Domingo, Septiembre 15, 2024
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Cuento: Menú Económico – Juan Ignacio Colil

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El tipo estaba en el mismo patio de su restorán, bajo una gruesa capa de cemento. Los asesinos fueron un par de cocineros que habían llegado recientemente desde alguna provincia perdida de China. Al parecer se enojaron con el sujeto porque éste no les pagaba lo acordado y rápidamente optaron por la vía violenta. De las palabras saltaron rápidamente a las amenazas y luego los golpes; certeros y rotundos, cayeron sobre su patrón. Ya era tarde para echar pie atrás.  No tenían aquella paciencia que uno supone en los hijos de Confucio. Como no lo pudieron llevar a ninguna parte, lo trozaron con maestría y lo enterraron en el pequeño patio. Yo visité el lugar mucho tiempo después. Era un espacio de dos por tres metros al que le daba el sol en la mañana. Por la orilla había plantas. Un diamelo con sus pequeñas flores azules y blancas otorgaba el toque oriental.

La viuda  del dueño dio aviso a la policía una semana  después de su desaparición. Estaba acostumbrada a que su marido se perdiera por un par de noches, pero una semana, le pareció un tiempo exagerado. Antes de dar aviso,  lo buscó por todos los puteríos que ella conocía. Incluso contrató a un investigador privado que la entretuvo con datos falsos por varios días y le arrancó unos buenos miles de pesos.  Al chino le gustaban las caribeñas y solía gastar parte de su fortuna; construida a punta de cocineros baratos, menús económicos y wantanes, en estas chicas tan cariñosas, morenas y sonrientes. La billetera del chino podía sacar sonrisas a cualquiera.  La investigación comenzó sin mayor urgencia. Los cocineros no dijeron nada, o si lo dijeron nadie les entendió. Gesticulaban y hablaban en ese idioma en el cual cada palabra simulaba ser el fragmento de una verdad. Una pequeña lección de filosofía. Una piedra de una gran muralla. Tenían cara de inocentes y además el físico no los acompañaba. El oficial a cargo se deshizo rápidamente de los dos cocineros chinos. Lo ponían nervioso sus miradas y aquella actitud que él confundió con la sabiduría. De esa forma; Chi Hun y Chi Wen;  volvieron a la paz de su cocina, a su atmósfera de fritangas y a sus recuerdos de Hubei. El  oficial quería culpar a un garzón mapuche de apellido Millalonco que atendía el turno de la noche. Apenas lo vio, supo que ese era su hombre. Según un cuidador de autos fue el último que estuvo con el jefe chino antes de que éste subiera a su vehículo japonés full equipo. Automóvil comprado hacía poco y que apareció por esos días en  un sitio eriazo del norte de Santiago, cerca de unas carpas de gitanos. La compra de aquel auto fue considerada una traición por una  parte de la colonia china, la fracción  más conservadora que no olvidaba lo de Nankin. No fue difícil encontrarle el móvil a Millalonco. Al dueño nadie lo quería, era un abusador. Millalonco no tenía coartada, además todos sabían que tenía el genio ligero y que habitualmente encaraba al chino jefe, quien sólo lo aguantaba porque Millalonco ordenaba el negocio. Una viejita vecina del restorán fue la que dio la pista. A veces ella acudía al restorán y pedía un menú económico para llevar. Conversaba con la cajera; una chica que por las tardes estudiaba contabilidad; y luego se retiraba un poco más alegre de lo que había llegado. El menú económico le alcanzaba para todo el día, incluso su gato romano se beneficiaba de aquella costumbre. La noche del asesinato escuchó ruidos y conversaciones hasta muy tarde, pero eso lo dijo cuando ya Millalonco estaba perdido. Su foto  había aparecido en el diario, su condena era cosa de papeleos. Sus vecinos de EL Salto, Doctor Ostornol y Rawson dieron sentidas entrevistas, alguien lloró. Una reportera rubia hizo una pequeña nota sobre el Chacal Chaufan como lo llamó un diario sensacionalista. Incluso trataron de entrevistar a sus amigos de infancia. La viejita se enteró muchos días después de lo  sucedido. Por casualidad escuchó algo en la televisión.  Juntó sus recuerdos que se le mezclaban con aquellos momentos de su niñez que aún se le aparecían. Estaba segura: no había sido su imaginación. Fueron voces, golpes, un grito y después ruido. Quizás música de una radio. Semanas después acudió a la policía, pero la creyeron enferma. Demencia senil, pensó el sujeto que la atendió y le ofreció un té verde, sin dejar de mirar la pantalla de su teléfono celular. La viejecilla que ya rondaba los noventa y tantos, no trepidó. No estaba para que la creyeran loca. Sabía que estaba vieja, pero si había sido capaz de escapar desde su natal Westfalia de un enajenado de bigotito, no se iba a dejar aplastar por un funcionario de tercera categoría. Escribió cartas. Fue a la radio, a la televisión. Nadie le dio mucha importancia. Le decían que tuviera paciencia, que alguien importante la iba a recibir, que dejara sus datos. Por su parte Millalonco se apagaba.  Contestaba preguntas. ¿Qué hizo aquel día?, ¿a qué hora salía del trabajo?, ¿por qué volvió en la noche?, ¿porque sus huellas estaban por todas partes?, ¿era cierto que acompaña al jefe en sus correrías nocturnas? ¿Por qué había pedido permiso el día anterior a la desaparición? Las respuestas que daba sólo lo hundían un poco más. Todas sus palabras se  volvían en su contra. Comprendió que no debía hablar. Daba exactamente lo mismo si decía que sí o que no y de esta forma fue cayendo en un silencio oscuro. Se vio corriendo por unas lomas, trepando a unos manzanos, mirando el curso del río que brillaba, se vio siguiendo a su padre por un camino de tierra bordeado de zarzas y notros. Años después la viuda del chino vendió el restorán, dicen que se fue a un lugar de más categoría e instaló una peluquería. Quiso olvidar a su finado marido y los menús económicos. El sitio lo compró un gordo que instaló un taller mecánico. Fue en ese momento que rompió el suelo. Un tipo que manejaba un taladro fue el primero en encontrar los restos. Para esa época Millalonco ya estaba acostumbrado a su silencio y había dejado de ser noticia. 

FIN

 

 

lector-0-diez-cuentos-negros-chilenosJuan Ignacio Colil Abricot (1966). Ha publicado los libros de cuentos “8cho relatos” (EDB, 2003) y “Al compás de la rueda” (Das Kapital Ediciones, 2010), y las novelas “Lou” (Magoeditores, 2007)  y“Tsunami” (Das Kapital Ediciones, 2014). Ha obtenido los premios Alerce y Municipal de Santiago. Es profesor de Historia. Menú Económico figura en la seleción 10 cuentos negros de autores chilenos, editado en Bolivia.

 

 

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