Jueves, Marzo 20, 2025
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La sobreinformación también es un virus


Por Martín Bórquez

Sin duda, el componente social del coronavirus ha resultado ser por lejos lo más virulento y contagioso de la pandemia. La masificación global del vector patógeno sumado a la ausencia de cura ha desatado una ansiedad extraordinaria en la población mundial. Las fantasías persecutorias, los mecanismos miméticos y la psicosis en todos sus grados son hoy pan de cada día. Si hasta los intelectuales de todo el mundo han caído en los mismos episodios de defensa, mimesis y miedo inconsciente. Todos ellos en un desesperado acto de auto-vindicación psicológica que bordea lo siútico y esnob, acuden desesperados a los clásicos de la literatura pestífera, citando y comentando, como loros, fragmentos del Decamerón de Boccaccio o La Peste de Albert Camus, todo para aparentar algo de pasajera sensatez epistemológica entre tanta confusión mediática. Sin embargo, de lo que no se han percatado estos ¡rumiantes de internet es que también han contraído la fiebre mimética que inocula el peligroso aislamiento auto-inducido de las redes sociales. Fenómeno ubicuo, que ha ayudado a consolidar la injustificada psicosis colectiva que hoy asola al mundo. ¡Y cómo no! ¡Si nadie quiere perderse ni un soberano segundo de la ciber-infodemia del coronavirus! Twitter,Facebook y Whatsapp, por nombrar algunos «vectores virales», son hoy en día el alimento comunicacional por antonomasia. Primeros ministros, presidentes, empresarios, artistas y deportistas caen como gusanos rastreros en el mismo saco de idiotez farandulera ¿Y qué es lo que buscan? Pues candidatearse a través de sus redes sociales, intentando ser los trending topic de la web; comentando los entreveros de cómo se han contagiado de este «peligroso virus» que, literalmente, más viral no puede ser.

Lo problemático de la situación mencionada es que estas incipientes «Estrellitas del Pop» no se logran percatar que al difundir sus «mediáticas aventuritas pandémicas» desde lo alto de sus reputados cargos, están proyectando nada más ni nada menos que todos sus miedos y angustias sobre una población que a cada segundo es injustamente bombardeada con toneladas y toneladas de miedo, estrés e incertidumbre informacional. De ahí en más, en vez de transmitir miedo e inseguridad, deberían transmitir auto-control, seguridad y confianza ¿No creen ustedes? Ahora bien, consideramos pertinente hacer justicia, no con la irresponsabilidad de estas personas, por supuesto, sino que con la situación en general. Para ello corresponde mencionar que el estrechamiento de conciencia antes descrito, sumado a los aleatorios brotes psicóticos de la población global, son conductas fisiológicas muy normales, las cuales se activan automáticamente para proteger al individuo cuando éste se encuentra en situaciones de peligro como catástrofes naturales o enfermedades de contagio masivo, como lo es hoy el coronavirus. De hecho, en la literatura clínica este fenómeno es comúnmente conocido como Trastorno por Conversión Epidémica o, dicho en una jerga anacrónica y ya en desuso: Histeria Colectiva. Este trastorno, descrito en sus inicios por el «real Freud» (digo real para diferenciarlo del personaje ficticio que por estos días Netflix le vende a los profanos), estudia la transformación o conversión de los conflictos emocionales del individuo en síntomas físicos sin que exista una enfermedad real o causas objetivas para su aparición. Dichos síntomas, por lo general, se adquieren a través de la vista, la comunicación oral o la exposición reiterada a situaciones de estrés, lo que no quita que las personas sientan que sus reacciones no son reales, muy por el contrario, pueden llegar a ser muy vivenciales, tangibles y dañinas, pero generadas únicamente por elevadas dosis de ansiedad endógena. De hecho, es muy probable que el lector, a medida que avanza en estas líneas, haya recordado que mientras la epidemia del coronavirus se hacía mediáticamente masiva en su país o localidad, más de algún síntoma de contagio descrito en televisión o redes sociales se hizo presente en su cuerpo sin siquiera haber contraído la enfermedad.

Con este delirante panorama desarrollándose, resulta muy difícil que la gente sea capaz de elucubrar un sano juicio al respecto, puesto que, si el ambiente global está contaminado, o mejor dicho «infectado», todas sus sub-categorías también lo estarán. Es por ello que, nos sentimos en la apremiante obligación de poner algo de información en contexto, pues creemos que la manera más perjudicial de hacerle daño a un fenómeno, teoría o paradigma es defenderlo con malos argumentos. Por otro lado, si no existe una contra-información que ponga las cosas en la balanza objetiva de la reflexión crítica, la información entregada perfectamente podría ser espuria. En ese sentido, lo que haremos ahora será exponer un par de datos epidémicos con la intención de lograr una equidad argumental en cuanto a la mirada global que hoy se tiene del coronavirus.

