por Luan Ramírez
A modo de dron la extensión del coto sitúa la voz del texto describiendo una cotidianeidad brutal y a la vez humana de cómo las autorreflexiones «de lo que pasa» acometen al presente, lo tornan, entorpecen y singularizan, ya sea en lo que sea que pase, a su esencia. Se designarán las descripciones, sobrecogimiento y sintiencia expuestas en el presente texto, como obras personales que recaban e inteligentemente refriegan en un «rostro» el planteado devenir, que por personal autentico, que Ernesto González Barnert entrega en su Coto de Caza. Esto surge en las autorreflexiones sobre la herida, como sobre las caricias. «Aún apagando las luces en esta ciudad», «no se ven estrellas y por borronear en mi ley no podemos dormir juntos». El texto se locuciona en este caso por una voz no sexuada, auna las circunstancias geográficas, representa la queja profunda en la distancia de quienes se aman a través del teléfono. Es, de nuevo, la voz, quien obceca las percepciones de la distancia en la expresión totalmente confesional. No dejaría la importancia de acontecer que el coto cotidiano, opera en una escritura confesional, pero esta es atribuida a las fuentes de la voz que conciertan una opinión implícita, como sucede en «Franja de Gaza». Las reverberaciones entonadas por el esqueleto de los poemas dan, por tanto, visiones de la posición o más bien, de cómo esta voz se sitúa en el bagaje que acarrea. La voz amadora del coto se sabe desde donde habla, pero no por eso avizora los límites que le decanta el diario vivir. Todo lo contrario, la poesía, la poesía como modo de vida, más allá de la performance, aparenta ser una calle con una infinita salida tal, que augura la pérdida de los limites porfiadamente, como si se presentara cual energía terca extendida en un macro infinito de saberes, donde la voz del coto, quizá cazada por la búsqueda, por la necesidad de respuestas, corre deliberadamente en los no límites del coto imbuido completamente por la fuerza poética que le envuelve. Eso no implica que, como la voz se mueve desde su bagaje cultural y personal, sea sesgada, o que, confiera de certidumbre su saber con oposición. Todo lo contrario, se deja llevar, aún así sea resignadamente. «La poesía porteña es como ese hombre que machaca en mi día de asueto», «no sé dónde ir, en esta ciudad pasada a viejo orin y sombras chinescas. En realidad hace rato perdí el punto, dejé de tirar migajas para volver».
El poleron dos tallas más grande, la brisa fresca, los dichos de la abuela, el afilador de cuchillos, Rachel Corrie, Canetti, Nungesser and Coli, tienen algo en común. Todxs gozan de una esencia estética que les atribuye signo. Es cierto, apuntalan a las diversas proyecciones que articulan los poemas del coto, o más bien dicho, las memorias, empero, son elementos que articulan la esencialidad de lo personal de esta voz que locuciona. Porque en este territorio mucho es cosa, otras son amores, amadas o decepciones y a la vez, totales orgones que representan lo que se siente que «cada cosa siga en su lugar». Luego de la apertura de telón, se abre el coto de caza en su extensión solemne y atormentada. La voz expresa que el proceso escritural de obra advierte un descubrimiento. Es aquí donde con mayor fuerza (clara finalidad) se naturalizan las esencias de las cosas. «La fotografía ha destruido el retrato fiel». ¿Qué es lo que se veía en el momento de tomarla? ¿Cuánta es la diferencia en el instante IRL a sólo ver lo fotografiado? Es lo personal, lo sentido en el momento, como de enajenada función destructiva, lo que la voz designa como realmente legitimo en el camino de la vida. No es la foto, es cuándo se tomó, ni el polerón, si no quién lo usaba, el fondo situado fuera de la voz, lo que importa en el coto. Es por tanto la caza furtiva de la poesía en el brutal cotidiano. Sumándose, la constante no proximidad en el coto de caza de la poesía furtiva, es como su habla, silvestre, o más bien, animal. La voz presentada por el autor retrocede. Relata sin ánimos de enorgullecer o desmedrar su experiencia vivencial, el cómo ha surgido desde la infancia. Proyecta y compara, pero no se queda en el conflicto. Esto ocurre por una tendencia a predisponer a quien lee a la acción del terreno y no así a lo que pudo haber «biográficamente» reflexionado el personaje situado por la voz. Y da, de modo metafísico, la ambivalencia a lo que es vagar para este relato. «Divago por escrito». Se entiende que la quizá despersonalización con el ahora, pero la concentración por el detalle y la causalidad de la esencia de las cosas que le suceden, contraen su significado de vagar, en realidad, por una fijación certera hacia el fondo de lo que le sucede. Divagar por tanto no es tal alejamiento si no proximidad. Lo cotidiano es signo de lo profundo. El coto adquiere propiedades terribles, donde sucesos propios de la circunstancia contextual avasallan la vida del personaje de la voz, como lo son los conflictos personales, de familia, y ver como todo se va ante una localidad costera concurrida que dice adiós a sus habitantes, porque todo se va. «A veces la vida nos duele donde no venceremos».
