—Es interesante la forma en que narras lo cotidiano. Desde tus desayunos con queso, mermelada, café y cigarro, hasta la historia de una boleta perdida del supermercado Montserrat. ¿Qué se esconde en el día a día? ¿Qué hay en ese lugar en el que parece no estar sucediendo nada, pero está sucediendo todo?
—En el día a día de cada ser humano se esconden diversas cosas: dolores, estrés, alegrías, desafíos. Parece no estar sucediendo nada, pero como bien dices ocurre todo. En mi caso particular escribo de lo que me sucede, aún no me sale la ficción aunque la he intentado por años. En la ficción la propuesta de realidad se crea, en la no ficción se intenta asir la realidad siempre fugaz, eso es lo que intento hacer en esta crónica.
—¿Cuál es la importancia que tiene la pesca en tu vida y obra? ¿Te parece que detrás de este deporte hay un ejercicio literario?
—En mi vida es una de las tantas vías de escape. Aunque he escrito bastante de pesca, no sé si hay un ejercicio literario, pero al menos a mí me sirve para pensar en posibles crónicas, novelas, libros de poemas. Uno está ahí, esperando que pique un lenguado o una corvina y aparecen todo tipo de imágenes en el trance de lanzar el anzuelo con carnada, la Rapala o la chispa y recoger esperando un pique. No hay nada más hermoso que un pique. Uno debe actuar rápido, con técnica y certeza.
—Le das mucha importancia a la melancolía en tu obra, ¿por qué? En “Nombres propios” y en “El pejerrey”, vemos añoranza por el pan amasado de las tías, las cerezas del campo, la lluvia de domingo, e incluso por un colegio en el que no te gustaba hacer clases.
—Me sale natural la melancolía, no es algo premeditado. Yo creo que más que una añoranza hay una atención por imágenes y situaciones de otra época que aún ocurren en el presente y que pueden desaparecer en cualquier momento. Es un rescate de imágenes, formas de vivir, situaciones.
—¿Crees que el diario es un género que carece de ficción? Al parecer, en este formato, uno queda más expuesto que en la prosa o poesía.
—Pienso que este libro nace de un diario y se transforma en crónica. Todo lo que ocurre es real, no hay nada que sea ficción. Pienso que dar la cara y no esconderse tras un personaje tiene cierta valentía que se ve apaciguada en la ficción.
—Se suele creer que la vida de un poeta está llena de borrachera, madrugadas y mujeres fatales. Sin embargo, huyendo de los lugares comunes en torno a los bates, acá muestras una vida familiar, con horarios, visitas al médico e idas al supermercado.
—Sí, soy padre de familia hace casi catorce años. Tengo dos hijas. Es mi vida. La que escogí. Todo lo que mencionas es parte de este estilo de vida. Tiene sus dificultades, pero las valen. A mí, personalmente, ser papá me ayudó mucho a madurar, primero como persona, luego como escritor. La belleza aparece de otra manera, mueren las viejas nociones de ésta, se vislumbra otra.
—Hace un par de años te fuiste a vivir a Navidad. Si bien es relativamente cerca de Santiago, imaginamos que el día a día de un poeta es totalmente distinto en un lugar y otro. ¿Cómo ha repercutido este cambio en tu vida y trabajo literario?
—La tranquilidad es un arma de doble filo. Son importantes los retiros, sin embargo, me he dado cuenta de que soy un tipo citadino. Acá he podido terminar otros libros, leer, pero se extraña la densidad que tiene la ciudad. Como en este libro, la realidad ciudadana está llena de contenido. A diferencia, al menos para mí, del paisaje del secano costero en este caso: el mar, el río, las aves que circulan.