Lunes, Octubre 14, 2024
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Bruno Lloret: “Escribo rápido y a la pasada, como un paisaje de carretera”

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Por Cristian Salgado Poehlmann

 

– Sobre Nancy: ¿se trató de una escritura pausada, estratégica, o más bien de un proceso vertiginoso?

Nancy, como voz, empezó mucho antes de escribir la novela. Era un personaje marginal de unos diarios de puerto que escribí hace tiempo. Ahí la mencionaba desde su cáncer. Una viuda que arrastra las bolsas de la feria, a la que nadie quiere hablar por lo incómodo de saber que está muriendo. La novela empezó un par de años después, en diciembre. Estaba escribiendo otro texto, al que le tenía más fe, así que durante ese verano me dediqué a escribir la parte gruesa de Nancy tirando escenas, trabajando sin una idea tan clara de cómo iba a terminar o hacia dónde iba, muy al voleo. Se podría decir que durante ese período escribí los bloques básicos. El desarrollo y cómo fue cambiando dependió de los tiempos disponibles durante el año y los comentarios de amigos que leen mis cosas. El resto del año se trató más que nada de darle vueltas, sacar partes, detenerme y desarrollar otras, sin mucha altura de miras. El verano siguiente, y hasta entrada la primavera, pude pulir y ver el aspecto más colectivo: la edición, lo gráfico. Ahí surgió la idea de la estructura final del libro; se asentó, podríamos decir, como las tortas. Tuvo todas las velocidades. De hecho, la novela iba con una suerte de prólogo en donde había un escritor fantasma que explicaba cómo transcribía los delirios de Nancy. Un amigo de la gorda Isidora. Al final sobraba esa explicación, verosimilización, porque la misma voz iba guiando todo. No hacía falta teniendo el texto escrito.

 

– Trabajas una voz femenina y por así decirlo adolescente. ¿Escribes desde influencias específicas? ¿Mauricio Wacquez, quizás?

 

En Nancy la voz es un eje en muchos niveles. De adolescente tendría solo el hecho de que la voz adolece, pero es apenas un aspecto, un momento. También hay un trabajo con una voz algo más indefinida en la edad. La sensación de una muerte prematura. Un cansancio. Da la impresión que incluso siendo niña o adolescente es una vieja. La novela también le hace el quite a un gesto moralista, un discurso solapado que determine los acontecimientos. De hecho creo que ese fue el trabajo más difícil en la construcción de una voz, un padecimiento. Estar alerta, tratar que las opiniones o el mundo del autor no se colaran por la voz de Nancy. Una batalla para no pontificar a través de los personajes. De lo contrario hubiera sido una pésima novelita cristiana. Creo que ese es uno de los gestos más importantes para darle forma a la voz: ir habitando en la lectura la vida de Nancy desde sus palabras. No he leído a Wacquez, salvo un texto sobre Chile en cuanto geografía, paisaje. En ese sentido podríamos coincidir, en el paisaje que se recorre en la novela. Es decir: un lugar que más que país, más que comunidad, es escenario. Nadie está vinculado al territorio desde una raíz o algo que obedezca a una esencia nacional. Acá un término de Matta ayuda mucho: el sersaje, es decir el paisaje del ser. Eso creo que pasa con la voz y su relación con la cartografía que establece entre estos pueblos del desierto. No vemos cualquier paisaje, sino un paisaje que se habita desde una voz en particular, un sersaje.

 

– ¿Emparentarías Nancy con Camanchaca, de Diego Zúñiga?

