Desde muy pequeño Pablo Pinto estuvo envuelto en el mundo del comic y de las letras. Lleva cerca de 15 años creando historias. Le gusta el género de ficción y de terror. Participó en un taller literario que estaba a cargo del escritor nacional, Marcelo Simonetti. Después de un tiempo Pablo llegó a ser parte de Áurea Ediciones. Te invitamos a leer su entrevista.
—Cuéntanos de ti, ¿cuándo entraste al mundo de las letras?
—Mi mamá y papá fueron lectores y nos formaron a mi hermana y a mí en la lectura desde muy pequeños. Recuerdo libros infantiles ilustrados, libros gigantes de un cuento por día, los maravillosos Elige tu aventura y comics como Mafalda, Garfield, Condorito, incluso Quino. No solo teníamos la posibilidad de pedir libros, sino acceso libre a un closet de la casa en dónde había libros para todos, aun cuando cada mi papá y mamá tuviesen cada uno su selección propia en un espacio personal dentro de su closet. Tener libros y leer era muy placentero y divertido.
—Psicólogo de profesión, escritor de pasión, ¿cómo unes ambas cosas en tu vida?
—Si bien tengo formación profesional como psicólogo, la he utilizado para muchos trabajos y cargos muy distintos entre sí. Creo que la psicología como profesión aporta muchas cosas a la escritura: la capacidad de construir trasfondos complejos, elaborar personajes con mucha humanidad y realismo, principalmente por poder articular personalidad y estilos relacionales. Y para el horror en particular, además, la psicología del miedo y del trauma, que muchas veces me tocó tratar, pues puede trabajarse con mucho cuidado y detalle para provocar al lector a través de la escritura.
—Cuéntanos cómo fue el proceso creativo de Silencio y Horror es humano
—La verdad fueron procesos creativos muy distintos el uno del otro con cinco años de distancia. Silencio se presentó como una oportunidad gracias a mi participación en el taller literario de Marcelo Simonetti en el Bar Inglés de Valparaíso. En ese momento solo tenía un par de cuentos escritos (Silencio y Cosas que Pasan en la Tele) y recién estaba comenzando a creer en mi escritura y a soñar con publicar. Al término del taller tenía quizás siete cuentos más y Marcelo me ofreció postular el libro a un fondo de fortalecimiento de su editorial Ediciones de la Lumbre, con la condición de escribir cuatro o cinco cuentos contra el tiempo, creo que fueron uno o dos meses como mucho. Esa postulación no resultó y me propuso coeditar el libro como autor novel el 2013. Fue maravilloso. Y una inyección de energía. De inmediato seguí escribiendo y en menos de un año tenía mi segundo libro escrito y, pensaba yo, listo para publicar. En ese momento se llamó Reina de las ratas. Pero a diferencia de lo ocurrido con Silencio, no logré publicar rápido. Como todo soñador, intenté primero con grandes editoriales y fui bajando hacia las independientes. Al año siguiente, cambié de curso el libro y lo llamé Calle de los abetos, intentando unir los cuentos entre sí como si sus protagonistas habitasen las casas de una misma calle. Conseguí una ilustradora, incluso diagramé el libro y nada. No conseguía publicar, no conseguía adjudicarme fondos. Entonces acepté que los cuentos tenían algo, no funcionaban. Contacté a un editor de Los Libros de la Mujer Rota y me ayudó con el proceso de edición. Aprendí mucho durante ese proceso, supongo que a la vez es lo que da la perseverancia, madurez y autocrítica de tres o cuatro años de trabajo sobre algo. Descarté muchos cuentos y conservé los que me parecía guardaban una conexión entre sí, es decir, que podían crear una antología coherente. Después de eso completé con algunos cuentos más, y gracias a contactos y movimientos conocí a Joctan Zafira de Áurea Ediciones. Nos juntamos en la azotea del Mall Plaza Egaña, le conté toda esta larga historia y le presenté «La fiebre de los que mueren en ese instante», para que lo leyera. Así cerramos el trato. Un año después el libro se estaba publicando bajo el nombre Horror es Humano con ilustraciones de Chris Fattori, a quien había conocido también haciendo redes, juntando las piezas del horror en este país.
