Es extraño estar hoy presentando este libro en Concreto Azul, Valparaíso. Un volumen que de alguna manera tiene el aura de ser un libro mayor, una leyenda que venimos seguiendo hace bastante tiempo, por lo menos 5 o 6 años al ojo, desde que avizoré los primeros poemas en un concurso y después una edición preliminar donde atisbé a esta joven promesa del norte de Chile en el pasillo de la Universidad desconocida. Un autor que además se sumaba a la nueva camada de poetas que venía con fuerza a quebrar el cliché, falso por lo demás, de que en el norte no hay poetas.
Cumbia ácida, de Editorial Aparte, con apenas cuarenta páginas, se une a este catálogo interesante e inteligente que ha ido desarrollando otro trmendo poeta ariqueño, poco mayor, Rolando Martínez Trabucco.
El volumen se nos impone rápidamente como un contrapunto a cualquier norte idealizado en torno a las riquezas de su tierra, las bellezas del paisaje desértico, sus cielos límpidos y observables, su gente, los trabajadores de la minería, la cultura ancestral.
No es que no estén sus ecos o resabios, solo que Rodrigo Rojas Terán (1987, Arica) los tiene maniatados a la silla eléctrica de la realidad. Así recoge el guante de una cultura fronteriza y mestiza, hilada por el ritmo cautivante y devastador de la cultura del narcotrafico, las pandillas aymaras, el flaiterismo, el surreachilismo, la violencia demoledora en todas las capas de la torta nortina desde tiempos ancestrales unidas por un playlist de fondo ácido, chicha, cebollento, pop, con un dejo meláncolico no de lo que era, sino de lo que no puede ser.
Cumbia, es un libro situado en Arica y sus alrededores pero con un autor detrás duro, frío y distante en su pulso y notas, que sabe apuntalar la desazón, el vacío o la brutalidad arbitraria, el desface y descontensión emocional abrupta y excesiva en la variopinta fauna que cruza el poemario sin perder de vista el colorinche del decorado, lo adsurdo de la trama, la violencia de los afectos.
Sin duda, esta pequeña joya de libro va de lo terrible a lo miserable con genio, se solaza en su «lar» hecho de retazos de lo que los diarios hacen tanto la vista gorda como evitan. Y lo traza con cierta lucidez fría y quirúrgica, ingeniosa, desternillante en un escenario chillón, intenso y sorprendente de imágenes, escena extremas, donde acontece el poema o su experiencia.
Así esta bítacora de sobrevivencia, notas afiladas o delirantes, a presión, nos hablan, desacomodan el cliché, subrayan el fuera de foco salvaje del norte. Pero sin perder gracia y sutileza, la belleza cruel de la escena. Cancerbero ácido de su realidad fronteriza. Y todo esto con un ritmo demoledor y trepidante, ominoso.
Este es un libro que llegó para quedarse entre nosotros. Ojalá tenga más y mejores lectores. Llegue a los textos escolares. Porque forma y fondo -esos Tom y Jerry de la poesía–, se equilibran con tanta armonía, delicadeza, brillantez en este trabajo, que pasma. Además éste joven autor nos recuerda que los mejores libros se escriben con imágenes, al borde del silencio, del deseo de silencio.
Cierto, me asusta lo implacable de la voz que sostiene esta poesía, su pulso quirurgico, porque no da espacio al error o la bondad, solo a la belleza y a la perfección en el que se la juegan estos duros y grises personajes, este decorado de marginalidad y pobreza, machacados por la violencia y el desdén en su cotidianidad o experiencia.
Me gustaría ver una realidad que también le quiebra el saque a la voz de estos poemas deslumbrantes y que ya no parece esperar mucho más de sus habitantes, en el que un odio crítico apenas controlado se juega en estas páginas. Una ácidez con la que coqueteamos, pero no queremos despertar toda una vida junto a ella en la cama. No podríamos dormir tranquilo, obliga a abrir un ojo y cerrar el otro en la noche oscura, atento al lobo. Claramente el norte de Rojas Terán es más aterrador que dramático. Y eso da miedo.
Por último, me entretengo estos días viendo quienes serían los padres -en esta tradición endogámica que es la chilena–, de cada poeta que leo o releo medio en broma. A mí, Rojas Terán me parece el hijo mayor de Bruno Vidal y Jaime Pinos, lo sepa o no.
Para ir cerrando esta nota en la librería del momento, expresar a los aquí presentes o excluidos, que Rojas Terán es uno de esos poetas que de mantener en otro libro esta fulgurante y precisa belleza, esta dureza, tendremos que exportarlo de Arica a Stgo por razones de Eº. Ayer estuvo de cumpleaños Clint Eastwood y no es casualidad que hoy celebremos al poeta Rodrigo Rojas Terán. «John Wayno, ex músico chicha/ sabía de esto».
(Editorial Aparte, 2018, 40 páginas)