Oriundo de Valparaíso, Daniel Hidalgo, profesor de lengua y literatura y escritor, radicado hoy en Santiago, nos cuenta que le gusta romper esquemas a la hora de escribir. Para él, escribir lo considera un privilegio. Daniel, quien reconoce que se entrega al vértigo de la escritura, nos dio su opinión acerca de las editoriales independientes y nos contó que durante la pandemia ha creado y se ha reencontrado con lecturas. Te invitamos a leer la entrevista y conocer más sobre él.
-Cuéntanos un poco sobre ti
-Vivo en Santiago centro, en un piso 23, así que veo la ciudad desde las alturas, desde mi balcón. Desde acá, a algunas cuadras de la zona cero del estallido, Santiago se parece a Gotham City. Como crecí en un cerro de Valparaíso, estoy acostumbrado a esta vista vertiginosa. Este año una estudiante me recomendó el último disco de Dua Lipa y estoy pegado escuchándola desde entonces. También me gusta Halsey que la encuentro una artista total, estuvo hasta en primera línea tras las protestas por el asesinato de George Floyd. Tomo dos tazas de café diarias, a veces hasta tres.
-¿Cómo llegaste a escribir?
-Fue en el último año de la universidad, estudiando pedagogía. Antes había hecho comics paródicos, en el liceo, de muy mala calidad, hechos a mano y fotocopiados. También, desde los 14 años, compuse canciones para las distintas bandas que tuve. Para mí la canción es el género literario perfecto, porque debes contar una historia, haciendo uso de imágenes, con ciertos márgenes definidos, de forma sintetizada y manteniendo la atención, el ritmo, marcando a quien la escuche. Mis canciones también eran paródicas, eran mezclas de música cebolla y punk, o cumbia electrónica, jugaba con los géneros. Pero después, ya había leído mucho, tanto en la universidad como en mis lecturas propias, y sentía que, como lector, tenía ideas y sospechas sobre la literatura que podía poner en escena en ficciones. Me puse a hacer cuentos que fui mandando a concursos y no me di ni cuenta cuando ya empecé a publicar libros.
-¿Cuál es el género literario que más te acomoda?
-Ninguno. Si algún género me parece cómodo me busco otro. O busco cómo distorsionarlo, mezclarlo con otras fuentes, otros lenguajes artísticos, volverlo complejo. No busco comodidad en la escritura, sino más bien todo lo contrario: romper la rutina, desordenar las ideas. A veces creo que la escritura es una forma de artesanía, entonces la gracia radica en que lo complejo parezca sencillo. No soy de los engrupidos que creen que al escribir raro o ininteligible, o imitando a la Diamela Eltit de Lumpérica, están haciendo algún tipo de vanguardia formateada, cuando en realidad están leyéndose y celebrándose a sí mismos. Creo en la literatura como un arte convocante, como una invitación a reflexionar y debatir sin prejuicios, y en ese sentido, como autor me siento llamado a expandir lo más que pueda sus alcances, al mismo tiempo que escapo de los moldes e intento no perder la honestidad. El día que no tenga nada nuevo que contar, voy a dejar de escribir.
-¿Cómo ha sido la evolución de tus obras desde que iniciaste a escribir hasta hoy
-Creo que todo lo que he escrito es una misma obra, o distintas aristas de un mismo proyecto. Alguna vez le escuché decir al profesor Leonidas Morales, refiriéndose a Nicanor Parra, que los poetas no armaban libros sino proyectos y que esos proyectos eran como mucho tres o cuatro libros y luego de eso estaban condenados a la repetición o a la autoparodia. Quiero pensar que estoy armando ese proyecto que nace incluso antes de mi primer libro de cuentos Canciones punk para señoritas autodestructivas y que probablemente continúe tras el último, Fanfiction. En ese sentido es un proyecto en formación. No tengo idea de si escribo mejor o cuento mejor las historias que antes, sin embargo, creo que he avanzado en mi desaparición como autor entre esos textos, cada vez hay menos espacio para mi voz y mayor la nebulosa por la que debería transitar el lector. Creo que escribir más es escribir menos y antes era de escribir de forma excesiva, chorreante, por ahí sospecho que hay algo parecido a una evolución, aunque no sé si soy yo quien deba definir eso.
-¿Cómo fue escribir tu último libro de cuentos Fanfiction?
