El libro de Mario Uribe, recientemente publicado por DscnTxt Editores, va un poco más allá de las referencias habituales del 18 O. Si bien hay un análisis contextual que comienza con el Mayo francés y una interrumpida visita de Sartre al Chile de la Unidad Popular, su autor posiciona el psicoanálisis como el centro de su estudio. Uno de los grandes focos sobre los cuales se reflexiona son las consignas aparecidas en los muros de la ciudad (llamada aquí cité para establecer las diferencias entre lo urbano y lo humano-político) durante el estallido social.
En los lienzos callejeros no solo hay literatura (Piglia decía que son variadas las estructuras sobre las cuales crear, no es una tarea propia de la escritura), también vemos una construcción -horizontal y popular- que Uribe reinvindica más allá de la estética. La frase: «Chile despertó» es interpretada desde un punto de vista lacaniano, entendiéndose el fenómeno como un despertar para entrar en la historia (idea hegeliana), que responde a un montón de síntomas y alegorías que son vistas desde la Matrix.
En las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que ha provocado la policía chilena durante el gobierno de Sebastián Piñera, no fue casual que se disparara a los ojos de los manifestantes. Para Uribe, la figura del despertar -la significación y resignificación del concepto- está ligada a la mutilación de estos órganos. El lugar desde el cual se mira y critica (y se pone en jaque el libremercado perfeccionado por los gobiernos de la concertación), es el ojo que estuvo durante años cerrado-cegado, siendo incapaz de observar el sometimiento cotidiano.
En los capítulos posteriores se analiza el paso del sujeto al objeto. El espacio en el que dejaron de existir los individuos y comenzó un proceso masivo de cosificación: «El Discurso Capitalista aliena al sujeto, lo narcotiza en la Matrix, lo cosifica, transformándolo en un rehén, un número, un prisionero de un modelo desubjetivante que se impone a él como un destino inexorable y lo condena a la insoportable experiencia de no poseer siquiera el comando de su propia vida».
Durante todo el estudio ronda la pregunta por la dignidad. Qué entendemos por ella, qué fue, qué ha sido, cómo se perfila y construye. El otro bastión que atraviesa el texto es la ambivalencia de tristeza-esperanza que ha generado el estallido social. En las marchas podíamos apreciar esta dicotomía que a su vez contenía congoja, alegría, rabia, gritos, cánticos, silencios, carnaval y represión. Esta multiplicidad de sentimientos (la hibridez de la Posmodernidad) construye una dialéctica que en su contradicción también se reproduce.
Desde el 18 de octubre creció una esperanza de construir un Chile diferente, un país con mayor justicia social, pero también, enfrentarse a este despertar fue vislumbrar los años de atropellos y miseria, de no visibilizar el látigo que azotaba a toda la clase trabajadora. Enfrentarse al tiempo perdido generó una desolación que choca con las quimeras que rondan el presente.
De todos los libros que he leído sobre el estallido social, este me parece el más completo. Hay un andamiaje teórico que busca problematizar ideas y proponer hipótesis. No estamos ante un panfleto (una venta de humo) que apela a la mera espiritualidad. Acá hay un trabajo de intertexto, reflexión y propuestas que sirve para (re) pensar las batallas del futuro.