Dicho esto, comenzaremos nuestro análisis haciéndole tributo a la famosa sentencia «La educación parte por casa» para analizar las implicaciones epidemiológicas de la pandemia de Gripe A, de genotipo Influenza H1N1, más conocida como «Gripe Porcina», la cual alertó al mundo entero entre el año 2009 y el 2010. Esta pandemia, de características muy similares al modus operandis del coronavirus, es una infección respiratoria estacional de etiología viral (transmisión vía estornudo) que afecta a todas las personas, pero al igual que el SARS-CoV-2, posee mayor mortandad en adultos mayores. Cabe señalar, que la Influenza H1N1 también provocó un gran impacto económico en los hospitales y centros sanitarios de todo el mundo, de hecho, la falta de recursos como camas de urgencia y ventiladores mecánicos también fueron un tema de análisis, crítica y controversia. No obstante, y pese a todas las similitudes clínico-epidemiológicas, no tuvo la misma cobertura mediática que su sucesor pandémico. En cuanto a la repercusión local del patógeno, aquí en Chile solo en el año 2009, según datos de la Revista Chilena de Enfermedades Respiratorias, se reportaron «12.258 casos y 155 muertes [1]», cifras que, si bien son bastante mensurables para ser una pandemia, no dejan de ser un indicador epidemiológico que la ciudadanía debe tener en cuenta a la hora de contrastar y analizar, prospectivamente, el avance del coronavirus en el país. Sin embargo, y lo que llama la atención, es que para aquella ocasión Chile, más allá de las medidas preventivas de rigor, siguió su funcionamiento institucional de manera completamente normal: las clases no se suspendieron, los trabajos no se pararon, no hubo cuarenta ni toque de queda; en síntesis, a nadie le interesó. Ojo que no digo que estas medidas, en el contexto del coronavirus, sean erróneas o ineficientes, de hecho, está empíricamente demostrado que un mayor número de testeos, sumado a cuarentenas focalizadas, conforme a las tasas de contagio sectorial, son medidas altamente efectivas. Sin embargo, ¿no hubiese sido mejor investigar más a fondo la etiología del fenómeno para luego entregar informes transparentes, con resultados debidamente respaldados y desde esas fuentes exigir la colaboración voluntaria de la ciudadanía informada y culta? Sin ir más lejos, yo me pregunto ¿por qué la televisión o, en su defecto la prensa especializada, no muestra una paridad de datos epidémicos? Eso serviría de mucho para normalizar un poco la situación actual y lo que es más importante, tranquilizar; pues personas a causa de calamidades varias mueren todos los días, por muy crudo que se lea. Lamentablemente, la educación no es lo que vende, lo que vende es el sensacionalismo, el pánico, el miedo y por supuesto la inagotable farandulilla de las elites. Si fuera de otra forma, definitivamente ¡otro gallo cantaría en el país! Por lo demás, estoy seguro de que, si Chile dejara de gastar todo su PIB en el libre mercado de las empresas e invirtiera más en ciencia, tecnología y salud, el paradigma nacional actualmente sería muy distinto. Pero no, eso es mucho pedir. ¡Aquí todo es mercado! Inclusive las pandemias…

De cualquier modo, como buenos aristotélicos que somos, si partimos de lo local, debemos continuar con lo global, y para esto me valdré de una vieja enfermedad muy comentada, pero poco estudiada. Me refiero al Paludismo, más conocido como Malaria, enfermedad parasitaria que por lejos posee una tasa de mortalidad que el coronavirus, debido a su composición génica, jamás nunca alcanzará. Sin ir más lejos, según estimaciones de la misma OMS, el reciente año 2017 «la Malaria tenía el potencial de poner en riesgo de contagio a casi la mitad de la población mundial [2]», y eso nunca ha sido, fue, ni será motivo de alarma mundial como lo es hoy el SARS-CoV-2. De hecho:

Según el último Informe mundial sobre el paludismo, publicado en noviembre del 2018, en el 2017 hubo 219 millones de casos de paludismo, en comparación con los 217 millones del año 2016. La cifra estimada de muertes por paludismo en el 2017 fue de 435 000, similar a la del año anterior [3].

