Ernesto González Barnert (30 de agosto de 1978, Temuco, Chile). Ha obtenido por su obra poética el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018, Premio Consejo Nacional del Libro a Mejor Obra Inédita 2014, Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, Premio de Honor Pablo Neruda de la U. de Valparaíso 2007, además de otros premios, varias menciones y becas. Entre sus últimas publicaciones: Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo (Mago Editores, 2018), la antología Ningún hombre es una isla (Buenos Aires Poetry, 2019), la reedición bilingüe de Playlist en Chile (Plazadeletras, 2019) y EEUU (Floricanto Press, 2019) y la obra reunida Cinco mamuts en fila (Plazadeletras, 2020). También es cineasta, diplomado en estética del cine y productor cultural de la Fundación Pablo Neruda. Reside en Santiago.
De Coto de caza (Das Kapital, 2013)
Always on my mind
Ya sé que esta noche no te la canté como Elvis,
aún apagando las luces en esta ciudad no se ven estrellas
y por borronear en mi ley no podemos dormir juntos,
tienes que seguir volviendo a casa de tu abuela.
En la de los míos espero me cuentes la jornada por teléfono.
Sabes, estoy durmiendo poco. A veces me paso horas soñando
con todo lo que queremos.
Hay días en que no salgo del cuarto
pero te canto con tanta decisión que siento me perdonas
haberte arrastrado al foso de la poesía, no poder escribirte un poema
como Annabel Lee.
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Franja de Gaza
Nuestros Padres de Israel dijeron:
El deceso fue causado por presión
de un aparato mecánico sobre el pecho.
El periodismo: se debió a la caída de escombros.
No podían decir que te aplastó una topadora
cuando te interpusiste delante de una casa,
de un pozo de agua, Rachel Corrie.
Valparaíso
Es feriado en el corazón.
Alguien insiste en lo contrario
martillando no sé que lata o madero
a dos o tres casas de aquí.
Lo entiendo, es mejor para ese hombre
que quedarse a secas, en silencio
con un martillo en la mano.
Observando, por ejemplo, a este otro
sin ganas de escribir, de berrinche
cansado de leer otro día más al idiota
que raya pueblo en la carilla.
Y arenga todo para todos,
guía en la igualdad con que unos y otros
somos tratados de siervo
o pontificamos amo y señor
sobre nuestra mesa de trabajo
aunque sea sobre cucarachas
y mierda.
Me comprendes Méndez
todos golpean donde no duele,
borran lo importante:
nuestra ansia de poder,
los pequeños sueños saltando como ovejas
en un desierto de indecisiones.
Volvamos a puerto, bajemos
de nuestra cháchara.
Ayer, jadeando en mitad
de una escalinata ensayé:
estos fieles creen los fuegos artificiales
más espectaculares que las estrellas.
No te guíes por el viento
cuando puedes leerlas.
Tampoco lo corrijas.
Corregirse es escribir.
Pero el espíritu del viento
es cumplir la palabra:
no lo enderezcas.
El aire no es ignorado
por el ala de los pájaros.
Ni por mi Breve Historia de Chile
que hoy parezco cargar
de recuerdos inconexos,
ideas preconcebidas,
versiones ordinarias
mientras el tipo golpea y golpea
como si esto fuera el final de todo
invadiendo mi cerro,
apuntalando mi resaca.
Imagínate a Silvia Plath
en la de Ted Hughes,
a Carrera en la de O’Higgins.
¿Ves? La poesía porteña
es como ese hombre que machaca
en mi día de asueto,
porfía porque circulen troles
que no llegan a casa
con tal de sonar
a patrimonio de la humanidad.
A meses del terremoto
da risa observar a tanto petimetre
pensar que pegarle al clavo
es martillar,
tanta baba escaleras abajo.
No sé dónde ir
en esta ciudad pasada a viejo orín
y sombras chinescas.
En realidad hace rato perdí el punto,
dejé de tirar migajas para volver.
¿Sabes cómo me di cuenta
de que eras la chica adecuada?
Porque un día como hoy
celebraste una brisa fresca.
Las otras pasaron a nuestro lado
absortas en cosas innecesarias.
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Me recalientas cuando tapada con una toalla te secas el pelo
o sobre la cama te buscas pelitos locos en las piernas
en ese calzón que costó más que mi biografía de los años rusos
de Nabokov
o cuando con un algodón apenas mojado en acetona
limpias lo que dejaste de pintura en las uñas
después de ver una película horrible en Cinemax
¿Qué chucha le pasó a Cinemax?
Y no te explico lo que es verte agarrar el secador
y apuntarte.
O cuando me pides favor que te ponga calcetines
o muerdes una galletita con mermelada en la cocina.
¿Por qué dejas la puerta abierta del baño?
¿Por qué actúo como si no se me estuviera permitido
más que ver y guardar silencio?
Ese vestidito, ajustado, de cebrita
no calmó nada.
Tomarte el pelo con las manos
con un pinche con forma de mariposa
entre tus labios, menos.
