Juan Carreño (1986), es un joven poeta nacional que bajo el sello de la editorial Los Perros Románticos lanzó hace poco tiempo su copilado llamado Trópico Parafina, libro llamativo, intenso y muy interesante que llama la atención por su veracidad. Te invitamos a leer la entrevista realizada por Lector.
—Cuéntanos sobre ti y cómo fue editar bajo Los Perros Románticos.
—Ahora que tengo su atención me gustaría comentar algunos aspectos técnicos del trabajo literario que usted tiene en sus manos. A continuación se presentan, íntegramente, los poemarios Compro fierro y Oxicorte. Entendiendo como horario valle el centro del libro existe una selección de poemas del libro Bomba bencina. Estos son los primeros tres libros de poemas del autor Juan Carreño (Rancagua 1986), quien con anterioridad, en su época escolar, escribió tres poemarios mecanografiados en hojas verdes que extravió en diversas instancias relacionadas principalmente con el consumo de alcohol, quedarse dormido en micros infinitas y su asistencia a talleres literarios en lo que fue alguna vez Balmaceda 1215 a inicios del 2003.
Compro fierro es un libro cuyo primer texto fue escrito en diciembre del 2004 en un ciber en la esquina de San José de la Estrella con Las Parcelas, antes de que el poeta, vestido con un terno que le queda grande, fuera a su graduación de enseñanza media sin pareja. Muchos de los poemas posteriores de Compro fierro fueron ejecutados en diferentes cibers de la población. Los cibers estaban en su apogeo. El poeta cumplía con cierto rigor espiritual: caminar fumando paragua y enviar inmediatamente poemas por correo electrónico desde un ciber a su amigo y también poeta David Santos, quien ese mismo año migró desde las Uvas y el Viento a Monte Patria, en el cogollo mismo del valle del Limarí.
La idea de este ejercicio era practicar la velocidad de la escritura, sin pensarlo mucho: meter un clavo en el enchufe, lo primero que se te venga a la cabeza, escribirlo. Como esos raperos frente a la botillería de la Gato en la avenida Joaquín Edwards Bello que hacían corriente de conciencia después de fumar pasta. Pero a veces la cabeza se puede volver una cámara de vigilancia que describe cuantitativamente el tiempo y el vacío: una letanía pasmosa, que el poeta, en su correspondencia con Santos, evitaba con descarado rigor. Y este rigor tenía que ver con ciertas instancias que son claras en la poesía: dejar que la lengua fluya, apreciarse en toda la malechura, esas ganas de escribir canciones, de escribirlo todo. El poema del 11 de septiembre, catalogado por el mismo autor como «un clásico, mi primer hit» tiene intenciones de himno. Ya hablaré en algún otro espacio de las formas que se dan en la escritura cuya mayor influencia es el diálogo con dios: porque dios contesta y sus señales son visibles. Ver para creer dijo Santo Tomás, epicentro mismo del tagadá territorial.
Los críticos lo confirman:
«Carreño metió a los flaites en la poesía chilena. En el habla, adelantó el trap». (Pol Vázquez, De Niu Llorker, 2023)
«Leí Compro fierro y volví a mi vida de bandío». (Ben Aflec, revista Caras, 2024)
«Es que te morí, este gallo va a dar que hablar». (Lucerito, Televisa)
Agrega: me carga Bomba bencina. Estaba apurao por sacarme Compro fierro de encima. De demostrar no sé qué güeá. Pero tenía el sentimiento de que si lograba sacar un segundo libro, sea como sea, el tercer libro y los que vengan, se me harían mucho más agradables de escribir. Intenté en Bomba bencina en hacer algo más cabezón, escribir en difícil para no demostrar la falta de profundidad leí por ahí. Básicamente se trata de hablar del incesto como una constante en Chile. Pero como que nadie lo pescó mucho. Publicar un libro siempre es una buena excusa para juntarse con los amigos. Tal vez Bomba bencina sea un libro fallido, por eso es el único de los tres que aquí se presentan como el único que no va íntegro. Revisar tus textos después de varios años igual «da cosa». La idea es que Trópico parafina se lea como un puro libro, no demarqué los inicios o finales de cada libro, pero creo que se van a notar. ¿Qué más decir de Bomba bencina? pues nada, vuela alto maldito conchetumare.