 

No la he leído, pero sé que tiene que ver con el norte y el incesto. Pero el norte, y en particular el desierto, es un lugar tan común que Nancy se podría emparentar con cualquier cosa: Rivera Letelier, Parra o el Mahfud Massis de las Leyendas del Cristo Negro. O con Nostalgia de la luz, Los 33, La sombra de don Roberto, Mad Max, La danza de la realidad. Todos ocupan de cierta manera o se instalan sobre la pampa, el habitar ahí, bajo el sol. Qué decir de Rulfo o la gauchesca. O de la Biblia. Es un lugar al que se evoca o se peregrina porque es potente, sobrecogedor, propicio para el delirio, el vaciamiento. Sobre el incesto habría mucho de qué hablar. Sade, por ejemplo, menciona Chile como ese lugar al fin del mundo donde es sabido que los hombres se acuestan con sus madres y sus hijas. Pero incesto hay en todos lados. Quizás ahí habla de Chile porque era el lugar más lejos del que se tenía conocimiento. De todas maneras, incesto y desierto tienen algo en común: el desierto es un buen lugar para estar aislado, para perderse; el incesto es un comportamiento que se propicia en el aislamiento, algo así como el terror a todo lo que no tenga alguna relación con tu sangre. Pero son opiniones. El desierto también puede ser un lugar para encontrar cosas, así como el incesto puede pasar –y pasa– en cualquier lado. Parte del juego es tratar de ver dónde está el desierto en verdad.

 

– Narrar la vida completa de la protagonista pareciera ser una ambición decimonónica.

 

Hoy en día, publicar un libro ya es una ambición decimonónica. A Nancy le quedaría muy bien un formato digital, porque fue escrita, pensada y editada en un computador. La novela publicada en papel es una limitación tecnológica a una idea que prescinde del papel, pero que se imprime en él también por lo increíble que es un libro como soporte material, lo potente de la celulosa con tinta. Yo soy muy malo para escribir a mano. No tuve caligrafía en el colegio. Envidio a la gente que tiene esa letra redonda, manuscrita, fluida. Y el tiempo que toma. Frente al computador se puede borrar todo con un botón. Te permite hacer frases fluidas. Me ayuda mucho más que un lápiz pasta. Por lo demás, nunca se puede narrar una vida completa. Eso fue lo primero que hice, de hecho. La primera vez escribí algo que era claramente terapéutico. Tenía que ver con mis frustraciones y la idea sentimental de lo que yo creía era escribir y vivir en torno a la escritura más que con algo legible. Era insoportable. Daba cuenta más de mis procesos internos que de cualquier cosa que podría considerar, ahora, interesante o relevante. Pero volviendo a Nancy: creo que tampoco se trata de narrar la vida completa. No podríamos asistir a su muerte porque solo tenemos fragmentos de su voz. Sumergirse en el silencio o volver al silencio no necesariamente implica la muerte, y eso inquieta. Además, por su estructura la novela escapa a un relato lineal. No hay un desarrollo ni una trascendencia. Me gustaría haber escrito una novela sobre la sobrevivencia, sobre la administración de recursos. Un recuerdo urgente. Esta novela es el montaje de una voz pensada para florecer dentro de la cabeza del lector. La mayoría de las cosas que puede provocar tiene que ver totalmente con él. Poblar el paisaje interno.

 

– En Nancy hay un trabajo de imbricación y circularidad bastante pulido de la estructuración temporal de los acontecimientos, tanto así que se desliza imperceptible.

 

La novela al principio, como era tanteo, estaba pensada para ser lineal, pero se desinflaba. Una de las bondades de las X es que rápidamente puedes aceptar el hecho de que es un montaje y que lo que sea que se cuente en seguida siempre tendrá que ver con la historia, porque surge desde esa voz. Todo tiene que ver, aunque parezca que no. Lo más complicado, como te comentaba, fue hacer el ejercicio de dejar de existir como narrador. Que Nancy se construyera sola, con su voz. Lo otro también fue apreciar la belleza de ciertas situaciones y tratar de detenerse más ahí. Los lectores que tuvo el texto, y luego el editor, se centraron también en eso. En decirme que me lo tomara con calma y que le diera nomás. Suelo escribir rápido y a la pasada, como un paisaje de carretera. Muchas veces lograba instalar espacios interesantes en la cartografía de estos pueblos, pero pasaba a lo siguiente sin darme cuenta. Era como el entusiasmo de cualquier niño cuando te cuenta una película o algo que escuchó o leyó: primero esto, y luego esto, y luego esto, etcétera. Creo que por lo mismo, haberle dado a la novela algo de tiempo sin escritura y luego poder contar con ojos ajenos, lectores, fue imprescindible.

