La obra literaria que está construyendo Cinthia Rimsky es una de las más sólidas de la literatura nacional. Anclada dentro de una hibridez en la que distintos materiales se despliegan para construir la figura del collage, logra hilar una novela en la que conviven correos electrónicos, extractos de diarios, distintos narradores y una revolución que -por diversos motivos- nunca logró consolidarse.
En la primera parte del libro una joven de 22 años viaja a Nicaragua. Haciendo dedo parte desde un Chile dictatorial, emprendiendo una huida que tiene como objetivo principal conocer desde la «empiria» el proyecto sandinista. La protagonista anota todo lo que ve en un cuaderno que se termina transformando en un diario de viaje, construyendo una memoria en primera persona de todas las incomodidades con las que tiene que convivir.
En la segunda parte del libro, la misma mujer, ya con 46 años, decide volver a Nicaragua. Esta vez lo hace con la perspectiva que da el paso del tiempo. Al igual que la primera vez, también lleva un cuaderno donde va registrando todo lo que sucede, situando el ejercicio de la escritura como una forma de recordatorio que tiene una importancia vital. Este archivo es revisado por la misma mujer, ahora con 56 años, intentando agregar (suponiendo e inventando) los recuerdos difusos que habitan en su cabeza, incluso poniéndole nombre a una relación sentimental no del todo olvidada.
Contrario a lo que se podría llegar a pensar, en esta novela no hay nostalgia por la revolución sandinista. No existe melancolía por las luchas sociales del pasado, cuestión que de por sí es refrescante en nuestra literatura local, pues por lo general se suele hablar con romanticismo de un pasado extraviado en donde los ideales fueron con el paso del tiempo desapareciendo. El objetivo de Rimsky es ver los distintos ejes bajo los cuales funciona la memoria. Nadie es Funes el memorioso, el personaje de Jorge Luis, todos tenemos espacios siderales en nuestros recuerdos, ficcionalizando olvidos para darle sentido a una narración. Al final da igual lo que recordamos sino cómo lo recordamos. La figura de las tres narradoras en distintos espacios de tiempo, en un ejercicio que emula al de las muñecas rusas, dota al texto de una segunda capa que va más allá de la historia en sí, pues nos permite ver las cosas que nos importaban -y cómo nos importaban- en otro espacio de tiempo.
Una novela que, pese a su brevedad, concentra un mundo en el que dialogan de forma simultánea estados literarios, recuerdos canibalizados y partes inventadas. En medio de este triángulo se erige un texto demoledor.