La magia del sur, lanzado por La Pollera Ediciones, es el último libro escrito por Arroyo, un trabajo íntimo donde nos muestra su vida en Valdivia, sus experiencias en Santiago, su entorno, sus vivencias. El escritor nos contó también el proceso creativo de su obra, un camino significativo. Te invitamos a leer la entrevista realizada a Guido.
—Cuéntanos de ti
—Es raro hablar de uno mismo. Quizá podría narrar mis obsesiones.
Me fascina investigar, ver documentales, hacer maratones de pelis, comer o cocinar en cualquier orden. Me gusta mucho bailar solo, pero también ir a discos y recitales. Me fascina habitar la herida política, estudiar la contingencia (amo los días de elecciones), y en mis lecturas suelen cruzarse libros de poesía, ensayos biográficos y temas como la historia de los cerezos en Japón o de los árboles en las amazonas (de un tiempo a esta parte, huyo de la gente que sólo lee un mismo tipo de literatura). Hace décadas vivo rodeado de libros y ya no sabría cómo vivir de otra forma. Y bueno, también soy un sujeto sociable, que aparentemente disfruta la vida social, que se siente seguro respondiendo entrevistas como esta, pero ese yo funciona desde la autodefensa. Desde el personaje. Me gusta mucho estar solo la verdad.
—Para ti, ¿qué representa Valdivia?
—Valdivia es el lugar al que siempre volveré.
Es el único territorio seguro que conozco.
También es fricción. Porque en un momento fue el deseo de partir, de arrancar de la endogamia, del facilismo de conocer a todo y todos.
Valdivia es un eterno retorno.
Y sus paisajes la forma estética que siento propia.
—Dentro de tus rutinas, la lectura ha sido parte dentro de tu vida, ¿por qué?
—La lectura partió como un escudo. Una suerte de antídoto social. Era una forma de apartarse del entorno inmediato que habité en mi adolescencia, como de la burbuja social donde crecí –soy hijo de pastores evangélicos, quienes, pese a lo que podría creerse, siempre motivaron que leyera–. Luego se transformó en una forma de vida. Porque no sólo me resulta placentero leer, sino además me resulta el oficio más cómodo posible, y así me fue volviendo editor y luego distintas cosas vinculadas al libro. Hay un libro hermoso, de Piglia, al que vuelvo cada tanto. Se llama El último lector. Y en él un ensayo sobre la figura del Che Guevara. De cómo Ernesto, la primera vez que estuvo a punto de morir, pensó en un texto de London. Y de cómo la lectura moldeó su vida. Allí también se narra una escena alegórica de su muerto. Estando herido, en una diminuta sala de escuela pública en el poblado de La Higuera, casi sin poder hablar, la profesora Julia Cortés le llevó su última comida: un guiso. Cuando se lo acercó, el mítico guerrillero le indicó una pizarra donde estaba escrito: «Yo se leer». Y le susurró: le falta una tilde, que la frase correcta era: «Yo sé leer». Esas fueron, en efecto, las últimas palabras que dijo.
—¿Qué significó para ti Santiago en tu vida universitaria?
—Literal cuando llegué era la caricatura del provinciano-Martín Rivas. Los primeros meses me vi obligado a vivir en una pieza de pensión —el infierno sobre la tierra— donde me robaban los quesos, yogures y frutas que compraba en la vega. Incluso una vez me pelaron el balón de gas. Por supuesto que la idea de volver, en ese contexto, era un ruido de fondo. Pero lo que me hacía quedarme eran las excelentes personas que conocí en la carrera y que me enseñaron, con rara ternura, a no perderme en el metro y aprender a orientarme mirando la cordillera. Fueron años intensos. Que en este libro llamo años de «poeta joven». De mucha lectura, ocio, y autodestrucción. Mucho abuso de sustancias. Mucha pulsión. Fueron años en que podría haberme ocurrido un accidente o ingresado a militar a algo extremo. Fue una época que recuerdo como si la hubiese vivido otra persona.
