Desde chico que le apasionan las letras. Escribió su primer libro a los 15 años y ahora con Palabras tectónicas, editado bajo Queltehue Ediciones, nos muestra un poemario poderoso, que atrae. Te invitamos a leer la entrevista a Romero, donde nos habla de sus inspiraciones, el proceso creativo a la hora de realizar el poemario, entre otras cosas.
—Cuéntanos de ti
—Tengo veintitrés años. Nací en el norte de Argentina. Me gusta mucho la palabra porvenir. Publiqué mi primer libro a los quince años. Leo mucho pero me gustaría leer más. Trabajo como editor desde hace algunos años. Hablo eslovaco, pero siento que lo estoy perdiendo y es como si perdiera una casa. Sé algunos poemas hermosos de memoria. Fumo más de lo que debería. Me gustaría poder creer en algo.
—¿Qué fue lo que te inspiró para hacer este poemario?
—Es una pregunta capciosa si partimos de la premisa de que para mí no existe la inspiración sino el trabajo, pero digamos que el punto de partida fue una relación con un hombre. Esto no es algo que me interese subrayar porque la poesía debe ser capaz de existir sin ese pormenor llamado vida. Hay muchos libros contemporáneos que solo se sostienen por su contexto de producción. Yo también podría conmover: podría hablar de golpes, mentira, rudeza, violencia física, simbólica, sexual, pero no lo veo necesario. Sucede algo gracioso: escribo y descubro que el poema siempre sabe más cosas que nosotros, que la palabra es consciente de todo aquello que el cuerpo ignora. Me rehúso a pensar que el poema es la simple transcripción de una experiencia, eso significaría restarle profundidad semántica al lenguaje y también importancia a mi trabajo. La palabra parte de la realidad pero no es la realidad, es mucho mejor que eso: la poesía es un intento desesperado por hacer real la vida.
—¿Cómo fue el proceso creativo de Palabras tectónicas?
—Siempre trabajo poemas en series. No tengo ritos ni horarios. La escritura de este libro fue casi como un relámpago y se gestó durante los meses de encierro más estrictos de la pandemia. Venía de un gran tiempo de sequía, y supongo que mi cuerpo tuvo tiempo de cargarse para poder volcar la experiencia después, pero ahí residió el trabajo más difícil: despegar al Yo de mis poemas de mi cuerpo escribiente, separar la voz de la historia. Para mí es muy importante la idea de que la escritura no comienza en el momento mismo de escribir sino después, en la corrección. Todo lo anterior es un ensayo. El telón debe abrirse setenta veces siete.
—¿Cómo llegaste a escribir?
—No tengo una respuesta exacta a esta pregunta porque sinceramente no lo sé. Uno inventa mitos fundacionales de su escritura para justificarla y se los cree, pero a esta altura no sé si la memoria es una herramienta en la que debo confiar. Empecé a escribir a los siete u ocho años. La vida escribe todo el tiempo, nuestra historia no es más que un intento desesperado por ponerle orden a cierta narrativa, acomodar un discurso para poder encauzarlo. Todas las cosas escriben cuando la mano no escribe. No pienso en la escritura como el acto de sentarse a redactar, sino como un dispositivo que permite traducir una experiencia subjetiva. Escribí prosa hasta los doce y luego sucedió algo mágico: un punto de inflexión en el que decidí «escribir en serio», que no es más que otra forma de decir: quise hacerme cargo de la voz de enunciación porque empecé a tomar consciencia de la existencia del lector, entendí que la literatura es un circuito abierto y circular, que la palabra no debía morir en mí. Esto fue clave: desde ese momento mis poemas dejaron de ser diarios y empezaron a ser poemas. Creo en la ficcionalización de la vida y muchas veces olvidamos que el poema es una de las formas que toma la ficción. En otras palabras: empecé a escribir cuando yo mismo decidí que lo que estaba haciendo era escribir.
—¿Cuáles son los temas recurrentes en tus poemas y por qué?
La memoria, la palabra, la espera, la ausencia. Me gustaría que el protagonista de mis poemas sea el lenguaje. Explicar el por qué sería tan imposible como tratar de describir por qué se ama a quien se ama
—¿Por qué «sobrevivir» es un tema importante en tus poemas?
—Escribo poesía porque no creo en la curación. Pizarnik dijo alguna vez que escribir era reparar la herida fundamental porque todos estamos heridos. A mí el lenguaje no me cura: me hiere. El poema es un espacio de supervivencia. Hay que llegar hasta el final intacto.
—¿Qué significa el amor en tu poemario?
—El amor en mis poemas es, en palabras de Barthes, la espera misma, la rememoración mecánica de un acto. El libro parte de una cita de Deleuze: «sólo se escribe por amor, toda escritura es una carta de amor». Yo creo que más que hablar del amor desde un lugar romántico, Deleuze presenta la escritura como un ejercicio de la dialéctica, un diálogo abierto con un Otro que no está, que ha partido o que quizás nunca estuvo. El amor es ser visto, percibido. Toda escritura es una carta desde el momento mismo en que está puesta bajo los ojos de los otros.
—Para ti, ¿qué sentido tiene el «escribir»?
—Empiezo a sospechar que quizás no lo tenga. Me aterra buscar el sentido, creo que en el fondo no me interesa. Escribo porque no sé hacer otra cosa. A veces eso es suficiente, muchas otras veces no.
—Un poema, ¿hay que resolverlo?
—Sí. Un poema es un autómata condenado a repetirse para siempre. El trabajo del poeta debe ser activar los engranajes necesarios para que ese artefacto no se detenga nunca, no se agote, no se quiebre. Poemas como «Si me puedes mirar» de Olga Orozco, «En esta noche en este mundo» de Pizarnik, o «He construido un jardín» de Diana Bellessi son artefactos perfectos porque son inagotables. Un buen poema es capaz de repetirse sin cesar y cavar cada vez más hondo, resignificándose en cada lectura. No lo logré aún, quizás nunca lo haga. Esa es mi búsqueda.
—¿Cómo ha sido estar en Queltehue Ediciones?
—Mis editorxs son hermosxs y atentos, trabajan con mucho cariño. Estoy muy agradecido con ellxs por llevar mi poesía al otro lado de la cordillera. Siempre amé la literatura chilena, creo que es (junto a la mexicana, la brasilera y la argentina) de las más poderosas de este continente.