Por Tomás Díaz
¿Desde cuándo fue así?
Se rebalsa de mi cuerpo. El cansancio está.
¿Cuándo comenzó?
Ya no somos capaces de su contención y su visita perpetua nos abruma.
Me abruma y no te digo.
Tu amor late dentro mío con una tibieza que apenas da para el abrigo.
El mío, en tu corazón, de seguro aún más frío y entonces sobra mucho tiempo para mirar
de un lado a otro buscando algo sin la importancia de un mirar fuerte y profundo.
La mampara y el ascensor, la puerta y saludar y no encontrar más que el sonido tan obvio y dramático de las cosas que siempre suceden.
Las cosas que se convirtieron en algo con aires de siempre haber estado, como si su origen haya perdido el recuerdo de su importancia
y su necesidad no sea más que un utensilio apenas ocupado.
Lo necesario y un frío que adormece y así te entregaste al aburrimiento tan pronto cuando los deseos de amar necesitaban volver a empezar
—sin que apenas sepamos de aquello—.
Aquello que se halla a un sinfín de medidas de profundidad dentro de ti o dentro de ambos o dentro de toda mirada que puedas acaso recibir.
¿Cómo llegamos a convertirnos en lo útil del otro?
Quiero dar y dar, quizás en el desahogo de lo propio, encuentro algo de pulso y calor, una imagen, un verde y un rojo, una impresión, una alegría, una lluvia y un recuerdo
y por fin a ti.