Aurora Venturini es parte del canon de las escritoras argentinas. A pesar de tener un reconocimiento tardío por su extraordinaria novela Las Primas, se le considera como una ineludible a la que tarde o temprano debemos acceder. Sus convicciones políticas, así como su vínculo con Eva Perón, la llevaron a exiliarse en Francia durante la dictadura militar del 55. En París, forjó amistad con Sartre, Camus, Genet y Simone de Beauvoir, siendo parte (quizás desde una óptica más silenciosa) de un campo cultural que determinó la cultura occidental del siglo XX.
Las amigas, novela inédita hasta la fecha, narra la otra parte de la vida de Yuna Riglos, la pintora que protagonizaba Las primas. Envejecida y desenvuelta, se apronta a esperar la muerte en un departamento de la ciudad de La Plata mientras suelta un monólogo interior que se extravía en las capas geológicas de su memoria: «Se me han caído casi todos los puntos y las comas y los dos puntos y los suspensivos y la mar en coche se ha caído y a veces parece que me ahogaré con tantos signos abullonados en el interior de mi cabeza de la cual suelo expulsar algunos suspensivos y…». En este párrafo se concentra parte de la escritura de Venturini. Fraseos extensos que no llegan a un final y que repiten un discurso que se pierde una y otra vez en los bosques de su propia retórica. Ese sello tan reconocible como empalagoso, y a esta altura entrañable, es propio de Venturini, una escritora que siempre fue más allá de las formas, innovando con un discurso que dejara atrás el universo de las tramas y sus trampas poco propositivas.
Toda la obra de Venturini se lee como un puzle narrativo. Nada queda liberado al azar, todo está amarrado. Asistimos a un conjunto donde cuentos, personajes, parajes e historias se complementan, dialogando a través de una arquitectura que se condice y relaciona desde una raíz. Por lo mismo, Yuna Riglos continúa regocijándose de lo que fue un pasado de plagado de éxitos, los recuerdos de luces que se fueron ya no están y ella parece no saberlo; de la persona que vivió todo aquello, no queda nada más que un mismo nombre.
La novela se juega su estructura (quizás su vida) en el entender la existencia como un lugar de múltiples caras, donde los contextos están por sobre las particularidades. Mientras se expande esta cosmovisión (sin los panfletos propios del tema), dos amigas visitan las últimas ruinas de Yuna Riglos. Lo que se podría ver como una amistad a prueba de mucho, con todos sus códigos y formas de aguante, no es nada más que un lugar en el cual las protagonistas consiguen –mintiéndose un poco- compartir un poco más que sus soledades.