Mientras una naranja en la mesa del velador
recibe el corte oscuro de la persiana.
Tu gatita por primera vez se sube a mis rodillas.
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Te acuerdas de ese polerón
dos tallas más grande
que usaste años, incluso para dormir,
con la estampa de un koala
subiendo un eucalipto?
No lo pude botar, aunque tanto te lo pedí.
Ahora está en el último cajón de mi cómoda.
¿Y esos calcetines térmicos
que compré al vendedor ambulante
y te obligué a poner altiro?
Sentías vergüenza de hacerlo en la calle
aunque tenías los pies entumecidos.
Hace poco llegaste de sorpresa
con ese pantalón de cuero negro
que siempre quise verte puesto.
No sé cómo lo haces: al final del día,
eres todo lo que importa.
Y yo soy la bestia.
La misma que esta tarde
impuso su sabor de helado al tuyo,
se apropió de tu playlist
mientras ibas por comida para el gato.
Sabes, te espero con el deseo
de quitarte todo.
Que sepas que a mí
no me importa que seas hermosa
sino que te quites o pongas la ropa
con tranquilidad.
Que tienes un hombro donde llorar
y no es mejor que tú.
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El afilador de cuchillos
Hace mucho que no ves la piedra
dar vueltas,
enlazada por un sistema de poleas al pie
que suavemente carga
hacia delante, atrás
sobre el pedal
hasta poner el filo a punto.
Oyes el pitido tan característico.
Lo reconocería de inmediato
aunque no pueda
decirte cómo es, cómo lo hace.
¿Te despertó alguna vez?
Después los destellos: lindezas
como bajar el precio a una mujer en apuros
de clavarlo al marido,
llenar mágicamente la olla.
Otra historia de amor
donde el dinero no permite un final feliz,
los idiotas se muestran tal cual son.
Y las mujeres siempre lo saben,
algo brilla en nuestros ojos.
Como cuando quise hacerme del cuchillo
y obstinado busqué cortar la carne,
pelar el tomate, rebanar en pluma la cebolla.
Mi vieja sabía que me iba a cortar
y cagaría el almuerzo.
A veces lo sacaba a escondidas
para mutilar soldados,
enterrarlo una y otra vez en el pino.
Otras era la tijera
con la que arregló leñadoras, uniformes
nos hizo trajes de indio
para jugar en la pampa aledaña
o se ajustó una falda o blusita de la americana.
Todo se remendaba.
Ya no se arreglan cuchillos,
las cosas en general.
Compramos, vendemos.
Hacemos lo que conviene.
Su máquina había pertenecido al padre.
Con el mío no hablo un par de meses.
Nunca dudó tocar de grave a aguda y viceversa
do-re-mi-fa-sol-la-si, si-la-sol-fa-mi-re-do.
Aunque no pueda explicarte realmente cómo es.
Nunca supe su nombre.
Pero siempre le llamé señor.
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Hansel y Gretel
¿Hace cuánto no escribes?
¿Por qué no lo haces sobre niños
encerrados con llave por sus padres,
echados por su madre al bosque?
Ahora que rehúsas bajar de la tarima
y sin conejos en el sombrero, con nariz de payaso
revuelves mies y farsa con el lápiz.
¿Crees que seguirán el pájaro blanco,
bastará un hueso entre barrotes a la bruja?
¿Te salvarán del desierto
y esta sequedad a latigazos de bloody mary,
viejo caballo del horóscopo chino?
Nada de refrescos: hielo.
Y no digas que hace frío
porque cualquiera puede abrigarte.
Tiene que haber injusticia,
de lo contrario no acabarías nunca.
Tienes que decir la verdad
aunque nada cambie.
Pero esta tarde de sábado invernal
el corazón es una plumilla de raqueta en raqueta
y la poesía dos hermanos
que nunca se cayeron bien.
Simplemente dejaron de hablarse
después de que la madre, fácil de grito
los conminara guardar en plena batalla sus ejércitos
con un empate salomónico.
Por cierto, los hermanos Grimm, crueles
jamás dejaron de hablarse
por temor –como en sus cuentos-,
de que fuera para siempre.
Jacob y Wilhelm
nunca escribieron para niños.
Limpio la piscina de mi suegra,
chaqueta amarilla que puedo la aplasto
con el limpiador de hojas
no sin regocijo
en otra de esas tardes
en que busco con el mismo ardor
ser feliz
e impedir que los demás lo sean.
Ya no bebo el café con tres de azúcar
sino con un chorrito de stevia,
pienso que bajo el humor
está el odio amarrado a una silla eléctrica
alegando inocencia.
¿Es hora de tirar la toalla
y cobrar la apuesta
que hice en mi contra?
Para demasiados poetas, Delfos
es un servicio de transfer al aeropuerto.
La mayoría de mis colegas
pedirían una caipiriña en Sao Paulo.
El resto no contesta el teléfono
o mi teléfono.