La convención escritural no empatiza mucho con el coto, o, mejor dicho, viceversa. Este texto se fragmenta conduciendo la no realidad y realidad como nexo a lo generado por los estímulos de la vida cotidiana que surgen en el personaje que nos muestra la voz. A campo traviesa el dolor del coto significa uno de los puntos relevantes del texto, y ocurre que, el coto en su delimitación sistemática-social-cultural es insensible, promete y dificulta quizá designios más luminosos del vivir. El coto es por antonomasia poco amigable. «Hace cuánto que no escribes Ernesto?» Consulta el primer verso de «Hansel y Gretel», el cual invita arrojadamente a reflexionar sobre cómo se sitúa la cardinalidad del «Ernesto», su posición geográfica, el momento de mudez, donde se pregunta también, soslayado, un por qué. La metapoetica del texto que, si bien no sigue una coordinación de aparición, es la que motoriza los procesos autorreflexivos sin sostener una mirada selfie, porque si bien, se relaciona la identidad fluctuante del «Ernesto» en el coto, la voz, no entrega las conducciones, trayectos, recovecos de la reflexión si no que presenta el panorama ya masticado con conclusiones. Tampoco se esclarece una matemática sobre cuestionamientos, o sea, justificación lógica de la holgura de las ideas, si no, se centra de lleno, en dar percepción al coto, lo cual es razonable, puesto seria menester tener a primera mano el entendimiento de un territorio donde se caza o donde se puede ser cazado, más allá de las divagaciones de lo experiencial y de si la caza es metafórica, puesto, la torrencia del texto es un modo. Por tanto, la voz está situada en el infinito delimite del coto. Se ha ideologizado por su bagaje, placeres propios de la vida cotidiana que valida como salvaciones y reparte, con solidaridad cómo se siente o lo que representa lo espástico de quedarse ante miles de imágenes por segundo «frente al espejo al final del pasillo». «Por añadidura, no me parece fortuito que nuestros destinos vinieran a enredarse a propósito de un arte, en lo esencial, bruto. Y hayamos bajado la guardia…». La voz entiende y analiza lo ineludible de verse vulnerable ante la acrónica perspectiva de la realidad que se cuenta en este texto. Fijarse en lo esencial conlleva abrirse sensiblemente al mundo, que puede ser sórdido. El libro nos superpone a los encuentros que pueden ser leídos no cronológicamente. La matriz del coto estimula de otra forma a la voz, dependiendo de la fenomenología natural y su circunstancia, y este devenir siempre será una caza o yuxtaponer la holgura de la idea de la guerra a lo que genera estimularse. «Me alcanza lo que dejo sin decir», porque la experiencia trasciende a las palabras que clichés, remontan al «no son suficientes». Es la observación de lo amado, lo sensible y el encabalgamiento de las ideas a través del nexo y no nexo con la realidad lo que articula el comienzo de la caza y de saber esconderse en la oscuridad, de este aparente coto de caza, que como representación del ahora, solo codificada, es interminable.
Sobre el poemario Coto de caza de Ernesto González Barnert (Das Kapital). Reseña realizada por Luan Ramírez, estudiante de Tecnología Médica, quien es parte del círculo literario Manuel Durán Díaz y del Taller de literatura y género de Carmen Berenguer.