—De un tiempo a esta parte, en la narrativa chilena contemporánea se publican novelas fragmentadas y de pocas páginas. Sin embargo, la tuya es una novela extensa, de párrafos largos y fraseos intensos, me parece que hay una praxis distinta en tu forma de operar y construir narrativa.
—El fenómeno es latinoamericano. La industria pide una brevedad vendible y aunque sea fácil descartarla, hace medio siglo se escribían novelas cortas y magníficas aquí mientras la industria buscaba las largas del boom para satisfacer el mercado europeo. La moraleja es obvia, escribir fue y es un acto de libertad y yo disfruto las frases extendidas. Una vez quise comprar la pentalogía de Bernhard en inglés, ¡y se las habían cortado! También vi una edición en castellano de Saer que le corregía las comas. ¡Qué van a sa’er si la literatura es respiración! Me interesa que el lector se haga consciente de que inhala y exhala. Solo la Gran Guerra pudo interrumpir con un punto el paseo de Johann Winter por su casa en Sobre nosotros callaremos. Yo buscaba unir sucesos que de tan fragmentados eran ya invisibles, por eso la prosa pedía continuidad. Creo en literaturas que cuestionan el estado de cosas —que hoy es el de la autoficción para leer de una sentada—, y también en los equilibristas que eligen sus cuerdas: este libro, sus párrafos y frases tienden a ser largos, pero los capítulos son cortos, con escenas definidas.
—Sobre nosotros callaremos es una novela que se juega la vida en lo no dicho. Hay muchas figuras que dialogan con el texto sin hacerlo evidente, por ejemplo, los montones de basura que guarda Modzelewska en su casa son la historia familiar no resuelta que pesa e intoxica todo su entorno. Allí aparece la necesidad de remover, de encontrarse con lo que está oculto.
—Así es, mi adicción a la lectura pasa por ir llenando lo que la escritura vacía. Remover la memoria no garantiza nada, el pasado se encripta si lo intentas abrir con las contraseñas de otro momento. En el ejemplo que das, la acumulación inicial es también la de las imágenes en la prosa y espero que los lectores se encuentren con ellos mismos, con una intoxicación casi placentera que no está dicha en Sobre nosotros callaremos, sino provocada por ella. Aún me asombra que lloren, rían y rearticulen sus propios relatos afectivos a partir de unas marcas negras sobre el fondo blanco.
—La novela está construida por diferentes registros. A la narración convencional la siguen papeles burocráticos de clínicas, comisarías, pasaportes, mapas e incluso fotos de maletas. Hay un giro híbrido desde el cual poder narrar.
—Pensé las imágenes como texto. Son documentos oficiales que acreditan una verdad y, como tales, amplían las interpretaciones de la novela. No hay retratos porque quiero que imagines las apariencias y los movimientos de los personajes, narro algunos que encontré y los configuraron con los archivos y testimonios. Rastreé esos hechos y los expuse particularmente, escena tras escena, eludiendo las generalizaciones que juzgan a los personajes en vez de mostrar su complejidad. Si redujera Sobre nosotros callaremos al ámbito de la no ficción sería por haberme enfocado siempre en personas que existieron. Las escuchaba, las veía, las olía, a unas pocas llegué a tocarlas, y cuando lo haces, inevitablemente las perdonas. Ir desde el presente hacia atrás facilitó el proceso, porque puedo predecir las reacciones de mis padres basado en las experiencias compartidas y tejer desde ahí recuerdos más vagos. Luego tiré del relato deshilachado de mi abuela y hacia atrás los documentos se adhirieron a decenas de personalidades que detonaron mi inconsciente. Aunque lo más importante de esos papeles quizás sea el lenguaje burocrático puesto al lado del literario. Se complementan, tiemblan como al juntar azul con amarillo.
—Estamos ante una novela de ciclos y contextos. La migración como la figura de un eterno retorno que no se detiene, pues todos los personajes viven en un país de otros, son figuras en movimiento que siempre creen que la vida está en otra parte.