Muy grato porque escribir es un privilegio, en tantos sentidos. Para Fanfiction recogí historias que venía cargando hace años, la mayoría desde mi infancia, pero como no escribo desde la experiencia, esta solo sirvió de base o como herramienta, luego las lecturas, los recursos metanarrativos y las posibilidades de la ficción hicieron lo suyo. Fanfiction se llama así no solo porque es un grito de reivindicación de la ficción, de la imaginación, de la libertad como encuentro colectivo, sino porque es un ejercicio borgiano, como Juan Luis Martínez respondiendo las preguntas de Jean Tardieu, busca apropiarse de los textos ajenos, como recurrir a la biblioteca para quemarla y dejar que las cenizas se expandan por el cielo del barrio, vivificar lo escrito. Todas las historias tienen una construcción metaliteraria, pop y bastarda porque bebe de muchas fuentes narrativas. A pesar de que la mayoría de esas historias me perseguían como fantasmas desde que vivía en Playa Ancha, en Valparaíso, traté de escapar de la zona geográfica, territorial, patriotera. Por eso los cuentos pasan en Las Cruces, Casablanca, La Ligua, en las inmediaciones de Plaza Brasil en Santiago, en un cementerio de Viña o en la distopía doméstica, en espacios lejanos al centro que representa el puerto de Valparaíso y sus cerros, que a ratos me parece que se ha vuelto una caricatura medio agotada en términos literarios para mí, en el sentido de que ya dije todo lo que quería decir desde ese lugar hace más de diez años. En general la literatura no me ha dado ninguna certeza, solo me ha confundido y entregado al vértigo. Es probable que todo lo que haya dicho en esta entrevista esté equivocado, pero los cuentos de estos libros ya los tenía muy trabajados, reflexionados y problematizados. El paso de los años me hizo abordarlos de otra forma y, aunque la búsqueda de unicidad los dotó de sorpresa en sus reescrituras, finalmente había algo parecido a un faro que los hizo fluir de forma muy natural.
-¿Qué opinas sobre la literatura nacional en general?
-No creo en la literatura como proyecto nacional, geográfico o emblemático. No creo que los libros tengan que ser banderas ni escudos. Prefiero dejar esas cosas a los soldados. Me gustan más los microespacios o la apropiación de otras tradiciones. Ahora mismo estoy leyendo mucho a los japoneses como Ryunosuke Akutagawa, Junichiro Tanizaki, Osamu Dazai, hasta más contemporáneos como Banana Yoshimoto, Ryu Murakami o Yasutaka Tsutsui. En general me gusta la narrativa japonesa porque es híbrida en términos culturales, en este ya largo y necesario debate sobre qué es Oriente y Occidente. Tiendo a pensar que el único territorio que debe habitar un escritor es su literatura.
-Durante la pandemia, ¿pudiste crear algo?
-He escrito más que nunca, pero también he leído mucho y visto series de Amazon Prime Video o Netflix y me reencontrado con el cine clásico y aquel que tuvo cierto impacto en mi formación. El confinamiento me hizo no solo abordar cosas nuevas sino también me permitió reencontrarme, con relecturas, cuando ya lo nuevo dejó de ser novedoso. Estoy armando un volumen de cuentos. Supongo que todo el contexto se verá inevitablemente reflejado en ellos.
-¿Qué es para ti escribir?
-A mí me cuesta reconocerme como escritor. Soy más bien un profesor de enseñanza media que escribe cuando el tiempo se lo permite o cuando acumula las lecturas necesarias. Aun así, estoy siempre pensando en la escritura y en la búsqueda de material para esta. Para mí, escribir, en este sentido, es poner en juego las ideas que las lecturas te proponen. Mi espacio es la metaliteratura, entonces es casi como hacer crítica, como crear un Frankenstein con restos de literatura de diversa naturaleza. A veces ni siquiera es solo literatura, también hay cine, música, videojuegos, series de televisión y comics que andan dando vuelta y cobran vida cuando se unen en una sola historia.
-Si tuvieras la oportunidad de conversar con algún escritor/a, ¿con quién te gustaría?
-Con cualquiera de mis amigos que escriben a quienes extraño mucho.
-¿Qué opinas de las editoriales independentes?
-Yo he publicado exclusivamente en editoriales independientes pero la verdad que no romantizo la idea. Como hay muy buenas, hay también muy malas. Habrá algunas que tienen algún tipo de inquietud cultural y política y otras que funcionan en plano estrictamente comercial, como pymes, publicando celebridades de internet, influencers que escriben algo que parece literatura, que tienen un buen número de seguidores y consumidores asegurados. Muchas siguen modas discursivas, catálogos, panfletos, igual que las grandes editoriales. Mucha impostura. Algunas ni siquiera están en librerías y cobran 15 lucas por sus libros de menos de cien páginas. Cuando empecé a publicar, escribir no tenía nada de glamoroso, no existían muchas editoriales y menos independientes. Hoy, por el contrario, publicar siendo joven y debutante parece muy cool y no hay editorial independiente que no publique dos o tres escritores nuevos al año para instalarse en la industria literaria. Ojalá estén pagando derechos de autor, porque hay un mercado que, por pequeño que sea, está más armado que hace una década, cuando de hecho no pagaban. Paguen. Repartan la torta. A ustedes les digo.
-¿Cuál es tu visión acerca de si en Chile se lee más?
-Soy profesor de lengua y literatura y, obviamente, este tema es primordial. Yo estoy convencido de que leer te hace más pensante pero también creo que leer no puede ser una obligación, sino que debe ser un acto de libertad pleno. Los índices de analfabetismo han bajado inmensamente, lo que se debería trabajar pedagógicamente es la calidad de esa lectura, que sea comprensiva, crítica, analítica, voluntaria, por el gusto personal de leer. Y que se sepa distinguir lo que es literatura de lo que no.
-¿Qué se viene para ti en el futuro?
-Espero que la sobrevivencia.