Sábado, Septiembre 7, 2024
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Entrevista a Gonzalo Maier, autor de «Piña»

 

—Me parece que Piña es una ironía al mundo del arte. Hay encuentros cómicos, delirantes y absurdos como montar una exposición con libros de visitas a museos. ¿Cómo se construyó la novela? ¿Cuál fue el motor inicial?

—Creo que efectivamente es una ironía sobre el mundo del arte contemporáneo, pero también me gusta pensar que el tema de fondo, y tal vez muy de fondo, es la gente que está día y noche presionada para rendir más, para hacer más cosas, para hablar más idiomas, para internacionalizar sus carreras, para llenar formularios, para tener un currículum muy bien cuidado y actualizado. Digo, Piña se trata de un artista, pero perfectamente pudo ser un publicista, un académico o un médico. Supongo que el inicio o el origen está precisamente ahí, en el interés por escribir una comedia —para mí es una comedia— sobre las condiciones esclavizantes del trabajo contemporáneo.

Piña me hizo recordar a dos libros de Cesar Aira, la novela Fantasmas y el ensayo Sobre el arte contemporáneo. ¿Crees que hay algo aireano en tu nueva entrega?

—Ojalá, no lo sé bien, la verdad. De Aira me interesa sobre todo el procedimiento, su amor por las vanguardias y el jazz. Su erudición en voz baja siempre me ha parecido muy elegante.

—Al protagonista del libro lo persigue el fantasma de una crítica de arte que despedazaba sus montajes. Lo veía como un artista mediocre en el que solo había un refrito de originalidad. ¿Crees que a los artistas y a los escritores les pesa la opinión que existe sobre sus obras?

—Sí, por supuesto. No sé si necesariamente la opinión de un crítico, pero sí de tu mamá, de tus amigos o de un escritor admirado, alguna opinión te debiera importar. No puede ser que todo dé lo mismo. Sobre todo al comienzo, creo. Escribir y publicar es un juego más o menos neurótico en donde el otro está siempre presente de un modo fantasmal o concreto. Quizá después de un tiempo se aprende a omitir esas voces, a pasarlas por alto, pero siguen estando ahí.

—Me gustaría que me comentaras la siguiente frase de Piña: «En la práctica ser artista contemporáneo no era la culminación de una vocación romántica y artesanal, sino un trabajo con una burocracia y una precariedad que nunca sospechó, pero él no se lo cuestionaba demasiado porque intentaba estar a la altura de sus ambiciones». Al parecer el arte y el artista son también burócratas que necesitan papeles y formularios para poder construir.

—Sí, claro, pero no sólo los artistas, que no son más que un ejemplo. Los profesores hoy se la pasan llenando formularios, haciendo capacitaciones inútiles, evaluando a los evaluadores, y a los evaluadores de los evaluadores. En la universidad creo que actualizo mi currículum cinco o seis veces al año, y me parece que eso dice mucho. Es una cultura laboral completa que transforma a los médicos y a los actores, por poner dos ejemplos, en burócratas, en tipos que (cada vez más) deben hacer otras cosas para hacer lo que hacen, o lo que se supone que hacen.

—En forma implícita, creo que la novela se pregunta constantemente por el arte como concepto. ¿Qué es, hasta dónde aguanta y se estira este vocablo? A partir de las andanzas del protagonista y sus amigos, pareciera que cualquier proyecto con mucha parafernalia se consume como fenómeno artístico.

—Claro, ese es un debate muy viejo y entretenido. «¿Qué es el arte?» es una pregunta que se responde más o menos del mismo modo que «¿qué es la literatura?». Supongo que la respuesta sería defendiendo un punto de vista y poco más. Duchamp lo dijo muy bien con lo del urinario y Levrero lo apostilló de maravillas cuando dijo que una novela es cualquier cosa que vaya entre tapa y contratapa.

—Públicas en Minúscula y en Random. La primera tiene un catálogo cuidado que apunta a un lector más avezado. Random, por su parte, es una multinacional en donde el concepto de literatura es más amplio. ¿Cuál es la diferencia de publicar en un lado y en otro?

—Hay una cosa de distribución que es muy evidente: Minúscula circula más en España y acá es muy fácil pillar los libros de Literatura Random House, pero no creo que vaya más allá de eso. No he llegado a pensar, por ejemplo, este libro funciona mejor acá o este otro allá. Al menos en mi caso, todos los libros son parte de un mismo proyecto literario y tengo la suerte de tener editores que me tratan muy bien y con mucha paciencia —en algunos casos con amor—, que es lo máximo a lo que uno podría aspirar.

—¿En qué proyecto te encuentras trabajando actualmente?

—Siempre estoy escribiendo y borrando y volviendo a escribir. Todos los días. Suelo trabajar textos paralelos que a veces se acoplan y a veces no. A veces tienen un género definido, y otras, no. Es una práctica que veo como una forma de vida, tal vez la única que me interesa. El proyecto, quiero decir, no es un libro en particular, sino el hecho de mantenerse escribiendo y leyendo. Es una forma de habitar, aunque tal vez digo todo esto porque me carga contar lo que estoy escribiendo. Me carga y ya me ha pasado antes. Apenas lo hago, apenas lo pronuncio en voz alta, deja de interesarme y pierde toda la gracia.

—¿Qué lees actualmente?

—Estaba leyendo el último de Hornby, pero me aburrí mucho. Lo cambié por Profesor Sísifo, de Álex Saldías, y fue una muy buena decisión.

Joaquín Escobar
Joaquín Escobar
Joaquín Escobar (1986). Escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Es autor de los libros de cuentos Se vende humo y Cotillón en el capitalismo tardío, ambos con la editorial Narrativa Punto Aparte.
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