Para Gustavo, realizar Un libro que no existe le permitió formar su concepción de la poesía como «un patrimonio común y creación colectiva». Te invitamos a leer la entrevista realizada a él sobre este libro, como también la importancia de la familia en la obra.
—Cuéntanos sobre ti
—Es difícil hablar sobre mí. Tal vez una de las pocas cosas que me definen en realidad es la escritura. Siempre es el texto el que habla y yo lo dejo, le doy aire y tiempo para que diga lo que quiere decir. Mi intención es dejar al autor a un lado. Dejar mis características, mi voluntad, mi limitación psicológica en un segundo plano. Sería pretencioso decir que soy alguien, porque eso querría decir que sé o tengo pleno conocimiento, plena certeza de mi propia existencia.
—¿Cómo fue tu modo creativo al hacer Un libro que no existe?
—De todo lo que he escrito es el libro que tomó más tiempo. En un comienzo, empecé a escribir La familia chilena es peligrosa. Había personajes, escenas. Armé una especie de pieza teatral. Tenía un esquema dramático completo que luego quedó inconcluso. Me resistía a la idea de escribir textos con la única finalidad de seguir un molde preconcebido. Luego, meses antes de octubre de 2019, escribí El poeta sueña con escapar de su cuerpo. Nacido del agobio de una mente atrapada en un bucle. El paso de los años me revelaba una tercera repetición. El capítulo final fue un acto de escritura automática, un movimiento nuevo de avances y retrocesos, recuperación de textos antiguos, apropiación e intervención de textos ajenos que llegaban en búsquedas azarosas. Dejé a mi cabeza moverse con absoluta libertad, saltar de una idea a otra, irse por las ramas y volver. Los tres capítulos eran libros separados, pero al reunirlos, descubrí los vínculos tan estrechos que había entre unos y otros.
—¿Por qué el nombre del libro?
—Es una pregunta acerca de la realidad. No sería el único libro que no existe. Si la realidad fuese una simulación o un sueño, estaríamos frente a un libro que no existe, inexistente al igual que todo lo demás. Tomé una parte por el todo.
—¿Qué importancia tiene el concepto de la familia chilena en tu obra?
—Es un diálogo, una réplica al universo simbólico expuesto por Raúl Ruiz en sus películas. Chile en el hervor del caldero cósmico que lanza en chisporroteos lo maravilloso, lo absurdo, lo cómico y lo siniestro, a destajo sobre el territorio en forma de personas que se agrupan en familias. Apariencias, arribismo, manipulación, observé en mi propia familia que todo ego puede convertirse en homicida si las condiciones externas lo propician.
—En El poeta sueña con escapar de su cuerpo, ¿qué quisiste retratar?
—Limitación y esa única posibilidad de escapar de la limitación que impone la propia mente: la destrucción del contenedor, del envase, del molde, del vaso.
—¿Cuál es la diferencia de este libro con tus otros trabajos?
—Tiene más semejanzas que diferencias, complementa y abre posibles lecturas de los libros anteriores. La mayor diferencia es que en estas páginas aparece el sonido, la música de las palabras, una dimensión que se mantuvo atrofiada por el predominio discursivo y visual en mis escritos más antiguos.
—¿Qué quiere revelar este libro?
—El error.
—¿Dónde podemos comprar este libro?
—Se puede comprar en el sitio web de la editorial, y ahí está también la información de las librerías que lo tienen.
—¿Cómo fue trabajar con Provincianos Editores?
—Elegí la editorial por Andrés Urzúa, con quien habíamos trabajado en Pez Espiral la reedición de Adornos en el espacio vacío. Compartimos muchas visiones acerca de la poesía. Siempre es bueno trabajar con un editor que además es poeta.
Cuando surgió la idea de publicar el libro yo vivía en Santiago, y no estaba en mis planes venir a vivir a Valparaíso, muy cerca de Limache, donde está la editorial, a unas pocas estaciones en tren.
—¿Cómo definirías el libro y cuál es su significancia?
—Me costaría mucho definirlo. Da cabida a varias de mis obsesiones, la abolición del tiempo y la memoria lineal, la posibilidad o la ilusión de que hay muchos caminos y posibilidades. Pero lo que más puedo destacar es que me permitió establecer mi concepción de la poesía como un patrimonio común y creación colectiva. Desde el momento en que se escribe con palabras creadas por otros, es difícil reclamar una autoría o asignar un valor supremo a la figura del autor.