Escombrario es esto y nada más ni nada menos. Una posibilidad de rescatar fotos, cartas, joyas, sueños, miedos y una mente. Sépase que las cosas no ocurren. Se sugiere su comparación entre sí. Las cosas se hacen. Y son. En las cosas no hay errores. Y nos encontramos en ellas por obra de la desdicha y la casualidad. No de la voluntad. Una buena chance para dejarse llevar por la desesperación.Y empezar de nuevo, de otra manera. Presentar una colección de escombros cosidos a un cuaderno donde se ensaya vida y muerte. Y que sugiere estar atento a las noticias provenientes del otro lado. De este lado simbólico del hipotálamo. De los aviones que no despegarán. Siempre tiene más fuerza la inexistencia.
LAS CIUDADES EN RUINAS
Desde que abolieron el calendario gregoriano no sé qué día es. Tampoco el año. Desde que terminó el cristianismo no sé qué fue de dios. Tampoco tengo noticias de los santos. Ya no hay nadie que controle el pasado ni el futuro. El presente, esa viscosidad, es mordisqueado por serpientes y flechas. Réptiles desde las entrañas de lo que fueron países. Con lengua propia y veneno creador se abrieron camino entre las costuras de la muerte, la rajaron y luego de eso, tomaron su lugar. Entonces se quedaron en la tierra y se unieron con los cables que dan electricidad a todos los campamentos. Reinan para los marginales. Con el cuerpo en la tierra. Las flechas, por su parte, aferradas al viento y a los cielos, ocupan el espacio de vigilancia. Cuidan de los sueños de las serpientes. A veces, les sirven la comida. Desde que las ciudades explotaron no sé cómo me llamo. Tu nombre también naufragó. Y yo me creo el más allá. Cuando pensaba que todo se desmoronaba hasta que nos comieran las serpientes y su descendencia. No. De ahí que nos temen. De ahí que las serpientes sepan dónde estamos. De ahí que las flechas abandonaron la península. El día que nos separamos fue el comienzo de mi nulidad. Ese día, recuerdas, cuando estábamos llegando a la fuente del cáncer. El núcleo del futuro: la reconstrucción de cada gota esputada por el cosmos. Las serpientes trajeron de regreso a la ciudad para habitarla. Confinadas a las ciénagas y pantanales, drenaron el tiempo para usurpar el planeta. Se llevaron el calendario y la religión. Nos desterraron a una era de plutonio. Todavía recuerdo. Lo diré para que sigas existiendo como poema, como fisura en el muro de mis lamentos. Una herida enorme. El dolor de los escombros vendrá sangrando entre mis manos de acero radioactivo. Cayó el sol. Vienen las serpientes. Se iluminan las ruinas. Lárgate de aquí. Lárgate.
LA PIEDRA SERÁS
En el final fue la piedra y el agua. Así canta una de las últimas runas de la historia de la extinción. Piedra y agua al servicio de los epílogos. Por ejemplo, cuando se trata de lapidar a un cuerpo. Esto es, arrojarle piedras hasta que se consiga la muerte de éste. O quizás: cuando el agua desborda, arrastra y chupa. Acto seguido, ahoga. No saber si es la fuerza o la cosa misma la que mata. Es probable que sea la fuerza. El que la ejerce, no se aparta de ella. Piénsese en una piedra que se lanza. Las consecuenciasprevistas de la intención, aniquilan. O en un chorro del carro de policía que a toda presión somete a cualquier cuerpo. Es probable que el agua erosione a las piedras. La fuerza. Su fuerza. Por otra parte, la piedra es un vehículo de muerte. Al impactar. Al atravesar. Otorga un dolor seguro. La piedra escribe la historia de la extinción, sellando. Las piedras que nos recuerdan el camino al infierno encuentran su sitio en los antiguos sepulcros. Son las estatuas decapitadas. Son las cruces derribadas. Son los cementerios cercenados. Es una ausencia que se niega a ser presencia. La piedra no se marchita. Pese a que son arrastradas por el mar, las piedras cobran más vigor. La piedra serás si escribes la historia de la extinción. Uno deviene personaje. Uno queda como característica. Uno acaba representándose en un recuerdo con forma de piedra: una mancha de sangre, arena y ripio, una animita derruida.
