Tuvimos la oportunidad de conversar con Diego Alfaro Palma sobre la poesía de Trabajos voluntarios, su último trabajo. Nos comentó sobre los libros que deberíamos tener en una biblioteca personal, como también la curiosidad que tiene la poesía en este libro. Te dejamos invitados a leer la entrevista.
—Cuéntanos de ti
—Soy «un busquilla», es decir, una persona que se interesa por temas y va hasta el fondo del asunto para intentar desentrañarlos. Esas búsquedas me llevan a viajes, a conocer gente, bibliotecas, librerías, carreteras, etc. Desde muy chico el viaje formó parte de mi vida, por ser hijo de marino, y al mismo tiempo me llamaba la atención la naturaleza, su diversidad de formas y procesos, por herencia de mi madre y mi abuelo materno. Entre medio de eso apareció la poesía que es en sí una forma de estar alerta, indagar, conversar y trasladarse.
—Háblanos sobre la poesía de Trabajos voluntarios
—La poesía sobre la que se habla en Trabajos voluntarios es estrictamente poesía escrita en Chile, pero pensada desde un ánimo y una serie de referencias latinoamericanas, o americanas, si se quiere. Por eso es un libro de ensayos para introducir en la poesía, que es algo que siempre parece tan cerrado y oculto como una secta o un gabinete de abogados. Eso es lo que intenta: mostrar los procesos, el cómo se desarrollaron algunas escrituras y qué tiene que ver eso con una identidad, con miles de conexiones culturales o históricas y qué finalmente podemos sacar en claro para nuestro día a día.
—¿Cuál es la curiosidad acerca de la poesía?
—No recuerdo quién dijo una vez que las y los poetas son personas que en sí nacieron con problemas de lenguaje (lo corroboro, asistí por años a la psicopedagoga). A mí me llama la atención eso, la capacidad que tiene la poesía de hacer decir al lenguaje cosas que él no conoce, con formas y modos a los no está habituado y, a la vez, de mezclar un mundo sumamente personal con miles de elementos dispares: la geografía, la cultura, la zoología, la economía, la política, la religión, etc. La poesía es otra forma de hablar.
—¿Cuál es la importancia cultural de internet en la poesía?
—Hoy por hoy no hay catálogo que no esté en línea u obra que sea rastreable en revistas online. Y eso está genial para gente demente como yo que rastrea absolutamente todo. Si un día me da por buscar poesía escocesa contemporánea, sé que la encontraré, lo mismo con traducciones de los clásicos. Quizás el punto flaco de todo esto, es que también las redes sociales se dan para levantar ídolos de papel crepé, obras más sustentadas en un automarketing que otra cosa, lo que llamo «poesía yo-yo» o la «poesía de hombro», es decir, de quién muestra más el cuerpo en sus fotos en las redes, mezcladas con poemas horribles.
—¿Cuáles son tus top 5 poetas nacionales y por qué?
—A ver, este ranking es personal, es más por afinidades electivas, por obras que me marcaron. Así que ahí voy:
Vicente Huidobro: por su plasticidad, arrojo y movilidad en las imágenes.
Rubén Jacob: Porque supo yuxtaponer miles de elementos diversos y coordinarlos en un solo discurso y flujo.
Cecilia Casanova: por su capacidad de crear objetos mínimos, de bolsillo, y a la vez tener una voz libre de toda atadura.
Enrique Lihn: por ser el busquilla, el que tuerce, el que pone en duda la duda misma.
Gabriela Mistral: por su relación intensa con el territorio y la naturaleza en constante cambio. La siento cada vez más necesaria.
—¿Se escribe o se lee más poesía en Chile?
—Las dos al mismo tiempo. Es poca la gente que lee poesía sin escribirla, aunque tenga sus poemas guardados en un cajón con llave (conozco a varios). En Argentina y en México pasa exactamente lo mismo. Pero en Chile la cosa es más endogámica esa doble militancia, más porque somos un país-isla: al final siempre somos los mismos, o nos conocemos bastante bien entre las y los poetas y las y los lectores. Lo que sí siento es que hoy cada vez se lee más poesía, sobre todo en los más jóvenes: la brújula apunta hacia allá.
—¿Qué fue lo que te llamó la atención de la propuesta de Vicente Huidobro?
