Hijas de la angustia es una novela breve pero intensa. En sus poco más de cien páginas, su autora, Lilia Hernández Vergara retrata una época dolorosa que emerge entre los recuerdos de personajes dañados física y psicológicamente. Son los años ochenta y a diferencia de la familia televisiva de los Herrera, aquí estamos frente a una familia marginada, un clan que se mueve en los límites de todo, sexo, drogas, microtráfico, consumo.
El relato podría quedarse en una mera descripción de una realidad dura sobre la marginalidad de un sector de la población, sin embargo, la autora se hacer cargo de un tema mayor y logra que la época no sea solo un decorado para el desarrollo de la historia. Aquí, la Dictadura de Agusto Pinochet es parte viva de la novela y la transforma en un valioso testimonio de memoria.
La historia de esta familia encabezada por la Mami Chela, una anciana autoritaria que deja una triste huella sobre sus descendientes, es una metáfora de la propia Dictadura. Lo que sucede en el hogar es un reflejo de lo que pasa en el propio país.
Lilia Hernández Vergara reflexiona sobre episodios difíciles de la época, con un recurso de reconstrucción de la memoria de uno de los personajes que narra la historia de los demás integrantes de la familia, una exconvicta, una drogadicta, un joven homosexual y la abuela autoritaria que se sumerge en la televisión como un vicio más.
Y es que la autora ajusta cuentas con la Televisión de la época, a la que responsabiliza de su complicidad con la Dictadura, creando una realidad paralela, adormeciendo a la población como una droga más, una droga dura de la que toda una generación jamás ha podido despegarse y sigue siendo presa de la desinformación y la irrealidad.
En tres capítulos, la novela se mueve entre la descripción de la vida entre mediaguas, carpas, hacinamiento, consumo de drogas, reventados, marginales, desempleados, pero también la esperanza de la lucha de quienes hicieron resistencia en las poblaciones, conscientes del sometimiento por el terror y los abusos de un régimen que plantó el germen del consumo de cocaína en los sectores más vulnerables.
Pero la historia no es solo una descripción de época, si no que relata una tragedia familiar, la de Nadia, una chica que desde su nacimiento se ve expuesta a las consecuencias del consumo de neoprén de su progenitora, Dolores y que funcionará en la mente de la narradora, Eugenia, como un faro guía para salir de ese mundo derrumbado y consumido en la violencia y la angustia.
Así, Hijas de la angustia avanza en su relato como una trenza que alterna las hebras de la tragedia del clan de la Mami Chela, (Laura, Pilar, Dolores, Eugenia, Nadia, Paulo), con el escenario político de la época (ollas comunes, protestas, redadas militares) y la destrucción del entramado social (consumo y consumismo).
Hijas de la angustia es una novela que describe la fragilidad de sus personajes y la permanente angustia de una vida en el infierno, a la vez que denuncia y deja testimonio para la memoria colectiva, ad portas de los cincuenta años del golpe militar, de un hecho cuya responsabilidad jamás ha sido asumida: la droga como una manera de mantener el silencio ante el horror que aún hoy es justificado por sectores que construyeron su bienestar a costa del sufrimiento de otros.