Cada verano Sophia visita a su abuela en un pueblo ubicado en la costa de Finlandia. En esta rutina veraniega, que con el correr de los años va tomando la forma de una tradición, se forja una complicidad única que tiene como motor principal la palabra y la imaginación. Todos los momentos que viven juntas, están determinados por detalles que se convierten en narraciones orales que irán tomando la forma de la literatura.
El libro del verano de Tove Jansson, recientemente publicado por Compañía Naviera Ilimitada, no es un refrito insufrible de cursilería y pomposidad esnob. Como quizás se podría llegar a creer, no se construyen historias abundantes en moralina y cátedra social, por el contrario, está patente la idea de documentar la naturaleza que rodea a un lugar incierto y alejado en donde nada parece transcurrir: «Cuando sopla el viento del sudoeste se tiene la sensación de que los días transcurren sin cambios o incidentes de ningún tipo. El día y la noche se suceden con el mismo susurro suave y tranquilo». En toda la novela, o quizás en todos los relatos que en su conjunto van tomando la forma de una novela, está presente la figura de la leyenda local. Si sucede tal fenómeno natural ocurrirá tal cosa; si un hecho en particular se presenta en una hora determinada, ocurrirá tal otra. Está la necesidad de ir más allá de los personajes y su construcción decimonónica, hay una escritura –que es finalmente una visión de mundo- en donde la potencia de los contextos importa más que cualquier particularidad.
La textura del libro de Jansson se juega en esos espacios no dichos, en todos los silencios de tradiciones que se entienden como un pacto social. Quizás no es relevante que la madre de Sophia haya muerto en un accidente y que su padre tenga apariciones fantasmagóricas. Pese a estas piedras familiares que de por sí determinan la vida de una hija, lo que sigue primando sin alternaciones es lo contextual del entorno.
En la novela hay una oralidad que pretende desterrar la homogenización del mundo que desde los proyectos de globalización se nos quiere imponer. Quizás Tove Jannson lo que hizo en este texto, de forma involuntaria, es una novela política camuflada que vaya más allá de las propias construcciones del género. La preservación de una memoria única, en donde los ritos y los imaginarios culturales propios se posicionen por sobre todo y todos es una muestra clara de estar a contra corriente. Se quiere mantener viva, de generación en generación, la historia de una comunidad olvidada, la preservación de un tejido no oficial que es también una forma de construir resistencia.