 

– Hay un asunto rítmico, sonoro, incluso cinematográfico con las X, marcas visibles e invisibles que dan la idea de un trazo, pasos y descansos, un recorrido que, musicalmente, separa a Nancy de los textos narrativos «limpios». La lectura adquiere entonces una velocidad distinta.

 

Totalmente de acuerdo. Un querido tocayo me dice que le gusta Nancy y que por lo mismo tiene que leer el texto con tiempo, despacio. Es una novela que se caga a cualquier método de lectura veloz. Pienso en los ladrillos de Isabel Allende, o en las sagas adolescentes, y en los comentarios que he escuchado a menudo. Que Harry Potter, por ejemplo, es un fenómeno notable porque fomenta la lectura en una generación criada y educada desde las imágenes. Eso es insostenible por donde se vea. No creo que las cosas tengan un valor en sí, y la lectoescritura en tanto tecnología es tan neutral como Internet. Otra cosa es el uso que se le ha dado dentro del proceso de globalización. Lo interesante es entonces darle una vuelta a esas técnicas. No existe «la» forma de leer, eso me quedó claro en la universidad, en donde por innumerables motivos se te enseña como regla general a acercarte a textos de cierta manera. Pero a la vez proliferan «formas» de leer. Al final todos los semestres nos estudiábamos los esquemas, los árboles conceptuales o los cuestionarios para pasar nomás. Pareciera ser que la velocidad, pegarse línea tras línea de un párrafo en esta prosa vertiginosa, sí que es un valor hoy en día. Cuesta tanto escribir una frase que puedas considerar que de verdad te gusta, que cuando pasa frustra la idea que el lector pase de largo. Acá las cruces y los espacios en blanco juegan un papel en distintos estratos: marcar el ritmo de la voz, marcar el ruido, facilitar un montaje que escapa a lo lineal, disponer las palabras, las oraciones, los paisajes descritos, el «muriendo» de Nancy.

 

– ¿Cómo visualizas una posible traducción de tu libro?

 

Un amigo hizo el experimento con el primer capítulo y aparecieron problemas interesantes. Cómo tratar ciertas palabras y sintaxis. La traducción en sí es un trabajo de joyero, que obedece a parámetros que escapan un poco a lo fácil o difícil. Son decisiones, creo. Me gustaría mucho ver cómo se pueden trabajar palabras o estructuras sintácticas chilenas. Por otra parte, la han leído un par de personas que, manejando un castellano básico, enganchan. Les hace sentido ese fraseo. Leen Nancy en ese «español precario» y logran acceder. Es que muchas palabras dependen del contexto y otras son consultables. Otro desafío sería resaltar o hacer confluir de buena manera los diferentes registros que circulan a través de la voz de Nancy en una lengua ajena.

 

– La novelística joven chilena se ha vuelto adepta al fragmento minúsculo. ¿Se enmarca Nancy dentro de esta forma de hacer literatura?

 

No leo mucha narrativa joven chilena, pero te puedo dar algunos ejemplos concretos de cómo se puede trabajar la fragmentariedad de distintas maneras. Creo que Piezas secretas contra el mundo, de Carlos Labbé, es un gran ejemplo de una propuesta que, usando fragmentos, los dispone de una manera notable. Una novela videojuego. Muy moderna. Podrías leer un par de capítulos y dejarla y seguiría siendo interesante. Otro caso de fragmentariedad y minimalismo que encuentro relevante es Triage, de Patricio Alvarado. Las dos, a su vez, son novelas que se sitúan en el sur de Chile, en contextos de desertificación, de industrialización a muerte que barre con todo. La construcción de la miseria. Son novelas políticas y relevantes porque la fuerza que adquieren no proviene de la fragmentariedad como un recurso que de por sí baste, sino porque además mapean espacios fragmentarios, van en esa dirección, en el canto a un paisaje que nunca alcanza a ser urbe cuando ya se encuentra desolado. Es como si construyeras un mall para dejarlo abandonado. Es la promesa civilizadora que fracasa. Puras osamentas. Ahora, hay otros usos de la fragmentariedad, más formales, diría yo, que tienen mucho más «éxito» y que obedecen a otros espacios, otros registros. Bonsái, por ejemplo. Es una novela bonita, un texto minimalista, fragmentario, pero que no aborda un paisaje que se fragmenta. O Los ingrávidos, de Valeria Luiselli, en la que a través de lo fragmentario se accede a un ritmo de escritura que viene cruzado por la permanente reflexión de la voz sobre la misma escritura y el existir como cuerpo. Por otra parte, se tiende a hablar de novela minimalista, creo, al hablar de novelas con capítulos cortos y mucho espacio en blanco. En ese sentido Nancy no es minimalista, pero sí que es fragmentaria. Hay un tratamiento fragmentario en el cruceo –las X, vale decir–, en los silencios, en lo temático, lo geográfico y lo formal.

