Martes, Octubre 8, 2024
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Nicolás Cruz Valdivieso lanza su primera novela: “El Cristo Gitano”

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El título inaugura la nueva colección Codex, del sello Emergencia Narrativa.

           

     Un grupo de niños en un internado somete a crueles castigos a los «débiles» para consolidar el poder de los «líderes». Un pastor ungido por la fe popular asiste a los moribundos y recopila sus muertes en un «libro de almas». Un siniestro personaje llamado «El Búho» comanda horripilantes torturas en un centro de detención, mientras dibuja obras de arte junto a su pequeño hijo. Una religiosa defiende con temeraria convicción el tañer de las campanas de su templo.

     Estas historias forman parte de la trama de El Cristo Gitano, la primera novela del escritor chileno Nicolás Cruz Valdivieso, que esta semana será editada como parte de la nueva colección Codex, del sello Emergencia Narrativa.

     La novela tendrá su lanzamiento oficial este viernes 16 de diciembre, a las 19.00 horas, en la librería LIVIN, ubicada en Santo Domingo 615, Santiago. La presentación estará a cargo del escritor y editor del sello Cuneta, Galo Ghigliotto.

     «El Cristo Gitano» narra la historia de Ezequiel, un joven que, intentando superar la culpa que lo corroe por un cruel pecado cometido durante su infancia, se ha convertido en un pastor espiritual, que se encarga de acompañar a los moribundos en su paso hacia el más allá. Su lugar de acción es el Cementerio Gitano, un espacio de fervor popular levantado en torno a un mito sobre una antigua peste que arrasó con el pueblo. Sin razón aparente, el Cristo Gitano cae en las manos de los temidos agentes de la dictadura que controla al país, quienes lo encierran en Villa Raulí, un espeluznante centro de torturas. Allí, Ezequiel conocerá a quienes habitan este espacio de horror y también a “El Búho”, un siniestro personaje que lo conectará con sus recuerdos y con la culpa que lo acecha.

     Nicolás Cruz Valdivieso (1981) es autor de libro de cuentos No le debo nada a Bolaño (ganador del Premio Lector 2016) y de la novela gráfica El golpe: el pueblo (1970-1973), junto a Quique Palomo (dibujante). Ha obtenido reconocimientos en diversos certámenes literarios, entre ellos el Premio Municipal de Literatura de la Municipalidad de Santiago en la categoría cuentos, en 2006; el Certamen Hispanoamericano de Relatos Letra Turbia de España, en 2011; y el concurso de cuentos Animita Cartonera, en 2012.

«Escribo este libro para todos los lectores que estén dispuestos a hacer un viaje sin prejuicios al infierno de nuestra historia reciente»

 

-¿Cuál es el origen de la novela? ¿Cuál de las historias es la que gatilla el conjunto de historias que conforman el libro?

-Me parece que la novela tiene un origen múltiple. Por un lado está la historia de Ezequiel, un indigente que vive en un cementerio llevando a cabo un Archivo de Almas de personas muertas. Esa es la primera semilla de la novela. La imagen de un predicador, un pastor al que los deudos de los muertos cuyas almas guía insisten en llamar el Cristo.     

Por otro lado está la historia del Cementerio Gitano, un cementerio no autorizado que nace en los márgenes del cementerio oficial a partir de una feroz peste sucedida a comienzos del siglo XX. Esa historia nació a partir de las visitas que comencé a hacer por esos días al Cementerio General, donde la distribución espacial del cementerio, que replicaba a la perfección la distribución de la ciudad -donde por un lado están los ricos, enterrados en altos mausoleos, y por otro lado los pobres, enterrados en muros de nichos y patios de cruces- me daba la sensación de que estaba frente a dos cementerios radicalmente distintos, fusionados a la fuerza en uno solo. La apariencia del lado pobre del cementerio me hizo pensar de inmediato en un cementerio gitano y sentí la necesidad de crearle un mito fundacional al lugar. Dentro de los pasillos del cementerio no tardé en encontrar un callejón de nichos donde había enterrado sólo niños muertos. El hogar de Ezequiel, llamado El Callejón de los Niños Muertos en el primer capítulo de la novela, “El Cementerio Gitano”.

-¿Por qué eliges no situar la novela en Chile o un lugar específico?

-Se dio naturalmente así, hasta que llegado un punto decidí rehuir no sólo de los lugares específicos, sino también de las alusiones a la historia del mundo. Desde un comienzo sentía que la novela debía estar enmarcada dentro de un mundo propio, que se asemejara al mundo real, pero tuviera su propia historia. No quería que la ficción estuviera sujeta a la historia de la dictadura chilena, ni a las dictaduras latinoamericanas, ni a la historia universal. Me interesaba más explotar el poder que tiene la ficción y la metáfora, por sobre la idea de hacer un juicio histórico. En ese sentido tenía grandes referentes de la literatura como “El Gran Cuaderno”, de Agota Kristoff, donde la autora muestra que la creación de un mundo paralelo erigido desde la ficción, pero basado en hechos reales, muchas veces puede iluminar otras zonas de la tragedia humana que la escritura construida desde la realidad.   

-¿Cuáles fueron los principales temas que quisiste abordar en la novela?