—Huidobro es el poeta más joven de Chile, debe tener aproximadamente 25 años. Gran parte de su obra está hecha con ese ánimo: en él no hay nada que perder, todo es válido y la literatura es una juguetería abierta al robo. Huidobro se esmeró en crear una poesía asentada en el presente, con acciones que ocurren en el mismo poema, eliminando así el fantasma del pasado y la nostalgia… que lo vino a visitar en sus últimos días.
—¿Cuál crees que es el legado de Nicanor Parra en Chile?
—Es difícil hablar de legado en el caso de Parra, porque cada vez siento más que su obra es desigual. Para mí lo esencial es Poemas y antipoemas, ese es el gran libro que dio vuelta la tortilla en latinoamérica, y luego sus artefactos. En su obra hay varias cosas geniales como «La vuelta del cristo de Elqui», pero también otras que siento que no pasan la prueba del tiempo. Su legado está en que descontracturó la poesía nasal, nostalgiosa y tremebunda de este terruño, rompiendo así la lógica bivalente que prevalecía: Parra permite pensar que dos cosas son posibles en un mismo momento, que algo sea gracioso y absurdo, que sea alta cultura y cultura popular al mismo tiempo.
—¿Qué tiene Armando Uribe que no tenga otro poeta?
—La palabra muerte puesta en cada poema que escribió. La repitió tanto que se volvió inmortal. El día que se murió a nadie le extrañó, terminó siendo un poema suyo más.
Lo otro: esa capacidad de hacer crujir el poema. Eso también lo tiene la Mistral: es un maestro de los sonidos y las aliteraciones, lo que nos conecta con tradiciones más vastas, como la de la poesía medieval de los juglares.
—¿Cómo fue crear Trabajos voluntarios y cómo fue su proceso creativo?
—Hay textos aquí que son del año de la cocoa, que tienen por lo menos 15 años. Yo los venía juntando en un archivo word que pasó por varios amigos, hasta que Guido Arroyo se animó y dijo: esto es un libro y hay que publicarlo, y se lo pasó a Rolo Martínez, de ediciones Aparte. Rolo a su vez dejó el proceso de edición en manos de Gaspar Peñaloza, y ahí estuvimos más de seis meses revisando texto por texto. Gaspar fue esencial: no sólo revisó, sino que le dio un orden al libro, mezcló con completa libertad y yo lo seguí en sus opiniones. Cuando ya todo estuvo listo escribí el prólogo que se llama Trabajos voluntarios, un título que también viene del año de la cocoa y que me lo tenía guardado, juntando polvo. Así como se ve es más bien fruto de un accionar colectivo, en donde lo antiguo se reescribe para amalgamarse con lo nuevo.
—¿Cuáles son los libros fundamentales que hay que tener para entender la poesía chilena contemporánea?
—Aquí nuevamente me ponen en una situación difícil, así que respondo en calidad oficiante de la poesía y de los libros me han servido para entender la poesía de los últimos 30 o 40 años:
- Los trabajos y los días de Elvira Hernández que es una muy buena antología de ella, te muestra lo dúctil que es y lo distinto que son cada uno de sus proyectos. Una esencial.
- Poesía reunida de Rubén Jacob que te muestra a un poeta quitado de bulla que le pasó factura a todos, haciendo una obra inesperada y grandota en 3 libros.
- Anteparaíso de Raúl Zurita es una obra en donde toda la geografía se une al dolor de una América quebrada, para mí de lo mejor del Zura. En ese sentido también pondría la obra completa de Cecilia Vicuña que va por la misma línea, pero poniendo en escena ese quiebre y buscando una sanación de lo colectivo.
- La ciudad de Gonzalo Millán, es una señal en tu camino. No se puede pensar la poesía chilena actual sin esta planta sagrada.
- La casa devastada de Carlos Cociña, que para mí es de las últimas chupadas del mate. Cociña aquí mezcló biología, ingeniería, química, urbanismo y un sin fin de lenguajes en un libro alucinante.
—¿Dónde podemos encontrar tu libro
En librerías llenas de humor y oficio: Qué Leo Forestal, Librería del Gam, Catalonia, Qué Leo Viña del Mar, Fiestita Loca (Limache), Gato Caulle (Valdivia),Kalimera, Truman y Buscalibre.
Diego Alfaro Palma: http://diegopersonae.wordpress.com