Luego empecé a moverme en bicicleta en la ciudad. Conocí el persa. Trabajé en comunas extremas. Asimilé el entorno. Aprendí a odiar, con afecto, a Santiago.
—¿Te acompañó alguna lectura al momento de crear este libro de prosas?
—Muchas. Suelo leer de cinco libros a la vez y soy de esos seres que puede dejar un libro a la mitad para luego leer otros dos y después retomarlo. Pero las lecturas más cruciales, que a la vez acompañaron el momento más intenso de escritura, fueron: Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit, los cuatro tomos de Los viernes, de Juan Forn, y Cuando las mujeres fueron pájaros, de Terry Tempest Williams. También fueron importantes dos títulos de la colección Surcos del territorio. De hecho, en parte, me costó terminar este libro por el vértigo que sentía estar al lado de ellos. Hija ilustre, de Bernardita Olmedo, y En el pueblo hay una casa pequeña y oscura, del entrañable Vladimir Rivera Órdenes.
—¿Cómo fue el proceso creativo de La magia del sur?
—Fue gracioso. Como soy un tipo muy esquemático, elaboré una escaleta de temas-capítulos y un método de escritura: dedicar entre ocho horas de mis fines de semana al libro. Esto comenzó a mediados del 2021, en la temporada dos de la pandemia, y si bien, avanzaba, los textos resultaban demasiado correctos, con una prosa homogénea, con un relato armado. Una noche algo drogado se me ocurrió cambiar el orden de las cosas. Comencé a recolectar imágenes de mi infancia y adolescencia en Valdivia. Flashes. Y empecé a escribir desde allí. Entonces brotó algo así como un caudal de prosa poética. Así partió, realmente, el libro.
—¿Por qué fue tan importante Maha Vial?
—El libro arranca con un epígrafe de ella que dice: «Todo territorio tiene una fisura/ que puede dar al fondo del río”. Es de su poema Territorio cercado, que le da título a un libro homónimo donde tematiza, en parte, lo que significa habitar Valdivia. Esa extrañeza urbana. Esa incomodidad bella. Su figura fue crucial para mí porque —se narra en el libro— Maha fue el primer acercamiento que tuve a la figura pública del poeta. Y qué poeta era. Su desborde punk, su escritura enrevesada y profundamente reflexiva, fueron una compañía continua y alegórica. Porque su obra no tuvo la relevancia que muchos creemos debió haber tenido en vida, precisamente por desplegar «toda» su obra en y desde Valdivia. El centralismo canónico sigue siendo un tema asfixiante en Chile.
—¿Qué significó para ti La magia del sur?
—Muchas cosas. Una forma de responder a la imagen idealizada que desde la capital se tiene del sur, en particular de Valdivia. Esa postal que el santiaguino mira, como si se tratara de un paraíso, sin pensar en las tramas históricas y políticas que atraviesan ese territorio. Siempre he estado en contra de los modos convencionales del turismo, y este libro también fue una forma de cuestionare esa extracción, esa mirada colona. Fue también una forma de hacer arqueología subjetiva. De desenterrar una parte de mi adolescencia, que creía borrada. Reencontrarse con especies intencionales. Con fantasmas. Fue, también, una forma de hacer las paces con el territorio donde nací. Y de excavar la intimidad en la escritura de una forma que antes me habría generado un terrible pudor.
—¿Dónde podemos encontrar el libro?
—Uy, está distribuido en una alta cantidad de librerías (más de cien). Pero si me preguntas dónde recomendaría que lo compraran, respondería que en las librerías de barrio. Esas que hacen eventos para su entorno, que sobreviven mediante talleres y lanzamientos, que tienen una apuesta cultural que atraviesa lo comercial. Por mi trabajo actual he podido conocerlas más y las considero entrañables. Pienso en Kalimera, Lolita, Flor de papel, u otras icónicas como el GAM y Catalonia, o de regiones como Fiestita Loca, Segundo sol o la ya mítica Gato Caulle (de Valdivia).