Por Juan José Jordán
Por lo general bastan unos cuantos párrafos del inicio de una novela para que el lector se pueda hacer una idea de por dónde va la cosa. Más aún en el caso de una narración de época, gracias a los acuerdos tácitos que implica la comunicación literaria, esa complicidad que funciona como horizonte de expectativa en donde el lector puede sentirse tranquilo; será testigo de una narración a la que le conoce el tono y el ambiente le será familiar. Diablo conocido. ¿Y qué dice ese horizonte? Por ejemplo, que los platillos voladores son una cosa, un mundo y los conflictos entre los ejércitos de los distintos países latinoamericanos con los nativos es otro tema y a nadie en su sano juicio se le ocurriría mezclarlos. Pero a Bizzio no le puede importar menos cuales son las ideas que nos podamos hacer y va llevando la narración por pasadizos inesperados de una inventiva deslumbrante.
Año 1870. Una compañía de militares argentinos está dedicado a cavar una zanja, aparentemente única solución eficaz para frenar los malones de los indios, violentas incursiones en la que arrasan con todo lo que encuentran a su paso. Se trata de un proyecto de gran extensión: se espera que la franja alcance una extensión de 1000 km, con unas directrices de tamaño bastante estrictas. Todos saben que no será más que un saludo a la bandera y los malones continuarán igual, aunque a lo mejor sirva contra el robo del ganado… bajo un sol abrasador, el trabajo macha lento, pero marcha. De pronto algo pasa: una picota se clava en el suelo y encuentra algo duro. Irrompible. El coronel manda a un grupo a inspeccionar hasta dónde llega el extraño objeto y ver de qué modo seguir. Tiene aproximadamente 70 metros de diámetro y nadie ha visto algo semejante.
Los soldados, para bien del lector, no se quedarán con la duda y entran a ver de qué se trata. Luego de perderse en pasillos y chocar con muebles invisibles se topan con dos seres de aspecto particular que rápidamente serán bautizados como “chicos”. Con las mismas extremidades que los humanos pero transparentes, al punto que es posible ver su cuerpo plagado de venas azules. De vidas extraordinariamente extensas, llevaban encerrados varios miles de años, enterándose de los pormenores del universo gracias a una enseñanza eficaz en donde una pantalla cumplía un rol relevante.
Desde el inicio de la narración hay un juego que integra lo insólito a un registro realista, que permite que la aparición de lo extravagante se integre orgánicamente a la narración. Esto está hecho de forma elegante, sin que se note, como James Bond espiando con un martini en la mano. De pronto aparecen animales que el lector en su vida ha escuchado nombrar pero para no quedar como ignorante la deja pasar, como sucede con los curiosos “Mbaturí”, que los saldados encuentran un poco antes del hallazgo del objeto inclasificable, especie que al parecer queda muy sabrosa a la parrilla. Sin ir más lejos, la misma zanja fue real, medida del Ministro de Guerra de aquel tiempo para frenar los malones sin tener que recurrir a medidas más agresivas.
Los chicos tienen gran habilidad para imitar las palabras que escuchan y rápidamente pueden hablar un perfecto español sin pasar por alto las groserías, claro. Pero su característica más distintiva es la de ser increíblemente ladillas, verdaderas pesadillas, aunque muchas veces no quieran causar molestia; están curiosos por explorar el entorno luego de todas esas eternidades encerrados y quieren conocer y experimentar todo, sin que conozcan de tabúes ni vergüenzas.
