Ama ser mamá, dibujar y en especial escribir. Su primer libro Luces en El Bajo, editado de la mano de Ediciones Liz es una recopilación de cuentos que nacieron durante la pandemia y por un puerperio. Te invitamos a leer la entrevista de una gran mujer creativa que corre el arte por sus venas.
—Háblanos de ti
—Mi nombre es Javiera Fuentes, parralina y mamá. Comencé a escribir durante mi puerperio, por eso me parece siempre relevante hablar de mí desde la maternidad, no solo como fuente u origen de algo, sino también debido a la brecha de género que implica a la hora de querer hacer algo creativo o, incluso, trabajar. Este período coincidió con la pandemia, por lo que, durante ese tiempo de incertidumbre, me inscribí a un taller de escritura y así comenzaron a nacer estos cuentitos que publiqué en mi querida casa editorial, Ediciones Liz. He publicado en Imaginarias II, una antología maravillosa de ciencia ficción y fantasía, en la revista Espejo Humeante y en Especulativas, y pronto en la antología policial de Sietch Ediciones. Mis días los dedico a trabajar en una biblioteca CRA, criar y dibujar.
—¿Cómo nace Luces en El Bajo?
—Luces en El Bajo es una recopilación de cuentos que surgieron en diferentes talleres mientras mi cuerpo pasaba por un puerperio y una pandemia. Había regresado a Parral, pueblo que me vio crecer, y sentí que había una brecha que se había instalado entre ese espacio tan querido y mi persona. Antes me había arrancado de él, ahora regresaba buscando refugio. Entre todo eso que sentía, decidí comenzar a escribir para darle sentido a este regreso y a mí misma, y la ficción fue una gran herramienta para lograrlo. Entre sus páginas están mis abuelas, mis abuelos, mis padres, yo misma en diferentes etapas. Es casi algo autobiográfico, pero al mismo tiempo tomé historias del lugar que habito («Ha pasado mucho tiempo»), del campo («Nadie hace nada»), de un viaje en bus («Estuvo ahí») o de un paseo en la noche con una amiga («No esta noche»).
—¿Es tú primer libro? Cuéntanos de eso.
—Es mi primer libro y me costó muchos años concretarlo. Siempre quise escribir, pero nunca salían de mí las palabras correctas. Cuando escribía, sentía que lo hacía pensando en un otro, así que nunca terminé nada porque sabía no era real y tenía ese sabor. Solo cuando utilicé la ficción para hablar de mis antepasados y de mi vida para darme sentido, para encontrar nuevos caminos, es que sentí que mi escritura tenía algo de real y me decidí a publicar. Así, en los cuentos de Luces en El Bajo hablo del campo chileno (el de hoy, no el de mis padres), mis vecinos, mis abuelas y lo que las une y distancia, El Carrizo, Los Andes, Parral, Valparaíso, mis papás, y el ser mujer desde todas estas aristas, es decir, todos aquellos elementos que me componían en ese momento específico.
—¿Nos podrías contar sobre tu proceso creativo a la hora de escribir el libro?
—La verdad, al igual que cuando pinto o dibujo, tengo que hacerlo de un tirón. No tengo el espacio ni el tiempo para dedicarle más de dos horas a la creatividad. Soy mamá de una criatura llena de energía y, especialmente durante la creación de estos cuentos, fue difícil encontrar el espacio idóneo para escribirlos, tenía que ser en sus siestas, o en la noche, cuando ya estaba rendida. Por eso todos los cuentos son muy breves, imitando, por un lado, lo que sería un «momento», teniendo los cuentos de Carver en la cabeza, y por otro, porque realmente no podía dedicarle más de dos horas a cada uno. Después, cuando vino el proceso de edición, descubrí que me gustaba esa esencia de la brevedad y la urgencia de cada cuento y no quise alargarlos, sino solo trabajarlos para lograr mejor los objetivos de cada uno.
—¿Qué fue lo más complicado o lo más fácil a la hora de escribir Luces en El Bajo?
—Lo más complicado fue sacar la voz horrorosa del autosabotaje de la cabeza. Es súper difícil escribir pensando que cada palabra es un desastre, y durante años esa idea me impidió avanzar y concretar un escrito cualquiera. Mi primer cuento fue a los siete años, y después de eso, ante la presión de no ser lo suficientemente buena, dejé de intentarlo en cuarto básico. Hoy yo sé que no es el mejor libro de cuentos del mundo, y que podría ser mucho mejor, pero trato de no concentrarme en esa idea y solo pensar en lo mucho que escribir estos cuentos me ayudó a avanzar en mi camino de vida, en mis relaciones con mis ancestras, en la relación con mi hija, en mi relación con los otros, con el amor en general, y me aplaudo solo por haberlo concretado. Avanzar a pesar de la cabeza, eso fue lo más difícil.
—El arte del libro es muy especial, cuéntanos un poco sobre eso.
—El dibujo de la portada fue un juego que hicimos con Liz, una ventana que ella abrió al momento de hacer cada libro (son todos hechos a mano) en la que se puede ver un instante de uno de los cuentos. Es un dibujo muy especial porque trata del cuento «Super poderosa», que es autobiográfico y comenzó como una tarea en el taller de escritura La Correccional, pero que terminó siendo uno de los que más me gusta y siempre leo cuando tengo la oportunidad. Soy una adulta, es verdad, pero la niña que fui siempre está ahí en sus traumas, por eso en la portada hay una niña llorando o gritando (como en el cuento). Luego, en las guardas pusimos un patrón de dientes medios feos, medios amarillos y toscos, algo que contrastara con la ternura de la portada y fueran dientes no de leche, sino que de sujetos inidentificables. Bien podrían pertenecer a adultos como a niños; son como ese limbo en el que podemos caer cuando un trauma de infancia reaparece en la adultez
—¿Dónde podemos comprar el libro?
—El libro se puede comprar en www.edicionesliz.cl o en las distintas ferias en las que la editorial participa.
—Y, ¿Cuál personaje te gustó más elaborar?
—El personaje que más me gustó elaborar fue el del vampiro que camina por Valparaíso. Comenzó como un chiste, pensaba en un vampiro chileno y lo comparaba con Crepúsculo o los de Anne Rice y me daba risa, pero de pronto se puso oscuro. Ya no me daba risa lo que salía y descubrí que mi vampiro tenía un conflicto de identidad súper intenso. Constantemente el vampiro de «No esta noche» necesita afirmación, no sangre necesariamente, que alguien diga su nombre, que alguien lo reconozca como lo que es para que, al mismo tiempo, su propia existencia y vagabundeo en el mundo tenga un motivo. Es muy parecido a lo que me pasó con el libro en general: escribir estos cuentos fue darme sentido en una etapa de inquietud, miedo y dudas, que es la maternidad.