Martes, Octubre 8, 2024
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Choripán social – Sebastián Pandolfelli

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Una vez en la oficina de Saporitti, este descorchó una botella de champagne y soltando una risita arremetió de nuevo: 

—Ahora que salió lo del subsidio, tengo otro nego-cio para vos… Ya que sos el que dirige la batuta con este tema… Bueh, te cuento: re-sulta que tengo un montón de hectáreas en el interior que… no viene al caso cómo las conseguí, perooo… Hay un grupo de inversores interesados.

El enano se ponía nervioso, le transpiraban las manos de solo pensar en billetes y el otro le hablaba pausado.
—La cosa es así: ¡chorizos de soja! —soltó de una, esperando la reacción del sindicalista, quien dejó es-capar una sonrisita del tipo Gioconda.

—¡¿Eh?! —preguntó finalmente.

Saporitti largó una carcajada.

 

—Mirá, petiso… —le dijo serio, clavándole la vista. En ese momento Eliseo tuvo un acceso de rabia repentino, recordó cómo lo cargaban en el colegio sus compañeritos despachando esa filosa cruel-dad infantil… Petiso, petiso… Inspector de zócalo, Tarzán de maceta, Chichón del piso, le decían…
—¡Petiso pero me la piso! —gritó encolerizado con los ojos hinchados.

—¡Epa! Calma. No te lo tomés a mal, socio… Te ex-plico… Los yanquis quieren invertir en soja, que es un negoción y está de moda, bueno… Hacemos chorizos de soja, los pasamos como buenos y a los verdaderos los vendemos al exterior… Es redondo. ¿Me entendés? ¡Más claro echale soda! —Levantó el tubo del teléfono—. Julio, traeme los informes y el brochure del proyecto Cho-risoja.

En un segundo entró un mucha-cho flaco y desgarbado con un par de carpetas y las dejó sobre el escritorio.

—Acá está todo, la semana que viene llegan los inversionistas y arreglamos, pensalo —le dijo tendiéndole la mano. Julio lo acompañó hasta la salida.

—Llamame, petiso —largó Saporitti.

—Petiso pero me la piso —murmuró Eliseo y la puerta se cerró a sus espaldas. Se montó a la Ferrari y fue derecho a encerrarse en su búnker para analizar el negocio. La Guachampú no da puntada sin hilo, pero el enano no tenía mucho que perder en esto. Y un criadero de semejante tamaño a dos pasos del centro favorecería la elaboración y distribución del producto. Era tan ansioso que al ratito nomás lo llamó a Saporitti.
—Está bien che, lo hacemos —le dijo sin pensar demasiado.

 

 Choripán social: Sebastián Pandolfelli – Tambo Quemado ediciones – (14 x 21,5 cm • 136 páginas)

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