¿El poema acaba cuándo en el agua
no hay rastro de un insecto ahogado,
una hoja caída?
¿Cuándo la oscuridad
abraza el bosque?
Ahora que exhausto,
con los pies en el agua
recuerdo una ex –tras el odio–,
mirándome de reojo
arreglar con su hijo la bicicleta.
Indicarle la llave que necesito.
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A veces, de golpe, con unas copas de más
quedo frente al espejo al final del pasillo
no sé si puesto para aterrarme o enmarcar:
no hay salida.
Y claro, no soy un vampiro sino un pez globo
o si lo prefieres la clase de militar que se lleva de Hawái
la lámpara de una chica hula.
O como me decías ayer apretando con su propio hilo
una bolsita de té: un gánster
porque soy víctima de la depresión.
Alguien que culpa a los libros infantiles
que rápidamente marcó con su nombre.
No te asustes, algún día entenderás
que no importa que se destruya todo.
Lo que importa es que no salgas lastimada
ahora que perdono a los que me aburren
pero no a los que aburro.
Al día siguiente, en la resaca más inclemente
daré un paseo veneciano
por los canales de dibujos animados,
nunca pude soportarlos más de una hora.
Pero esta noche, como Cristóbal Colón,
no puedo alardear de haber descubierto un continente
sino de meter el pimiento.
Por supuesto, si alguna vez apoyé la cabeza
en la taza del baño fue cuando las que me ayudaban
en la tarea de matemáticas
sabían que no podían hablarme en el recreo.
En mi última pesadilla era el único espectador
de un challenger estival, jugado al mediodía
por dos efebas en jumper.
Arbitraba Juan Villoro que en un momento x
se daba vuelta en su atalaya
y me decía: Somos hijos de Pedro Páramo.
Hombres parcos a quienes la vida arrincona
hasta hacerlos elocuentes.
Le hubiera respondido que la poesía dos rubios,
deslavados y canijos, Axl y Kurt,
dándose con todo en los 90
por el título de los pesos pesados,
pero no atiné.
A veces, de golpe, con unas copas de más
quedo frente al espejo al final del pasillo:
velo por ti misma.
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Fiat
A veces tomando una cerveza en el balcón,
al atardecer, de cara al taller mecánico de la Fiat,
mal llamado Piamonte
se enciende la mitad del alumbrado público
y apagan las primeras herramientas.
Ya sabes, aflojan
y al petiso le caen tres o cuatro tallas pesadas.
Creo que mi vida la ha vivido otro
y éste no es mi poema, sino su poema
mientras miro el reloj y ella no llega.
Quizás está con él siendo yo.
Los de mameluco creen que soy el sapo:
quien acusa al que trabaja y al que no
balanceándose en una vieja silla
y no el que termina su lata y sabe que no hay más
en el refrigerador.
El que escribe tras meses de silencio:
Mi vida es un inmenso lago congelado
en el que no sé
si estoy arriba o abajo.
Quisiera hacer un círculo perfecto
Pero ¿si el que se salva es él?
Y aplasta su tarro con el pie
y lo mete en una bolsa con las de ayer
y anteayer.
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Están vendiendo lo que queda de país
por eso la empezada con minúscula,
la agachada de cabeza
ante el paso rasante de la patrulla.
pronto despertarán los hijos de mis amigos
para ir al liceo y no sé qué Chile
podrán sentir como suyo.
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Acorté camino para llegar aquí:
escribir es esa fuerza que me pone de rodillas.
Aunque ningún poema en estos meses
fue una conversación tranquila.
Empiezo a creer que el mundo desaparecerá,
nunca es tarde.
He vuelto a dormir en la litera.
Mi hermano menor en la parte de arriba
ronca como si estuviera sólo.
La vida no es tan alegre como quisiera hacerle creer
con mis cuentos y tallas.
Si pregunta no volveré a mentir.
Cada año los boletines meteorológicos dicen
que es el más húmedo, seco, lluvioso…
¿Es que a nadie jode leer en locales semivacíos,
confundir el riñón con el puño?
No quiero hacer un libro para leer en familia.
No esta vez al menos. Otro viejo teléfono público
en que las monedas se pierden.
¿Dónde puedo beber un lunes a las 3 a.m.
sin un mango?
Bajo esta ampolleta de pobre intensidad
las letras parecen luciérnagas
que no sobrevivirán a la mañana.
La verdad es que hurgamos con torpeza,
gruñimos, sudamos.
Y como todos los novatos
dije no cuando debí decir sí.
Ahora revienta la piñata
cuando había dejado de esperar.
No conseguiré ningún dulce.
O palo en la cabeza.
¿Qué es lo que sigue con nosotros
al cerrar los ojos?
¿Qué es lo que tu mano sostendría con fuerza?
Ahora que de rodillas busco bajo la cama
unas zapatillas de levantar
que pertenecieron a la pareja de mi tía,
visto la bata de mi abuelo.
Quizás todo sea calzar, arroparse
con lo que dejan nuestros muertos
y apagar la luz.