-En mi caso muchas veces primero viene la idea a nivel argumental y después la teorización sobre qué es lo que quiero contar a través de esa historia. Como si la naturaleza de las historias se fuera revelando a medida que las voy escribiendo. En primera instancia quise contar la historia de un grupo de personas totalmente diversas y cómo sus vidas se entrecruzan en medio de una dictadura; un indigente llamado Ezequiel que lleva un archivo de almas de personas muertas; la historia de  un circo que recorre los caminos de la patria mientras sus integrantes mueren uno a uno producto de la peste; una mujer y un hombre que se ven obligados a dejar un hijo recién nacido en un convento porque están prontos a ser detenidos y posiblemente asesinados; un torturador sin escrúpulos que cuida a un niño con síndrome de Down y lo introduce en el mundo del arte; un grupo de monjas que se enfrentan en una batalla sin tregua con los militares que dominan la nación. Al romper esa primera capa, y dar vida a las historias, fui dándome cuenta de cuáles eran los principales temas que subyacían en ellas. Todas eran historias de fe, con el énfasis puesto en la fe popular, no en la fe de las iglesias. La fe era el principal motor que movía a los personajes en los tiempos de muerte y horror que vivían, utilizada por unos como fuente de inspiración para llevar a cabo las peores atrocidades, y al mismo tiempo, el último refugio de los vencidos. Tenía la idea de mostrar no sólo la humanidad de torturados y torturadores, sino también de hacerme cargo de su ámbito espiritual.    

-Hay escenas que son muy dolorosas en la novela y que tienen que ver con el horror en los centros de tortura y detención. ¿Cómo es para un escritor adentrarse en estas experiencias y describirlas?

-Brutal. Cuando uno se adentra en temas de esta naturaleza es inevitable poner el corazón y los nervios arriba de la mesa. En esta novela, a pesar de no tratarse de una novela minimalista, se aplica a cabalidad la teoría del iceberg. Un cinco por ciento de toda la información que absorbí sobre el tema llegó finalmente a la novela. Hay muchísimas horas de investigación sobre métodos de tortura, múltiples conversaciones con torturados, también revisión de miles de testimonios de torturados chilenos, argentinos, uruguayos y brasileños. Un proceso de inmersión que daría para escribir otra novela.      

-En tu literatura -tanto en esta novela como en tu libro anterior- se percibe muy poca autorreferencia. Se podría decir que has dado la espalda a la autoficción, tan en boga en la literatura chilena actual. ¿A qué se debe esta elección? ¿Qué cosas te inspiran para desarrollar tu ficción?

-No diría que he dado vuelta la espalda a la autoficción, en el sentido que cuando comencé a escribir esta novela, a comienzos del año 2007, no era un término tan en boga en la literatura chilena. Creo que en esa decisión, que no tomé estando del todo consciente, tiene mucho que ver la doble vertiente literaria de la que bebo y que me interesa traspasar a mis libros. Por un lado, el realismo sucio y por otro, cierto tipo de realismo mágico, pero tratado de manera más lúgubre. Creo que los escritores muchas veces se separan entre los que escriben sobre sus vidas y los que crean historias. Yo me cuento entre los segundos, la imaginación es la principal característica de mi escritura.

-¿Para qué lectores escribes este libro? Te lo pregunto porque me parece una novela muy “latinoamericana”, más que “chilena”. Hay temas que atraviesan la cultura latinoamericana -las dictaduras, la fe popular-, eliges un lenguaje más bien neutro, sin coloquialismos ni modismos…

-Escribo este libro para todos los lectores que estén dispuestos a hacer un viaje sin prejuicios al infierno de nuestra historia reciente.  A enfrentarse al reflejo ficcionado de la historia de su país y su continente, una historia escrita en sangre. El lenguaje neutro, sin coloquialismo ni modismos, tiene la idea de sumergir al lector en la historia particular de los personajes que presenta la novela y la patria ficticia en la que habitan, sin las ataduras de la historia de Chile. Que sean capaces de entrar en este mundo ficticio, aceptar sus reglas y darse cuenta que es aterradoramente parecido al mundo real. Cómo decía antes, me parece que la ficción es una herramienta capaz de iluminar zonas de la experiencia humana y generar preguntas que muchas veces la realidad a secas no consigue.   

-Me gustaría que me hablaras de la estructura que has elegido para la novela, donde me parece que hay parentesco o cercanía con el cuento. Cada capítulo es muy similar a un cuento en sí mismo y entre todos conforman la trama mayor de la novela.

-Tenía la idea de que cada historia que compusiera la novela tenía que ser relevante y funcionar como una unidad, casi como si fuera un cuento, un mundo propio que después debía ser capaz de conectarse con los otros capítulos para formar un todo más poderoso que la suma de sus partes. Cómo lo que había escrito hasta antes de comenzar la novela eran cuentos me parecía una estructura compleja, pero abordable, donde no debía resolver lo que iba a pasar en la novela en el página a página, sino ser capaz de poner el foco en cada una de las historias que  iban a terminar por componer el mundo que estaba proponiendo. En ese sentido, creo que la novela funciona como un viaje, en primera instancia a los mundos que presentan cada uno de los capítulos, y en segunda instancia a una historia mayor, la del tiempo que todos estos personajes habitan.

 

Texto: Prensa Emergencia Narrativa – Foto: Lector.cl

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