En Revista Lector conversamos con Juan Cristobal Guarello sobre Un muerto en el camarín, su última novela. Entre códigos caneros, selecciones tributos y guiños cinematográficos, asistimos a una ficción tan necesaria como entretenida.
—¿Cómo surge Un muerto en el camarín? ¿Cuál es el kilómetro cero? ¿Cuánto te demoraste en escribirla? Cuéntanos un poco el backstage de la novela.
—La raíz es una idea que se me ocurrió en la caseta de San Carlos de Apoquindo mientras veía a Uruguay ganarle a Chile en la última eliminatoria: ¿Qué pasaría si dos días antes de un partido decisivo de la selección aparece un jugador muerto en el camarín de Juan Pinto Durán? Desde esa escena desarrollé toda la historia. No recuerdo cuánto me demoré en escribirla, supongo que un mes y medio, en total fueron 11 meses desde el primer tecleo hasta la ida a imprenta.
—La novela comienza así: “Regla número uno, no sapear. Regla número dos, no sapear. Regla número tres, no olvidar las dos primeras reglas”. Pareciera que los códigos de camarín le han hecho mal al fútbol chileno. Lo que se presume como una lealtad a toda prueba, termina siendo un espacio para cubrir triquiñuelas de la peor calaña.
—Con el tiempo los códigos caneros, carcelarios, se han ido tomando gran parte de la sociedad. En el fútbol esto es perceptible desde hace varias décadas. Se insiste mucho en el tema de los “códigos” como si fuera la norma más alta a la cual apelar. Y esos famosos “códigos de camarín”, no son más que una complicidad tácita de todas las tropelías que se cometen puertas adentro. “Sapear” es considerado como la mayor bajeza en un plantel. Pero esto no es nuevo, ya en la época de Luis Santibáñez se manejaban este tipo de normas.
—Ricardo Piglia decía que toda obra literaria está atravesada, en algún momento, por el género policial. Me parece que “Un muerto en el camarín”, si bien esconde una lectura sociológica del fútbol chileno, también se lee desde un prisma policial que busca ser decodificado. De hecho, Aqueveque se erige como un detective que busca pistas más allá de la investigación oficial.
—La intencionalidad sociológica es casi accidental. Sólo intenté darle una pátina de realismo por donde el relato se pudiera desarrollar con cierta credibilidad. Pero no hay una lectura social en la novela, al menos, no tiene ese carácter. Armé un escenario y puse un muerto. Luego la idea de descubrir el porqué es el motor. Pienso en una novela leída en la micro, en WC, arrepollada en las vacaciones. Un spaguetti western como bien apuntó Catalina Infante.
—En la novela trazas un mapa de la forma en que funciona el mundo del balompié: representantes chantas, futbolistas-matones y periodistas que operan como relacionadores públicos. Me parece que hay muchas formas gansteriles que se asemejan bastante a las películas de Scorsese.
—Hay algo cinematográfico y bufo. Es un mundo muy falso, lleno de egos y donde el dinero y la fama lo son todo. Lo mismo podrían ser cantantes de trap, políticos, gánsters o futbolistas. La naturaleza humana es muy instintiva cuando hay dinero y poder en juego.
—Las actitudes y formas de vida del Mono, el Muralla, el Tanque y el Plátano, pueden leerse como las huellas del país en que se terminó transformando Chile. Superficialidad, narco-cultura, adoración por el dinero, banalidad, enajenación, ombliguismo.
—Al ser chilenos de esta época, y extremadamente famosos y exitosos, todas las fisuras de la sociedad se iban a manifestar de forma obligatoria. Creo que tenemos un historial reciente de grandes farsas y bufonadas donde se exhibe lo peor de lo nuestro. El petardo chingado del estallido social y su triste antifilosofía política del octubrismo da buena cuenta de ello. Narcisismo, enajenación carnavalesca, teatralidad, banalidad… y todo termina siempre en lo mismo: dinero.
—Hace un par de años te escuché decir en una entrevista que la literatura de fútbol no te parecía atractiva. Veías en ella una épica forzada que la llenaba de adjetivos tan innecesarios como inverosímiles, ¿sigues opinando así?
—Fue hace unos seis años, un momento caluroso de la literatura de fútbol, contaminada por la épica maradoniana y llena de falsos Fontanarrosas y falsos Sorianos. Todo era épico, reivindicativo, fundacional, asombroso. Una lata.
—¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios? “Un muerto en el camarín” bien podría tener una segunda parte.
—Podría tenerla. Aunque tengo unas cuantas malas ideas en mi cabeza. Hay una tarde de domingo de 1974 que intento reconstruir. Se me ocurrió media hora antes de responder este cuestionario.