La novísima editorial Provincianos acaba de publicar Cachivaches, su primer libro. Creada este distópico año, la empresa de Andrés Urzua y Nicolás Meneses se erige como uno de los proyectos literarios más interesantes de los últimos años, apostando por una fusión entre autores jóvenes y consagrados (prontamente reeditarán los cuadernos de deportes de Elvira Hernández), buscando problematizar y dar una nueva vuelta de tuerca a la cada vez más experimental y contundente narrativa nacional.
El libro de Diego Riveros se divide en tres historias que están protagonizadas por familias fragmentadas que sufren la barbarie de las políticas de libremercado. Pese a que los textos no hagan críticas explícitas al sistema económico en sí (se agradece que no se levanten panfletos), y se opte por una narración minimalista en lo cual lo íntimo hable de lo público.
Los personajes de Riveros habitan en la periferia de existencias no resueltas. En forma constante -y sin nunca gritarlo- añoran estar en otro lugar, en otro sitio, como si tuvieran la certeza de que la vida está en otra parte. Jamás se han sentido cómodos en la cotidianidad que habitan. La monotonía propia de una clase media chilena determinada por la falta de oportunidades es el origen de una tristeza que pareciera ser crónica.
En el primer relato un adolescente va hasta el Instituto Nacional para rendir la prueba de admisión. Lo que en su familia es la posibilidad de un futuro mejor, en él es un desestabilizador de sus emociones internas. En el segundo cuento se narra la historia de un micrero, que aquejado por el infierno de las culpas, es secuestrado por una pareja de pololos que acaba de cometer un asesinato. El último texto, «Esbozos de mi madre», es el relato de una mujer azotada por una violencia física (estar enferma de gravedad sin posibilidades de una atención digna)y por una violencia simbólica (ser pobre y mujer). Ambas variables confluyen en un escrito breve que golpea al lector con la ferocidad de un futuro apocalíptico.
Cachivaches es un libro alejado de la parafernalia de las formas actuales. Sus ritos están construidos en ese día a día gris que es el reflejo del Chile contemporáneo. Riveros no pretende ponerle ponchos mesiánicos a sus personajes, no busca erigirlos como héroes prístinos, también los muestra con esos defectos torpes que se repiten en cada paso que dan en la intemperie.