Como se puede apreciar en los datos; ni el número de contagiados ni el de muertos causados por la Malaria (por cierto, el 80% de los decesos de esta enfermedad pertenecen a niños menores de 5 años) es siquiera levemente proporcional al número de contagiados y muertos por coronavirus a nivel mundial; y, si en algún hipotético escenario así lo fuere, hay que considerar que la Malaria es una enfermedad que lleva décadas enteras manteniendo estos elevados índices de mortandad. Dicho esto, se me podría reprochar que el potencial de una epidemia vs el de una pandemia, por expansión geográfica, no es mensurables; aun así, yo me pregunto ¿Dónde está la empatía humana en estos casos? ¿Por qué la diligencia de la comunidad mundial no es la misma en África Subsahariana o en Asia Sudoriental que en la vieja Europa o EE.UU.? ¿Acaso, no somos todos humanos? La respuesta la analizaremos más abajo…

Ahora bien, antes de seguir, me permitiré una leve digresión temática al respecto, puesto que en estos momentos puedo deducir que las cifras descritas y la forma en que están explicitados los datos de este artículo pueden parecerle al lector algo duras y frías, sin embargo, a mí me parecer, es diez veces más duro que en África Subsahariana cada 45 segundos muera un niño a causa de Malaria, mientras los posmodernos occidentales del primer mundo se mantienen cómodos en sus cálidos hogares esperando al día sábado para beberse un cóctel de bebidas energizantes mezcladas con coca-cola, combinación que los obliga a calmar el subidón de azúcar con grotescas pizzas, cortesía de Uber Eats, para luego terminar su impotente noche de inercia en interminables atracones de series yannkees producidas por Netflix; obesos de tanta chatarra, echados en sus camas, perdiendo su vida frente a una pantalla y haciendo como si absolutamente nada pasara en el mundo. ¡Esa desconexión de lo real, sí me parece dura! Por lo demás, si algo les pasa a los países de la periferia a nadie le importa, pero sí en cambio, algo le llegase a ocurrir a las superpotencias hegemónicas ¡todos pierden la cabeza y se lamentan amargados por redes sociales! Como pasó para el reciente caso Notre-Dame… Precisamente ese exceso de miopía cultural representa ¡la abyecta hipocresía racial de la globalización! Ojalá, una vez superada esta crisis mundial, ganemos la humanidad necesaria para mirar más allá de nuestras narices…

Y si de diversas realidades estamos hablando, finalizaremos este recuento de datos contra-informacionales con la industria que la OMS «hipócritamente» considera la «epidemia que representa una de las mayores amenazas para la salud pública mundial», y recalco lo de hipócrita puesto que la OMS, financiada en parte por dudosos entes privados como Bill Gates y por cuestionables entes públicos como China; por protocolo internacional solo es capaz de describir el presente fenómeno epidémico a través de la virtualidad de su web, porque de ahí a prohibirlo, manejarlo o atenuarlo, ni en sueños…¿Ya adivinaron a qué epidemia me refiero? Sí, me refiero a la «epidemia del tabaquismo», la cual figura como la «principal causa de muerte evitable en el mundo». Por más cliché que parezca, todos los años su exponencial tasa de morbimortalidad genera gigantescos costos sanitarios que los Estados, es decir sus contribuyentes, apenas pueden costear. Sin embargo, y al igual que la Big Pharma, esta es una industria que, por razones estrictamente lobbistas, a ningún ente público-privado le conviene regular…Ahora bien, disculpando las digresiones pertinentes y, volviendo a los hechos medulares, en la actualidad se calcula que: 

Cada año, más de 8 millones de personas fallecen a causa del tabaco. Más de 7 millones de estas defunciones se deben al consumo directo y alrededor de 1,2 millones, consecuencia de la exposición involuntaria al humo del tabaco [4].

