«Era mi piel
y hay una sombra. Érase una sombra
y hay un árbol y luego luz. Siempre hay
una sombra antes de que la luz aparezca»
-Ming Di, Historia Familiar
Existe una danza tradicional del Año Nuevo Chino que, además de ahuyentar los malos espíritus, celebra la victoria del bien sobre el mal. Un león mitológico se mueve entre la gente bailando, recibiendo las ofrendas y expulsando hojas de lechuga y cáscara de mandarina por la boca; es así como se le da inicio a un nuevo ciclo. Got Talent Chile, al parecer, acabó por derrochar un rito de trascendencia; la victoria del bien, una danza preciosa e incesante que el patrón televisivo termina expulsando.
En contraste a esto, impresiona cómo la televisión, y sus actores, proclaman mensajes tan acertados como el de Luis Gnecco -desde un lugar de superioridad- idealizando a Parque O’Higgins. Se me hace imposible imaginar la presencia de leones del sur danzando por el asfalto caliente. Solo borrachos de cantina o de acera, pasando la resaca y durmiendo, sangrientas caídas de skaters y familias disfrutando del paisaje de tierra y pasto seco.
Lo anterior es parte de nuestra cultura: los rituales de inicio de ciclo, el paisaje de pasto seco, y los episodios televisivos de élite que aminoran y ven el arte de forma competitiva, un espectáculo de entretenimiento vacío, dentro de una burbuja de privilegios. Estas realidades existían en un mismo mundo sin mirarse a la cara. Ahora se observan en un espacio televisivo que exhibe, a partir de ciertos actores, un signo de herencia chilena.
Es así como surgen reflexiones sobre cómo se estereotipa e invisibiliza un panorama cotidiano. Hay un quiebre desde la nueva identidad, amonestando la crítica desacertada de Gnecco sobre cuál es el entretenimiento ideal para el formato televisivo; y nos preguntamos: cómo saber si cabe otro formato ahí, si se encuentran las puertas cerradas con prejuicio e intereses de por medio. También, existe una desvalidación de culturas amigas: qué hubiera pasado si esa presentación fuera sobre la Tirana; qué reacción, a nivel nacional, habría causado. Y más que eso, nos cuestionamos cómo los medios, teniendo filtros, crean polémicas para auto favorecerse.
En suma, el arte no tiene cabida en su propio territorio. No existe un mercado donde se pueda vender la expresión de un alma y su oficio. Es extraño, pero no sorpresivo, que las cosas se den así. Es el arte el que hace al arte, personas a las personas. Hace falta un sentimiento que pueda polinizar ideas diferentes, líneas trazadas sobre un papel que hagan despertar. Se irá perdiendo todo rastro de lo que somos, pues somos expresión y mixtura que se pierde en la multitud, en aparatos alienados, en la carencia de financiamiento y espacios serios que avalen al artista. Como sea, tan solo pensar que la basura de la calle fue expulsada de la boca del león majestuoso que traerá consigo la victoria del bien; el inicio de un nuevo ciclo: «Siempre hay una sombra antes de que la luz aparezca» (Ming Di).