Martes, Enero 14, 2025
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Entrevista a Roberto Castillo, autor de «La novela del corazón»

 

Roberto Castillo es un escritor que viene pisando fuerte. Alabado por el siempre exigente mundo de la literatura, en revista Lector conversamos sobre La novela del corazón. Entre posmodernidad, transplantes y películas de Raúl Ruiz, compartimos la entrevista.

—Me parece interesante la forma en que cruzas los géneros literarios. La novela del corazón tiene algo de crónica, ensayo, documental, cuento, poema. La necesidad de exponer mediante la mezcla y la hibridez.

—Esa variedad de formas se dio de manera orgánica durante el proceso de recopilar, seleccionar y procesar los materiales de la novela. Algunos aspectos de la representación del corazón y de la historia de los transplantes cardíacos en Chile y el mundo ya venían moldeados en un discurso que podría ser médico, político, filosófico, artístico, historiográfico o literario, y al final muchos de esos materiales retuvieron su impronta original. Al ir avanzando en la escritura me di cuenta de que amalgamar o destilar los distintos tipos de lenguaje no me servía para el libro que vislumbraba.

Entonces lo que hice fue un ensamblaje de discursos y formas y, por lo tanto, de voces diversas, cosa que sí me interesaba hacer, proyectar algún tipo de polifonía. Parte de mi inclinación a lo misceláneo viene también de mi amor por los textos coloniales o medievales, donde la adyacencia de registros crea espacios de intersección entre epistemologías aparentemente incompatibles; entre voces y entre subjetividades polarmente opuestas, por ejemplo, la del médico-pionero-héroe de la patria moderna y el paciente subalterno, objeto de experimentación; entre períodos históricos y entre lugares geográficos diversos.

—A partir de esta retroalimentación de géneros y de escenas violentas y de venganza, ¿La novela del corazón te parece gore y posmoderna?

—Me parece que la novela es tan posmoderna como premoderna, depende de por dónde te metas a ella, en qué parte del ritmo sístole-diástole que la mueve. Ese ensamblaje consciente de géneros y lenguajes al que me refería antes es posmoderno, sin duda, mientras que otros elementos, como el la tradición del corazón robado, del corazón comido provenzal, tienen sus raíces en tradiciones narrativas premodernas. Lo de gore, no sé, creo que es incidental e inevitable. Hay mucha sangre que corre y salpica, mucha violencia corporal, pero me parece que es imposible escribir una novela sobre cirugía cardíaca, particularmente sobre transplantes de corazón, sin que corra harta sangre por todas partes.

El narrador del Libro Cero, con que se abre la novela, termina con la cara salpicada y las zapatillas empapadas de sangre porque eso es lo que pasa en los quirófanos, en las salas de disección, en las morgues, en los hospitales: la sangre corre, los cuerpos se despedazan. El tema de la venganza, por otra parte, aunque a veces se ubica dentro de una estética gore, está matizado por el tema de la búsqueda esperanzada de la verdad acerca de cuerpos desaparecidos; ese es un subtexto que me interesaba recalcar. Raúl Zurita, que leyó el manuscrito de la sección de Pedro Luna, me dijo: «a la luz de los desaparecidos, desmembrados, cadáveres mutilados, de la dictadura, tu relato adquiere una resonancia impresionante, uno se da cuenta de que el horror ya estaba en el horror».

—¿Buscas que el lector se convierta en detective? Hay una parte del libro que se construye a la manera de un puzle, la idea de lector inquieto —o emancipado en palabras de Ranciere— que debe inmiscuirse en la novela como una estructura más.

—Busco que la persona que lee se convierta en cirujano y que meta la mano, con todos los dedos, en el libro, tal como el narrador del Libro Cero mete la mano en un corazón recién extirpado, y que encuentre misterios, revelaciones y durezas en ese laberinto latiente que todos llevamos dentro. La novela misma está estructurada como un corazón, con sus compartimientos diferenciados, con válvulas que permiten que uno pueda entrar y salir en ella como quiera. Es un corazón cortado y por eso viene con un “Índice forense” como guía de lectura. A Rancière lo he leído muy por encima, pero me gusta eso del lector inquieto, del que acepta desafíos y exigencias.

—«Sin detalles no hay historia», ¿compartes esta afirmación?

—Me parece irrebatible, sobre todo porque la dice uno de los personajes más lúcidos de la novela, alguien que perdió la razón por el duelo sin descanso que lleva por su hermanito, muerto en la mesa de operaciones de Christian Barnard por un error del cirujano.

—¿Tienes pensando que Luna y Zunka aparezcan en otros libros tuyos?

—No lo había pensado hasta que me lo preguntaron las primeras personas que leyeron el libro, y la verdad es que me encantaría, porque son personajes que para mí se volvieron entrañables, juntas y por separado: Zunka, la detective caníbal y manca, de paternidad, nacionalidad y lenguajes inciertos y Susan Luna, su joven asistente punk, experta amante de moscas carroñeras que sufre de náusea crónica y es nieta de Pedro Luna, uno de los primeros «donantes» de corazón en Chile.

—¿En qué te encuentras trabajando actualmente?

—Siempre tengo varias cosas en proceso al mismo tiempo, pero las que están perfilándose son una especie de anti-novela de campus (o anti-novela de viaje), y otro texto de género impreciso, (no-ficción), sobre la casa en que viví cerca de veinte años y el fantasma de verdad que la habita desde hace cincuenta años. Se diferencian de mis libros anteriores porque están solo marginalmente relacionados con Chile. Y sigo trabajando en una nueva traducción de los relatos de Poe.

—¿Qué libros no canónicos marcaron tu escritura?

—La verdad es que es bien imposible contestar a esta pregunta, porque este libro estuvo escribiéndose, con menor o mayor intensidad, a lo largo de veinte años y han pasado muchos libros bajo el puente, pero como referentes chilenas se me vienen a la mente Lina Meruane por su trabajo sobre el cuerpo, Nona Fernández y Alejandra Costamagna por la libertad, la profundidad y la finura con que trabajan el tema de la memoria y la voz. De los canónicos que tienen que ver con este libro, a los que más releo: Violeta Parra, Zurita, Bolaño, algunas películas de Raúl Ruiz y el imprescindible Melville con su amigo Hawthorne. Seguramente me olvido de muchos.

 

 

Joaquín Escobar
Joaquín Escobar
Joaquín Escobar (1986). Escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Es autor de los libros de cuentos Se vende humo y Cotillón en el capitalismo tardío, ambos con la editorial Narrativa Punto Aparte.
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