Por Sofía Miranda
Quiso ser periodista para ir tras los pasos de Karin Ebensperger. Ahora está más enfocada en su rol de escritora y prepara dos libros, uno enclavado en lo más profundo de las zonas de sacrificio costeras y el otro, una distopía que cruza su propia historia y la del estallido social. La realidad y la ficción se le cruzan constantemente y, de esos trastabilleos, Leo saca la mejor limonada.
La Leo siempre ha dicho que es borracha, no alcohólica. Es una diferencia sutil que suena a chamullo, pero que en su caso es la pura y santa verdad. Tanto así que hace algunos años atrás, allá por el 2017, escribió para la revista Paula un testimonio en primera persona sobre su détox que bien podría transformarse en el retrato más honesto de sí misma. Ahí explica que según la OMS ella encaja en el perfil de una bingedrinking: alguien que bebe para quedar mareada; pero lo más importante, en ese testimonio enuncia un acto declarativo fundamental, la Leo toma porque es una mujer alegre y triste.
—Zambra me nombró dentro de los narradores de su generación.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Y qué dijo de ti?
No se acuerda. No se acuerda lo que opinó Zambra de ella. Tengo que llenar yo el espacio de la realidad, de la materialidad. Voy a Google, pongo las palabras claves «Zambra Marcazzolo» y ahí me entero de que, en una entrevista hecha por Álvaro Matus al escritor Alejandro Zambra para la revista de libros de El Mercurio, él la nombra como una de las narradoras que pertenecen a su generación y del que se siente vinculado debido a que se nota la lectura poética en la escritura de ambos. Lo genial de todo esto es que la Leo se enteró de esto hace poco y la entrevista fue hecha el 2006. Ella es así. Me he acostumbrado a este tipo de episodios a punta de leerla, escucharla y editarla. Sí, me delato en seguida: estoy haciendo un perfil de alguien que conozco y al que me une la amistad y el trabajo. Lo bueno de todo esto es que tengo un punto de vista privilegiado, lo malo: el punto de vista privilegiado. Me pregunto entonces «¿qué tanto la podré retratar?».
—Esto grábalo para el profesor lo escuche. Todo lo que nosotras hemos hecho a nivel de trabajo y a nivel íntimo lo puedes usar con total libertad para tu tarea. Inclusive las partes en que he estado curada.
Pienso en que ya lleva dos meses sin tomar ni fumar. Pienso en el último año nuevo que compartimos en su casa y me acuerdo de lo mareada que yo llegué a la mía. ¿Soy solo yo la que la ve como a una Alicia borracha a través del vaso/espejo? Una de las invitadas a ese mismo evento recuerda la simetría entre la Leo y la decoración de su hogar caracterizada por algo que define como disrupción. Distorsión en el espacio por elementos eclécticos que combinan perfectamente con la disrupción que la anfitriona exuda al hablar. Me pregunto ahora si la Leo es factible. ¿Hay posibilidad de ser en lo que la Leo es? Le pregunto a uno de sus tantos talleristas sobre su experiencia con ella como guía en la escritura y me dice que la Leo hace algo insólito en estos espacios: le permite a cada participante leer sus textos en clases, lo que a la larga termina haciendo que cada sesión tenga una hora fija de inicio, mas no una de término. Nuevamente, creo que la Leo se rebalsa y no le importa… o le importa tanto que no se pone límites.
Pienso en que lo primero que recuerda su amiga, la periodista Andrea Lagos, sobre ella es «Fumaba. Fumaba como se fumaba en las redacciones y en los bares hasta hace algunos años. Ella entera estaba cubierta de una estela de humo azul que siempre me pareció cinematográfico. Bebía como un cosaco mientras conversábamos por horas en algún bar cercano al trabajo». Volvemos a la misma escena, la Leo enmarcada tal como yo la veo. Una figura que se comunica con vehemencia y que de tanto apasionarse por la escritura parece sacada de un manual de cómo debieron ser las salas de redacciones de antaño.
—No tengo sentido común. No sé. No tengo mucho sentido. Soy un sinsentido.
La Leo siempre dice esto. Tal vez ahora lo dice más que antes, porque hace dos meses estuvo en la UCI conectada a un ventilador mecánico. ¿La razón? Lo mismo de siempre, un resfrío mal cuidado, seguido de un carrete épico en La Batuta, la caminata en la madrugada de vuelta a casa en pleno invierno y con ropa poco apta para este escenario (claro, en la noche y al calor de la tocata no se puede andar tan abrigada), los 48 años y el mareo embriagador vivo de la celebración. El escenario perfecto para que una bacteria la pillara y se le pegara al pulmón confundiéndose con ese resfrío previo y que la pilló en Viña cuidando a sus sobrinos cuando le vino un desmayo que la llevó a la clínica. Se despertó una semana después con flashes de tubos y máquinas a su alrededor.
El détox del 2022 debe durar seis meses, así que el testimonio tendrá más capítulos, pero el mismo final: abrir la botella que encuentre porque «total de algo hay que morirse. Y hasta donde yo sé, el alcohol no muere, la que muere es uno».