato de espaldas en un charco, sin ser capaz de reaccionar; oía pasar los vehículos por el costado mientras contemplaba un trozo de cielo azul, indiferente, lejano, inútil. Experimenté una sensación de ardor en la cara. Era sangre que corría por mi mejilla a raíz de haberme herido en la frente al caer. También sentí en la boca el gusto de la sangre por el labio superior roto. Un dolor en la barbilla: más sangre.

Noté que unas caras morenas se ponían de repente dentro de mi campo visual, mientras parloteaban en swahili. Creí entender dos o tres cosas: mujer blanca, matatu, dinero, muerte. Las voces se integraban a los ruidos habituales de la temporada de lluvias: truenos, las gotas cayendo sobre los techos metálicos de las casas, el croar de las ranas, la euforia de los pájaros amantes del agua.

Me hallaba consciente, me sabía viva, pero no me podía mover. Pensaba en ese momento en zombies y encantamientos, en magia negra, en licantropía. Pero me daba cuenta que mi inmovilidad no se debía a los golpes recibidos, sino a la fatiga. En un momento cerré los ojos y creí no estar más en la calle, sino en el sofá de la casa africana donde vivía. Volví a escuchar los ruidos de la lluvia, a la que se sumó el tamborileo de los goterones cayendo sobre baldes y palanganas. Pero también eran gotas de sangre las que resonaban sobre el plástico del sofá. Sentí un ardor en la cara y mucho frío».

 

Blanca de Negro – Bartolomé Leal

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