 

– Leonardo Sanhueza habla de cierto parentesco de tu escritura con el humor de Kurt Vonnegut. ¿Cómo enfrentas el humor desde una perspectiva escritural, particularmente considerando el anecdotario nefasto que envuelve tu novela?

 

El humor supongo que integra un aspecto importante de la forma en cómo está narrada Nancy. Permite una distancia y aliviar la vena sin tener que salir de la voz. Humaniza. Evita el melodrama o lo cursi. Permite seguir leyendo. Lo que está presente en Kurt Vonnegut está presente de cierta manera en otras manifestaciones. En Rick y Morty, por ejemplo. El humor permite también explorar los espacios delirantes. El delirio como construcción discursiva es algo que me interesa mucho. Te permite entrar en espacios absurdos, y en el absurdo a veces conviven el dolor y la alegría. Permite salirte del tiempo. Creo que si en la voz de Nancy no hubiese humor, la novela sería insostenible.

 

– «Que yo sepa –dijo William Faulkner– nunca se ha escrito nada bueno como consecuencia de aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca recurre a una fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es bueno de veras, se engaña diciéndose que carece de tiempo o de libertad económica. El buen arte puede ser producido por ladrones, contrabandistas de licores o cuatreros».

 

Otros dicen que estudiar la palabra y no tener un oficio es una forma de envanecerse. En un lugar con tan pocos textos, con una importante aparición de editoriales independientes, la pregunta por el dinero no puede conducir sino al impuesto al libro, la precarización de las condiciones de trabajo, la diferencia entre imprentas y editoriales y las adjudicaciones de fondos. Es decir: más que la idea o no de la escritura como un trabajo remunerado de por sí o hecho a poto pelado, interesaría abordar asuntos puntuales. Preguntas como cómo se concibe y genera cultura o arte en el país. Quiénes están moviendo los dineros. Planes y plazos. Hasta ahora recién diviso una suerte de mar en donde puedes ir mandando tus textos a algunos concursos. Pero en los mismos concursos, por ejemplo, se reproducen actitudes cortesanas, y a veces se ve reflejada la pendeja idea que se tiene de la literatura. Ejemplo: concurso solo de poesía con un primer lugar suculento y nada más. ¿Cómo no divisar un gesto de consagración ahí? Al final, hablando de obras y su producción, creo que depende de la forma en cómo los que escriben y editan llevan adelante sus proyectos. También de los que deambulamos por ahí escribiendo y la forma en que concebimos la práctica. Hay gente que funciona más aliviada con fondos. Es tiempo. Hay gente que desprecia los fondos. Hay gente que escribe sobre sus condiciones de existencia. Se dan a veces casos interesantes. Pienso en Alfonso Alcalde y su trabajo con Mario Kreutzberger en la construcción de Don Francisco en una autotevegrafía que se escribió en los ochenta. ¿Qué sucede ahí con la curatoría mercenaria? El libro es buenísimo, da paso a los delirios de un gigante de la televisión. El sastre talquino enfrentado al desierto y mirando el progreso de Chile en el futuro. La imagen del sueño de Bolívar realizado a través de las pantallas de la gran familia latinoamericana, desde Miami a Cabo de Hornos.

 

Cristian Salgado Poehlmann (Santiago, 1982). Editor y redactor del sitio web Heavy Shit.

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