Hay una reivindicación del acto de narrar, del trance en el que cae el lector cuando el escritor crea mundos. A lo mejor la realidad es muy aburrida y por eso siempre se han necesitado relatos que amplíen lo que se conoce. La chica no sabe cuál será la naturaleza del relato que le contarán los indios, siempre bajo amenaza de dejarlos caer si no cuentan algo interesante. Se transforma en una poderosa revelación que los trastorna: la comprensión del mundo no está determinada por un agente externo, con esos planes y programas de estudio tan antiguos, como se señala en esta cita, dando cuenta del modo en que los habitantes de la nave eran educados: “Les contaron cuentos que venían desde tantas generaciones que ya rozaban los bordes de la eternidad”. El relato se transforma entonces en una forma hipnótica de entender el mundo, estrechamente relacionada con el azar. En cada conversación escuchada al pasar se despierta la siempre importante curiosidad como modo de acceder al conocimiento, pero también nos pone de testigos de un mundo que ni nos imaginábamos posible, que es un poco lo que pasa en esa forma sofisticada del capuchenteo que es la literatura.
Los diálogos son ágiles, adaptándose los personajes a distintos registros de habla. No tiene nada que ver con ese respeto sacro que termina volviendo intocables a determinados grupos. En este sentido el humor cumple una función vital de desarticular y distender las relaciones. Observemos un fragmento de cuando los caciques Maulín y Rumay se encuentran con tres jefes de la milicia, extraviados todos adentro de la nave:
—Dejá —le dijo a Maulín, y le apoyó una mano sobre el brazo—, ¿qué te importa si nos dicen salvajes? ¿No lo somos acaso? Y es más: ¿no es lo que nos gusta?
—Sí, pero si hoy permitimos que nos llamen salvajes, mañana quién sabe lo que nos harán. Estos son capaces de hacernos pasar a la historia hablando en gerundio, Alvarito, mirá lo que te digo.
—“Indio matando huinca durmiendo”.
—No te hagás el pelotudo, Alvarito, que no es gracioso. Y ojo, que te lo digo en serio. ¿Qué querés, divertirlos? No, querido, yo tengo una idea mucho mejor, oí: los matamos, los cuereamos, les cortamos la piel y la vestimenta en lonjas, lo anudamos todo y hacemos una cinta larga para encontrar la salida de una buena vez. Que querés que te diga, yo ya estoy harto de andar como bola sin manija por acá dentro.
Rumay hizo un gesto de censura.
—Sos muy joven todavía.
—Joven o viejo, me importa un sorongo eso a mí —retrucó Maulín—. Los cuereamos nosotros o nos cuerean ellos. Mirá como te miran de soslayo los hijos de puta…
Hay una forma particular de acercarse a los temas complejos que dejan helado. Sin anestesia y a veces justo después de una carcajada se describe un enfrentamiento brutal o una escena de abuso sexual a un niño, en donde el degenerado afortunadamente recibe su merecido pago. Esta mezcla de tonos, que hace que el lector quede medio patuleco sin saber muy bien como reaccionar, es otra forma en que el autor juega con el horizonte de expectativas. Es posible una prosa que utilice el humor y al mismo tiempo describa situaciones violentas y retrate, aunque sea forma tangencial, la insignificancia del ser humano en el cosmos. Con un final estremecedor que logra conjugar esa amalgama de reacciones, sitúa al lector en un estado particular en donde desconfía de su propia risa, ¿qué está pasando acá, qué es lo que asoma debajo de esta carcajada?
La proliferación de personaje y los constantes giros en la historia pueden hacer que a ratos se vuelva cuesta arriba seguir la narración, como un árbol al que no le paran de salir ramas. Pero de todos modos, es coherente con la situación inicial, el absurdo de esa zanja que representa un increíble esfuerzo que se sabe que no servirá. La dificultad de relacionarse con el otro, extraterrestres, indígenas, da lo mismo, atraviesa la novela como una flecha. Cada cual trata de arreglárselas como puede con su entorno.
Ficha Técnica:
Título: En esa época (Novela)
Autor: Sergio Bizzo
Editorial: Laurel (primera edición por Mansalva)
Páginas: 152
Año: 2023
Juan José Jordán (Santiago, 1982). Egresado de Literatura Udp. Ha hecho talleres literarios, participado en proyectos de edición y ha intentado hacer de periodista en diferentes entrevistas. Le interesa la lectura como espacio de diálogo.