por Daniela Arze-Vargas Donoso
Topamos piedras, sorteamos obstáculos, sentimos la proximidad de otro cuerpo y marchamos. Descubrimos caminos ocultos donde hay faroles apenas iluminados y una sombra desparramada por el piso que avanza en oscuridad. Distantes aparecen, ¡Tan lejanas las ventanas! Nos envuelve un vendaval de viento y ruido que traspasa los cuerpos.
Silbamos y nuestra imagen por las calles es esperpéntica. El sonido de bastones es devastador. Alguien nos mira, nos está mirando.
Una melancolía rara nos aborda y desde nuestros ojos diversos, lloramos.
Percibimos la violencia de un ojo indolente, nos provoca un vehemente estallido en nuestra visión, en nuestra ruidosa forma de conceptualizar las formas.
Aguerridos por las doscientas treinta y cinco personas heridas de mirar, por Gustavo Gatica, por Fabiola Campillay, nos sumamos todas las banderas y salimos con nuestra diferencia al mundo que nos pertenece. Así, desde nuestras trincheras discursivas nos apropiamos del espacio, levantamos la voz como un grito y al igual que sonámbulos caminamos, todos juntos, como niños detrás de una larga fila larga.
Hablamos desde el arte, la literatura, la poesía, la música, la pedagogía, la filosofía, las ciencias políticas, la salud, el deporte y tantos y tantos.
Somos cientos de miradas diversas, unificadas en una sola visión despierta.
Tenemos nuestros oídos golpeados por la saturación de mentiras. Nos revelamos a sumar muertes, asesinatos y ceguera.
Observamos el desconocimiento siniestro de nuestras capacidades, donde persiste una peligrosa indefensión aprendida de parte nuestra.
Estamos por todos lados. Algunos cantan, venden, piden, trabajan. Hemos sido invisibilizados; en tiempos silenciosos. Otros esperamos con nuestros utensilios literarios a cuestas, nuestro momento.
¡Qué apabullamiento de ánimo! sentimos ante un discurso trunco. Los rojos ojos rojos se desangran ante una visión dolorosa y estallan en cientos de luces inoculadas, montones de imágenes sonoras.
Los pájaros replican desde sus nidos acústicos, millones de voces libertarias y nosotros andamos dolidos, llevamos a cuestas sombras y un devenir de cuerpos mutilados. Cargamos con sus ojos, la violencia de sus últimos días y su acontecer acontecido.
Contemplamos la valentía de sus caminos, distinguimos el espacio impregnado de ruidos extraños y observamos la justicia distante. El resplandor sonoro del combate, un estallido de flores bajo sus tumbas y sus caras de mujeres y hombres develándose en pesadillas para sus verdugos.
Lucha tras lucha, evocaremos la justicia del doliente grito libertario en sus bocas, como vestigios luminosos en nuestro andar, juntando sus banderas a las nuestras, persistiendo en nuestra memoria, la sangre y el discurso compartido; la semblanza de un recuerdo amargo; las vidas del duelo derramadas y la unión de un respirar colectivo.
Sangraremos por nuestros ojos, la violencia del estallido en montones de banderas, moviéndonos entre bocas repletas de palabras. Llevamos a cuestas nuestro cuerpo entero.
Intercambiamos gestos, consignas, roces y proximidad en el espacio. Queremos gritar y bailar un baile raro y espástico, con una alegría triste, pero hace tanto que percibimos diferente que el presente apesadumbrado, nos ha hinchado los ojos y enrojecido la mirada. Dejamos huellas en este, nuestro suelo fisurado y en rincones simbólicos de nuestra vista nublada, en ocasiones nos escondemos. Somos cuerpos arrojados.