—¿Con cuál género literario te sientes más cómodo a la hora de escribir?
—Claramente con el horror y la ficción. Es un escenario súper conocido y que disfruto mucho, aunque he ido cambiando a lo largo de estos quince años que llevo creando historias. Me he puesto reglas propias respecto de qué estoy dispuesto a crear como imaginario y qué horrores ya no quiero traer a la vida. Antes sentía que simplemente hacía visible lo invisible, que narraba historias que podían estar ocurriendo, en ese instante, en otro lugar, pero ahora asumo mi responsabilidad. Creo que lo otro que entrega comodidad es la satisfacción de sentir que algo está bien escrito, me refiero a que funciona, que consigue su objetivo. Eso con los años uno lo percibe. Así como también se percibe lo que necesita ser pulido en textos de otros. Es casi un tema de ojo y oído. Pienso, no obstante, que uno debe resistirse a la comodidad excesiva. Por ejemplo, ahora estoy explorando algunas creaciones de ficción autobiográfica, intentando no juzgar el resultado. Si uno no se permite estos ejercicios, pues creo que va perdiendo la capacidad de crecer como escritor.
—¿Cuál es el género literario en el que te gustaría abordar para una siguiente novela?
—Quisiera continuar con la escritura de cuentos de horror. En este momento llevo cinco cuentos en paralelo y me ha gustado como estrategia. En mis libros anteriores siempre trabajé la idea de una realidad que se va torciendo hacia el horror. En este libro la realidad ya está torcida, el horror ya existe y algunas personas lo vivirán con una extraña normalidad, como aceptando que es el mundo que les tocó, lo que no dista mucho de la realidad después de este 2020 ¿no crees? Me gustaría también lograr armar este libro de ficciones autobiográficas, pero para ese no tengo ningún apuro ni presión. Por último, siempre está el plan de escribir mi primera novela, lo que como cuentista es un tremendo desafío porque tiendo a crear ficciones de corto aliento, rápidas y precipitadas. Eso de hacer durar una trama y “rellenar” me complica, porque mi cabeza no funciona así. Veremos qué pasa primero.
—Cuéntanos sobre tus experiencias en concursos, por ejemplo, en FOX-LATAM
—No soy muy bueno para postular a concursos, básicamente por el manejo de la ansiedad y la incertidumbre que pueden tener algunos procesos burocráticos y sus plazos. Por eso tiendo a descartar los que son muy complejos o muy extensos en sus tiempos de respuesta, analizando mis opciones de ganar, que para eso se concursa creo yo. En el caso de FOX-LATAM, que buscaba series de ficción para Latinoamérica, lo tomé porque sentía que se presentaba como una oportunidad tipo “salto cuántico”. Es decir, muchos proyectos concursarían, seguro, pero si resultaba ganador, habría un antes y un después. La primera vez que postulamos lo hicimos con un proyecto de ciencia ficción llamado Portal que estuve trabajando con una amiga Javiera Canales durante el diplomado de guión el 2015 y luego perfeccionamos durante otro año. Si bien avanzamos al pitch final, concluimos que nos descartaron principalmente por tratarse de una producción que sería muy cara. Entonces para la segunda postulación, nos propusimos ir con un proyecto que no tuviese ese problema, pero más importante, que fuera muy innovador, nunca visto, sabíamos que había que arriesgarse y pensar algo fuera de la caja. Así creamos El Edificio que era un thriller psicológico muy oscuro, muy disruptivo y complejo, que tenía un cruce de tramas entrelazadas, tortura, secuestro, abuso, sexualidad y género. Una bomba. Fue tan así que la Javi llegó a un límite de su mente oscura y lo terminé de trabajar con otro co-guionista muy bueno, Vuk Lungulov-Klotz, a quien también admiro mucho. Nuevamente llegamos al pitch final (por segundo año consecutivo) y pensé que ganaríamos, de verdad, pero era una locura pensar que ese proyecto pudiese llegar al streaming. Con ese mismo proyecto y la ayuda del director nacional de terror Javier Attridge logré llegar al Festival Ventana Sur en Buenos Aires, a buscar inversionistas. Fue un proceso lleno de emociones, un excelente aprendizaje, del cual finalmente no concluí con nada entre las manos. Fue un momento muy complejo a nivel personal y profesional, y tras mucho pensarlo, decidí congelar el proyecto y probar otras cosas. En conclusión, la experiencia de prepararse para un gran concurso, el anhelo de ganar algo grande, lo recomiendo 100%, pero hay que estar emocionalmente muy preparado e invertir harto tiempo en ello. No es un mero pasatiempo.
