Me gusta más Siri Hustvedt en su faceta de de ensayista que de novelista. Debo reconocer que su prosa me aburre, hay un exceso de inocencia y sentimentalismo con el que nunca he logrado enganchar, abandonando sus libros a la mitad y girando hacia otras lecturas.
Por el contrario, lo que sí disfruto a rabiar son sus ensayos. Esas pequeñas píldoras que nos hacen cuestionar todo, tirar por el despeñadero nuestras certezas y tratar de entender desde otro lugar las máximas que nos determinan como construcciones sociales.
Hustvedt relaciona ciencia con filosofía. Cruza ambas disciplinas y propone nuevas lecturas. Se pregunta por el vínculo entre cuerpo y mente, haciendo un ejercicio tan urgente como necesario. Desarma las respuestas de las clásicas interrogantes ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? Lejos de repetir discursos (e incluso de imponerlos) abre una disparidad de formas que discuten las teorías de autores como Bateman, Descartes, Husserl y Turing.
Galardonado con el Premio Europeo de Ensayo Charles Veillon, Los espejismos de la certeza es una obra que lejos de los absolutismos, busca remecer y aportar al debate, abriendo brechas y puntos de lectura que nunca se podrán zanjar.
Para leer sin prisas ni pausas (resulta un tanto agotador leer todo el libro de un tirón) nos internamos en la neuro ciencia, la psiquiatría, la genética y la cada vez más cercana inteligencia artificial.
El trabajo de Hustvedt va más allá de la literatura. Se enmarca afuera de sus formas, erigiéndose como una imperdible que deja sus huellas más allá de los ritos de la ficción.