Fíjese el lector que con esta «epidemia» hemos pasado, rápidamente, de miles a millones de defunciones anuales, y esto nadie lo transmite masivamente, no se vuelve mediático, ni tampoco genera exitosos Trending Topics en la web. Dicho esto, muchos podrán reprocharme que el tabaco no es en sí un virus y que por lo tanto no encaja en las categorías antes descritas, sin embargo; si cerramos los ojos, focalizamos la mente y luego hacemos el esfuerzo de trasladar nuestra imaginación a un plano hipotético en el que existiera un mapa a escala real, con gráficos georefenciados de medición inteligente que se encargaran de transmitirnos hora tras hora todos los muertos que día a día y país por país fallecen en el mundo a causa del tabaco, de seguro la gente no solo vería al tabaquismo como un virus pandémico, sino que con espanto, se darían cuenta que es¡el peor de los venenos de la historia de la humanidad! Ah, y por supuesto, no se olvide de agregarle a la presente ficción la hipotética re-transmisión instantánea a nivel global vía Twitter, Facebook y WhatsApp. ¿Podría usted concebir tamaño escenario? Sí es capaz de hacerlo. Repita el ejercicio, esta vez con la mente focalizada en los índices de depresión, feminicidios, alcoholismo, suicidio y drogadicción, de seguro se dará cuenta que la realidad dista mucho de ser idílica…

En fin, dejando los ejemplos de lado y antes de finalizar el artículo, es necesario aclarar que la exposición de los datos presentados, por ningún motivo representa ser un intento conspiranoide o negacionista para con el actual fenómeno pandémico. Todo lo contrario, lo que se intenta traditar aquí es visibilizar algunas líneas argumentales para que el lector se vaya haciendo de un criterio formado y enriquecido, basado en citas, extrapolaciones y otros datos empíricos debidamente respaldados; lo cual es el método ilustrativo que creemos atingente para esta clase de singularidades sociales.

Además de ello, debemos dejar en claro que entendemos que el coronavirus es la primera gran pandemia en la Era de la Información, y que, por lo mismo, hemos pagado el noviciado como la sociedad advenediza que somos, sin embargo, consideramos que no podemos dejar de afirmar que el coronavirus es «solo una pequeña fracción de la gran crisis estructural que hoy aqueja al mundo». Por otro lado, nunca está demás recordarle al lector que la humanidad, a lo largo de su accidentada historia, se ha recuperado de pandemias muchísimo peores que ésta y que, sin duda, el coronavirus no será la excepción.

En cambio, y teniendo en cuenta lo antes explicitado, creemos que lo que sí debiese llamar nuestra atención como sociedad; son los problemas que al día de hoy no presentan soluciones visibles, como lo son el caso del calentamiento global, la crisis energética, las políticas económicas pro mercado, o las constantes tensiones nucleares causadas por el extractivismo fósil de las potencias mundiales. Eso mis queridos amigos, ¡eso sí que es grave!, puesto que, al día de hoy, no existe especie alguna sobre la faz de la tierra que haya sobrevivido a la radicalidad de los cambios climáticos, ni mucho menos a guerras nucleares… En este sentido, si no logramos observar la raíz del problema, de ninguna forma seremos capaces de cambiar lo que realmente hay que superar ¿Y qué hay que superar? Bueno, eso lo analizaremos en el siguiente capítulo. Por lo pronto, el consejo nietzscheano para los ciudadanos del siglo XXI es «¡mantenerse siempre profundamente absortos!» «¡Pues es la única forma de vivir por encima de toda perplejidad!» Y no se engañen, recuerden que somos seres finitos y que la condición natural de la vida en la tierra no es el progreso, sino la crisis, el desorden y, en su defecto, el caos. Cuidemos la vida amigos míos, aprovechemos de crecer como especie y madurar, que la inversión de la entropía ¡siempre será temporal!

Para leer el artículo completo, descárguelo en el siguiente enlace: https://www.academia.edu/42739419/Coronavirus_and_Crisis_Global

Bibliografía:

[1] Maquilón, C., Munster C., E., Tapia P., C., Antolini T., M., Cabrera V., S., & Arpón F., P. (Agosto de 2018). Adultos con influenza, evolución clínica, costos y grupos relacionados por el diagnóstico, resultados de 4 años. Clínica Dávila. Santiago de Chile. Revista chilena de enfermedades respiratorias, 34(2). Obtenido de https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-73482018000200102

[2] OMS. (Junio de 2018). Paludismo. Organización Mundial de la Salud . Obtenido de https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/malaria

[3] Idem

[4] OMS. (26 de Julio de 2019). Tabaco. Obtenido de https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/tobacco

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2 COMENTARIOS

  1. He seguido la trayectoria del Sr Bórquez desde que editó La Mercantilización del Yo y me parece un escritor de gran prosapia nobiliaria. Su visión crítica, exenta de convencionalismos posmodernos, hacen de él un ensayista digno de atención. Sin duda Chile es un semillero de buenos escritores, el problema es que no todos son tomados en cuenta. Espero éste no sea el caso.
    Muy buen artículo. Felicitaciones.

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