—Me cuesta aceptar que la vida esté solo aquí, es como si los traicionara. Dividí Sobre nosotros callaremos en estaciones de un año que retrocede. Cambian los contextos que estos nómades padecen y también crean: «Nadie aguanta siglos fuera de su país natal», apunta Elizabeth, «heredamos la urgencia de la huida, se siente una angustia difusa en la garganta que los descendientes no saben de dónde viene, porque en general no saben nada, y los pies pican por irse lejos como si eso los acercara al lugar de donde comenzaron, pero empiezan a acumular lugares por padre y madre hasta que las sucesivas migraciones se alejan entre sí y en cualquier parte se es un extranjero», escribía con variaciones en las frases y no en la grandilocuencia cada noche de la cabalgata en carretas hacia Ozorków. Los caminos estaban más concurridos de lo que se imaginaban, todos parecían mudarse replicando a las desesperadas noblezas. «Aun volviendo a Sajonia nos habremos alejado de otro punto de partida, el de nuestros hijos que nacerán en Ozorków y a ellos les pesará un nuevo origen, les quedará la garganta apretada sin saber por qué querrán huir».
—¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar con Provincianos? También has publicado en Alquimia, te mueves en el circuito de las editoriales independientes.
—Ha sido espléndida, agradezco el ofrecimiento de Andrés Urzúa, que la diagramó con paciencia obsesiva. La edición de Nicolás Meneses fue indispensable. Así las licencias para la portada de Daniela Quintana. Le dedicaron un año entero, ¿quién hace eso hoy? Editoriales independientes como Provincianos producen con amor el mejor libro posible e internet ha morigerado las desventajas de difusión y distribución. Llevo una semana recibiendo mensajes entusiastas de lectores que no me imaginaba. En Alquimia publiqué tres libros en un año, también valoro esa confianza aunque a estas alturas estemos fuera del circuito: «yo siempre fui fondista / troté en los campos y ciudades, pero / jamás sobre la pista: / tanta vuelta y esmero / cansan».
—¿En qué te encuentras trabajando actualmente?
—En El verso desregulado de Ezequiel Zaidenwerg y en el libro de la bienal de arte contemporáneo Saco. Sin forma aún, anoto algunas ideas y resonancias, gustitos ante la posible desilusión de releer mi poesía para la antología Cuarenta de Nueva York Poetry Press. Hace poco entregué cuatro libros que deberían aparecer estos meses: Una poética por otros medios (ensayo en verso, Bisturí 10), Variaciones de un día (poesía al alimón con José Kozer, Provincianos) y las traducciones Sintonizando el cielo de Susan Howe (Cuadro de Tiza) y Decepciones de Philip Larkin (edición ampliada, UDP).
—¿Qué estás leyendo? ¿Qué nos podrías recomendar?
—Apegos feroces de Vivian Gornick, una novela extraordinaria sobre su madre y una vecina, que eran sus modelos de conducta durante la infancia. Ahonda con cariño en mujeres que odiaban lo cotidiano, las revela por completo y en el ejercicio se revela ella también en su inteligencia intransigente. Me perturban la belleza y la crueldad con que describe sus relaciones de pareja. Se sirve de dos momentos temporales. Al análisis desde el presente renuncié en Sobre nosotros callaremos porque, a diferencia de Gornick, yo desconocía lo que estaba narrando, se me revelaba a medida que lo escribía.
Vengo de un año duro, llevo días con sueños elocuentes y me animé a leer al fin La interpretación de los sueños completa. Ya en el primer capítulo, Freud aclara la condensación de quienes aparecen en ellos y su dramatización, así como el contenido y las ideas que, al despertar, parecen dispares. Leo el desplazamiento de lo manifiesto a lo latente; en fin, todo muy literario hasta en la prosa.
También disfruto Grecorromanas: lírica superviviente de la Antigüedad clásica. Aurora Luque reunió la escrita por paganas durante once siglos. Las contextualiza con ensayos que nos recuerdan, por ejemplo, que no vivían en Atenas, Alejandría ni Roma, sino en pueblos remotos. Acompañarán a Safo y Erina en mis talleres allí.