LOS CUASARES SON TUYOS
El desastre se presenta a los ojos sin avisar. Sus consecuencias atraviesan el cuerpo de cualquier habla hasta llegar al origen del lenguaje. En el cerebro, el desastre se oscurece. Sueño contra sueño. Los peces. Las figuras uno y dos. Sus miradas. Hasta acá llega la sabiduría de los que hablan sobre los objetos. Es tiempo de ser los objetos. Éramos peces. Y no queríamos ser peces. Ahora tu piel escamosa, blanca como el resplandor de la muerte. Y la mía, anaranjada, como iracunda, como desbordándose encima del vitral que nos mantiene posando. Pez payaso. En la escena, ojos. Los tuyos en un cucharón. Los míos en la mesa contigua. Allá donde una pareja se está reconciliando. Eso del amor es complicado. Estamos plagados de ridiculez y fracasos. Como peces nos damos al ciclo, poco a poco. La diferencia, cada mar. Los peces escribimos libros con nuestras escamas, con nuestras branquias, con el flotar indecible para los cadáveres que nos miran desde afuera de este sol muerto. Un destello. Un reflejo. El plural nos hace daño. El mundo afuera de la pecera. El mundo adentro. Te gritas desde adentro de los mundos. Te pareces al pasado. Pececito, pececito, te asomas al crisol de la tempestad. Yo soy un planeta ahora.Me parezco tanto a los electrodomésticos de la casa. Una casa que tardó años en amoblarse. Esto se trata de los acuarios en el universo. Energía que se crea, se consume y cuando se transforma, a veces se destruye. De los océanos en marte: tu canto hidrometeórico, pececito. Se oye. Se oye como sufres la metamorfosis de la redención y ahora constatas el hallazgo de tus ruinas. Querías ser una galaxia. Eres una galaxia. Eres un valle de huesos secos; sudas cometas de día. De noche, tragas códigos computacionales. Mañana serás la física cuántica. Estamos lejos del núcleo. Estamos furiosamente solos. Los cuásares son tuyos, tómalos, tómalos.
ROMANCE DE EMIGRACIONES
No son las hojas que se hacen amarillas y caen hasta pudrirse en el suelo. Son las luces del mundo despertando y arrojándose a su origen. Se sobrecogen ante el descubrimiento de la alegría. Toda una muerte en sueño como si estar anudadas a una raigambre común fuese el sentido de una existencia eventual. Pierden contacto con la tierra, pierden su verdor y fetidez para mudarse de calavera y cuando tocan el pavimento, la vereda o la berma, se pudren de esplendor. La caída, majestuosa. No todas las hojas se atreven a presenciar la obra del instante. Las que no, pagan cara su tardanza; son empujadas por la naturaleza a una nueva vida, en plena ceguera. El otoño es el tiempo donde todo florece, donde las muertes dan paso a la resurrección que la incandescente salmodia estival sepulta. El destino es hibernar y una transición a un purgatorio que solo se soporta por la nueva estación. Y yo, descubro la alegría cada día. En esa figura de canto, la silueta amarilla que sonríe, que se hace una con el paisaje, el que a la vez, es el mundo. Aunque en la pérdida del desorden, las palabras me estallan en la cara y se fragmentan como imágenes que una cámara puede, torpemente, captar. Con el bisturí y la desesperación de tomar todo lo que está desperdigado, despierto, una sonrisa que viene, que va, que emigra desde otros océanos para guarecerse entre dos cordones montañosos. No habla, solo mira, se posa frente al retrato de las circunstancias y deja algunos ejercicios de antropofuga. O salimos del cuerpo. Lo que empieza donde acaba. Ahí estuvo la civilización, zozobro. Ahí estuvo la civilización, me digo.
Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial& revista Litost. Sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).