Por Sofía Miranda
Iván me dice «ya llegó Maivo» y nos preparamos para grabar la cuña que usaremos en la feria de libros y periodismo que teníamos que montar en la Academia como trabajo de cierre de semestre. Me trato de concentrar y hago un esfuerzo para no morir de calor mientras seguimos grabando en la Factoría Franklin, pero en mi mente tengo fragmentos de Sara, libro que leí en plena pandemia para moderar un conversatorio online que organizó la Furia del Libro. En esos tiempos que inauguraron las videollamadas nos topamos y ahora es primera vez que nos veremos en persona. Se lo digo y le planteo de inmediato que conversemos un poquito más. Mi idea es conocer qué hay en su narrativa, cómo construye sus relatos, cuáles son sus intereses.
En la escritura de Maivo es recurrente encontrarse con personajes construidos en torno a familias y escenas que ponen el acento en pequeños detalles. Y claro, cuando lo conversamos me dice «estudié Trabajo Social en la Universidad de Buenos Aires, por lo tanto, tengo como un gusto por el drama humano, creo, y ese deseo algo ingenuo de enmendar el mundo que tenemos muchos de los que estudiamos humanidades. ¿Los detalles? Al igual que el narrador de Schweblin en Distancia de Rescate, yo creo que ‘los detalles son importantes». Concuerdo totalmente con ella y con Schweblin cuando hablamos de detalles, es que no solo son importantes, son la vida misma.
«Vivo con mis hijas, si bien son grandes, yo sigo siendo la que mayormente cocina y administra la casa. Eso te lleva unas horas al día. El resto lo reparto en talleres, algunos alumnos particulares, trabajos de edición, en el proyecto propio de escritura en que esté trabajando, ir al gym, una hora mínima de lectura al día, a lo que se suma el trabajo que hacemos con el colectivo Auch+ (“autoras chilenas”, colectivo de autoras feministas) al que pertenezco. Y por supuesto algunas horas a la semana de carrete, post presentación de libros y mantener el vicio de las series. Soy de levantarme temprano, cebarme unos mates y planificar las cosas que haré en el día. Hace poco terminé de escribir mi segunda novela, que está en proceso de lectura en un par de editoriales, por lo que en estos momentos estoy planeando y recolectando insumos para mi tercera novela. Espero comenzar a escribirla en 2023, y ahí sí, cuando ya estoy en proceso de escritura, trato de mantener un ritmo diario. Creo que los procesos creativos son muy personales, cada uno tiene que encontrar el suyo».
Entre procesos creativos e inspiración hay una delgada línea. En el caso de Maivo esa línea tiene un claro divisor: el concepto de escritura como artesanía. «Tengo una relación algo distante con la idea de inspiración. Me asusta esa palabra, es como creer que un escritor o una escritora es un ser iluminado. Nada más lejos de la concepción que yo tengo del oficio de escribir. Prefiero pensarme como una artesana, alguien que toma entre sus manos cierto material —en este caso el lenguaje, las palabras, las historias— y lo trabaja, lo amasa, lo corta, lo taladra, lo teje, le da cierta forma y con eso construye algo nuevo. Ni tan original, ni tan especial, pero sí algo que lleva tu impronta. Yo hago talleres, y soy majadera en decirle a los participantes que esto es trabajo, es pasión, y meterle horas de dedicación y muchas ganas. No siempre pensando necesariamente en publicar, sino en querer y disfrutar ese doble proceso de leer y escribir. Para algunos será un proceso sufriente, para mí no». La escritora es enfática en este tema. «Más que inspiración, hay temas que me interesan, porque quiero saber más de ellos. Me interesan también los desafíos. Hace poco escribí un cuento de corte fantástico que integra la antología Poliedro 7 (Triada Ediciones). Desafiarse a una misma es también una buena forma de seguir aprendiendo y mejorando como escritora. Me encantaría, por ejemplo, alguna vez escribir un buen cuento de terror. Está en mi lista de pendientes».
Sara, Ambiente familiar y Lo que no bailamos
Maivo hizo su aparición en el mundo de los libros de forma independiente el 2016. Ese año la ansiedad la llevó a autopublicar Lo que no bailamos y, con ello, se vio de cabeza inmersa en todo lo que implica la cadena del libro: edición, imprenta, facturación, distribución, difusión, venta y un variado “entre otros” que mueve la industria. Hoy, gracias a Provincianos, ese libro vuelve a ver la luz y se suma a sus predecesores Sara (Kindberg) y Ambiente familiar (Ediciones de la lumbre).
«Me gustan los mundos cotidianos, esos espacios pequeños en los que cada ser humano se va formando, armando. Me gusta entrar allí, hurgar en las relaciones familiares, revisar, remirar y desmontar ciertas ideas. Desarmar el puzle y que el lector lo arme de nuevo. Incomodarlo un poco; que lo que lea le resuene de alguna forma. También me interesan las historias cruzadas por la intervención estatal, las políticas públicas. De todo eso hay en la novela Sara, Ambiente familiar y en los diez cuentos de Lo que no bailamos que es mi último libro publicado por Provincianos, donde los lectores se encontrarán con los primeros cuentos que escribí».
Esos espacios íntimos, incómodos entre los que la escritora se mueve, tienen un hilo conductor que comienza de casualidad gracias a su trabajo siendo asistente social. «A fines de los noventa trabajé en un consultorio de salud como asistente social. Fue muy frustrante. Escuchaba por horas situaciones muy al límite: violencia intrafamiliar, abuso infantil, intentos de suicidio. Se me iba el día atendiendo público y cuando quería comenzar a implementar alguna estrategia de intervención (todo eso que había aprendido en la universidad) el sistema no ayudaba mucho, porque al día siguiente llegaban nuevas personas con nuevas historias. Entonces una amiga psicóloga a quien le comenté lo frustrante que era no contar con el tiempo para ir más allá de solo escuchar, me recomendó que escribiera lo que esas mujeres y hombres me contaban, casi en plan terapéutico. Comencé a escribir, y a escribir, y sin darme cuenta comencé a ficcionar, a construir nuevas historias. Quedaron en un computador que me robaron. A los meses renuncié a ese trabajo. Pero me quedó gustando esto de crear pequeños mundos. Quizás por eso, unos años después, en mi lista de “cosas que quiero hacer antes de cumplir los cuarenta”, anoté: entrar a un taller literario. Año 2004. Por medio de internet contacté a Lilian Elphick, pero como andaba buscando algo por el centro, ella me dio el teléfono de Carolina Rivas, y así entré a mi primer taller. Eso fue más o menos el comienzo».
Este inicio, casualidad mediante, la ha llevado a ser parte gravitante del mundo literario independiente en nuestro país. Pese a eso, Maivo se sigue sintiendo «muy agradecida de esos espacios compartidos de aprendizaje». Los talleres literarios, esos espacios de aprendizaje como ella los designa, le calaron hondo, porque «no creo que “una se haga sola”. Nos hacemos, nos construimos gracias —y pese— a otros y otras».