El poeta comenzó desde muy joven a interesarse y encaminarse en escribir. Con su libro Trópico de Libra editado por Queltehue Ediciones podemos encontrar un trabajo sincero, pulcro y lleno de emociones. Te invitamos a leer la entrevista para Lector.
—¿Desde cuándo quisiste escribir?
—Nunca quise ni me propuse escribir, no se trató de una decisión. A temprana edad, comencé a hacerlo naturalmente. No recuerdo cuándo con exactitud, pero hasta hace poco conservé varios blocks cuadriculados con poemas medidos y rimados que hice en los primeros cursos de la escuela básica, imitando letras de canciones. Desde allí, se tornó una necesidad y un hábito. En mi caso, parafraseando lo que siempre señala Pía Barros, desde el principio he escrito «por» y no «para».
—¿Qué te inspiró a la hora de crear Trópico de Libra? Cuéntanos de cómo se fue gestionando este trabajo hasta ahora con la recepción de los lectores.
—Creo en el deber de acompañar la escritura con un conjunto sólido de lecturas, escuchas, diálogos y otras múltiples experiencias que van nutriéndola y dándole sustento. Entonces, Trópico de Libra se armó tras un trabajo largo y lento, no a partir de la inspiración. De todas maneras, el origen de varios de los textos sí fue fortuito y gatillado por elementos variados, la mayoría muy cotidianos. Pero hay un hilo conductor que no es casual ni producto de «iluminación» alguna.
—¿Qué es lo que te llama la atención a la hora de escribir? Por ejemplo, tenemos el poema «Falta». ¿Qué fue lo que quisiste dar a conocer?
—Me llama la atención lo impredecible de la escritura. Por más que quieran plasmarse ciertas técnicas, imágenes ya concebidas o todo un proyecto bien pensado de antemano, siempre van ocurriendo cosas que escapan de cualquier plan. De pronto, empiezas a escribir en un lugar y terminas en otro totalmente insospechado, diciendo otras cosas, incluso volcándote hacia otros registros. Con una diversidad de materiales y formas, en Trópico de Libra traté de plasmar esa inestabilidad y mostrar una actitud de apertura a los cambios. Por lo tanto, te vas a encontrar con una estructura reconocible, pero no rígida, sino con bastantes recovecos.
—¿Cómo desarrollaste el libro?
—Como te contaba, durante unos tres o cuatro años, reuní un buen manojo de textos y algunos materiales visuales. Descarté muchos, rescaté y pulí otros y, al final, estos encontraron el orden con que se publicaron. Compartí el manuscrito con algunos amigos poetas y no tardó en llegar a manos de Queltehue Ediciones, con cuyo estilo y valores tuve un inmediato flechazo.
—¿Qué buscabas provocar a la hora de escribir este poemario?
Detrás de este libro hay inquietudes creativas personales, no más. Fundamentalmente, me preocupa generar algo desafiante. Eso ya tiene varias implicancias. Pero no pienso siquiera en que vaya a existir un lector, ni en enmarcarme en alguna tendencia, ni en complacer a alguien. Como ha dicho Diego Maquieira, tengo interés por crear y no intereses creados.
—Para ti, ¿qué es la poesía?
—Una fuerza enigmática, con muchas manifestaciones (verso no es sinónimo de poesía), que va a seguir existiendo y fascinando mientras haya humanidad. Se acaba la humanidad, se acaba la poesía. Pero también al revés, si se acaba la poesía, adiós humanidad. Porque constituye un cierto sostén espiritual, así lo veo.
—¿A quiénes admiras?
—A todos quienes han pensado y practicado las artes como instancias imaginativas, como espacios de auténtica libertad, sin anclas, concesiones ni hormas de ningún tipo. Eso también ha involucrado una ética distinta y firme, por supuesto. Admiro y miro siempre hacia Vallejo y Huidobro, Clarice Lispector, Edmond Jabés, o Diane di Prima. Fueron los primeros nombres que me vinieron a la mente. Tan distintos todos, pero en lo medular muy hermanados.
—¿Dónde podemos encontrar tu poemario?
Va a estar en las ferias de fin de año, hasta donde sé en Ñuñoa y el GAM. Igualmente, Queltehue Ediciones distribuye mediante página web y Buscalibre. Y varios poemas están a la mano en internet.