—¿Crees que en Chile se lee más?
—Yo creo que sí y por varios motivos. Primero, más personas están escribiendo o animándose a escribir, gracias al mundo digital y a los medios más informales de escritura tipo wattpad o inkit. Segundo, hay una proliferación de editoriales independientes y de autoediciones que pone a disposición de las personas un mayor surtido de géneros y de voces literarias a las que antes seguramente no se podía acceder. Tercero, el libro digital, que desde hace un buen rato ya acompaña los desplazamientos de muchas personas, ya que ahora todos andamos con el celular encima y pues eso lo hace más fácil (o kindle, para los más fans). Cuarto, el encierro forzado y la necesidad de abrirse a otros mundos. Si bien las redes sociales y su estupidez, con excepciones, nos consume mucho tiempo a diario como un falso escape hacia otras vidas, los libros se transformaron en buenos compañeros de la soledad. Las mismas redes sociales han resultado ser un gran medio de promoción de libros, librerías y autores. Por último, mencionar algo que me hizo ver mi buen amigo Hugo Riquelme: las nuevas generaciones están muy metidas con el tema de leer mucho como si fuese un desafío. No importa tanto qué lees, sino cuánto lees. Por supuesto eso refuerza el hecho de que en Chile se lea más, pero ojalá no distorsione la calidad y propósito de la escritura en una fábrica de salchichas. Creo que es importante que la industria literaria apueste a la mayor calidad posible, no por ego, sino para ofrecer la mejor experiencia posible a los lectores y lectoras.
—¿Cómo es ser parte de Áurea Ediciones?
—Me encanta la energía y perseverancia con la que han logrado convertirse en la mayor editorial de género de Chile. No tengo duda de que lo son y lo seguirán siendo. En ese sentido, es bonito que se transforme en un referente y una puerta de entrada transversal para escritores y lectores más jóvenes que se sientan atraídos por la propuesta gráfica y editorial. Por mi parte, creo que soy un escritor “viejo” dentro de Áurea Ediciones, por mi edad, experiencia y, a veces, excesiva atención al detalle, pero mi interés siempre ha sido aportar con lo que pueda y recibir a las nuevas letras del horror dentro de la comunidad, básicamente porque sé lo difícil que es y porque sé que somos pocos los que escribimos terror, y menos aun los que hacemos horror. Tengo mucho aprecio y cariño por el equipo editor y ciertamente estoy agradecido que me dieran la oportunidad de publicar con ellos.
—¿Qué consejos puedes entregar a los que recién están comenzando a escribir sus historias?
—Que no se apuren en publicar. Que participen de talleres, escriban, escriban y escriban. Mientras más escriban, mejores irán siendo sus historias y las instancias de taller justamente servirán para ir perfeccionando y puliendo estilo y detalles que puedan mejorar. Cuando uno disfruta de escribir y sueña con publicar, este parece ser el único destino, pero no debe ser un fin en sí mismo. Escribir es el fin y el medio, y eso nunca termina, menos mal. Es importante estar abierto a la experiencia, a equivocarse y mejorar, a probar, a cambiar, en el camino en convertirse en escritor que, si resulta ser su vocación para la vida, pues sepan que es un camino duro y lleno de esfuerzo en Chile. Hay todo un negocio sobre el escribir para ganar plata, que no es el mismo de escribir lo que te gusta o cómo te gusta. Atentos con eso.