Oxicorte nace de dos instancias: el hecho de enamorarme de una cabra que fue mechera, había salido hasta en la tele incluso, y el de trabajar con ella en distintas cárceles de Chile haciendo talleres de cine. Trabajamos el Alto Bonito en Puerto Montt, en la cárcel de Valdivia, en Santiago 1, solo cárceles concesionadas.
Recuerdo en una sesión de taller, en que los cabros estaban chatos porque el día anterior habían sido allanados y golpeados por gendarmería y no estaban de muy buen ánimo para nuestra propuesta de taller. Uno de los cabros nos dijo:
-Pa’ ustedes es fácil, si al final van a salir de aquí y estarán en la calle y nosotros acá, ¿de qué nos sirve que nos enseñen estas cosas?
Les hicimos una propuesta: les dijimos que ellos nos hicieran taller a nosotros de cómo cometer un delito, y tate: organicemos una pitiá de cajero automático. Fue un placer ver actuar a los cabros y repartirse los roles, dibujar un mapa con las posiciones de los guardias, los encargados de los miguelitos, el encargado principal: el que manejaría el oxicorte.
Oxicorte lo escribí en dos semanas, fue un placer de invierno, quería que fuera una invitación al amor y al robo, al placer, pero teniendo en cuenta también que todo se podía ir a la mierda, que las policías nos caerían encima, la idea de aprovechar cada momento porque podía ser el último. Aquí lo pasé bien escribiendo. Creo que aquí recién me di cuenta de lo que quería hacer más adelante: lanzarse a la aventura, despegarse del realismo determinante, hacer lo posible para escribir güeás imposibles, demoníacas, ¡el humor! ¡la fantasía! Dejarse de güear y creerse de una vez la película, porque estamos en la mansa película y yo quiero ser parte de ella, pero es que hace rato. Si uno no inventa qué hacer con los amigos no seríamos la leyenda que somos dijeron los bactris bois chilenos.
—¿Por qué le pusiste Trópico parafina a este poemario recopilatorio?
—Quería que se llamara «Trópico de capricornio» o, mejor aún, «Paraíso tropical andino», como el libro del poeta cusqueño Jorge Vargas, sólo me alcanzó para Trópico parafina, que vendría a ser algo así como la versión fruna de Henry Miller, una versión chocopanda de sus trópicos.
—¿Cómo definirías tu poemario?
—Como un libro para adolescentes que se besan en la vía pública. Un libro excelente, estupendo libro. Amigabilísimo. Con este libro hay gente que pide matrimonio. ¿Pero saben qué? Si Trópico parafina es bueno, van a quedar con pálida y se van a cagar pa’ dentro cuando lean El camino a Cristo, mi primer libro de cuentos, 300 páginas de aventuras fantásticas en torno al encuentro con nuestro señor Jesucristo, su segunda venida a la tierra y en cómo el devenir político chileno y latinoamericano lo podemos ver en uno de los personajes del cuento: «Yo también tengo derecho a Jerusalén», el cual, luego de ser uno de los niños que el tiburón de cachureos se lo haya tragado, sufre un evento canónico que lo llevará a extraerse unas cuantas costillas que le permitan chuparse a sí mismo la pichula, este talento y oficio lo llevarán ante el Señor Celestial a defender con sus gracias la eternidad de nuestras almas.
En otro de los cuentos podemos ver cóndores que se tiran chanchos mientras comen copihues y hablan sobre el futuro de la minería transnacional o estufas a parafina que sirven como oráculos intervencionistas en las poblaciones panificadas de la Neozona. El camino a Cristo está a la venta desde el 1 de diciembre y es un excelente regalo para toda la familia.
Para conseguir el libro deben contactarme, ya que todas las primeras ediciones de mis libros (bueno, casi todos), los estoy sacando por mi cuenta junto a los amigos de Editorial Deriva, en Santiago hago entregas en bici a domicilio y a regiones por starken, los libros van firmados y a veces me pinto los labios pa’ dejarles chantado su beso.