Su carrera profesional ha sido bien amplia, pero siempre ligada a las letras, de la mano de ellas. Nos contó que le encantaría tomarse una cerveza en un barrio universitario con Patti Smith y se refirió sobre lo que significa para él escribir.
-Cuéntanos algo de ti
-De chico quería ser biólogo marino, quizá porque me gustaba mucho la serie de Jacques Cousteau. Camila, mi pareja, y yo compartimos nuestra casa con tres gatos: Luis, María y Yeyé. Durante 15 años escribí sobre música. Durante ocho, colaboré con una revista de vinos. Tuve un proyecto de electrónica experimental en la época en la que ver a alguien haciendo música con un computador en un escenario parecía novedoso. Cursé el primer nivel de la escuela de sommeliers de Chile. He viajado bastante, pero todos los días crece la lista de lugares a los que me gustaría ir. Los escritores que más admiro son los que enfrentan el oficio de manera cotidiana y descomplicada, los que escriben o escribieron para pagarse el arriendo, obreros de las letras, como Philip K Dick, que publicaba cuentos y novelas de ciencia ficción como una estrategia de sobrevivencia mientras preparaba una carrera de escritor «serio» que nunca llegó a materializar, o el barcelonés Curtis Garland, que escribió unas dos mil novelas de bolsillo.
-¿Cómo llegaste a escribir?
-De chico escribía versiones de las películas que me gustaban, en cuadernillos que yo mismo cosía a mano. Creo que no tener hermanos me obligaba a ocuparme en asuntos solitarios. Durante mucho tiempo publiqué artículos y entrevistas hasta que un día se me ocurrió la idea que dio forma a mi primera novela, Nunca, aunque sólo pude escribirla cuando el protagonista, Ricardo, se me apareció un día mientras hojeaba un librito de acuarelas chinas.
-¿Cómo fue haber participado en las antologías de We Rock y Chil3?
–Divertidísimo. En Chil3 está mi primer relato publicado, una ficción breve acerca de una ucronía en la que el golpe no ocurrió. Para We Rock escribí un relato acerca de una banda imaginaria que viaja a grabar un disco a un estudio legendario en Estados Unidos, y entre el idioma y el choque con la escena local sobreviene un desastre alimentado por el consumo de una droga también imaginaria.
-¿De dónde nacen tus novelas?
-De ideas que me inquietan lo suficiente como para perseguirlas hasta el final. Mi segunda novela, Las Variables Cataclísmicas, es quizá excesiva por eso mismo: quise articular en un solo relato varias obsesiones que tenía entonces y que siguen en mí hasta hoy, como ciertos objetos estelares que dan cuenta de la escala del universo, los cómics en Chile y cierta marginalidad violenta. Hoy la presentaría de otra manera, tal vez como tres libros interconectados pero autónomos.
-¿Qué significa para ti escribir?
-La posibilidad de compartir esas ideas, de darles una existencia real.
-¿De qué se trata Alfabeto?
–Alfabeto es más un juego que una audio novela, la verdad. Proviene de mi gusto por los libros de Elige Tu Propia Aventura, y de proponer un viaje sonoro que permita a los auditores decidir el resultado de la historia. Alfabeto está escrito en segunda persona, y te invita a elegir un camino al final de cada episodio. La historia comienza cuando comienzas a trabajar catalogando libros en una biblioteca inmensa, y ahí, en medio de las páginas de uno de los volúmenes, encuentras el mapa de una isla. El gran motor de la historia, del juego, es la curiosidad por descubrir el lugar que aparece ilustrado en el mapa. Alfabeto es la primera parte de una pequeña trilogía, La Catedral Subterránea, que continúa con Álgebra, que ya está terminada, y culmina en Alquimia.
-¿Quiénes fueron tus inspiraciones a la hora de escribir?
-Creo que le debo mucho a demasiadas y demasiados. Por hacer una lista que de seguro es injusta y se queda muy corta: Angélica Gorodischer, Joanna Russ, Octavia Butler, Kurt Vonnegut, Stanislaw Lem, Philip K Dick.
-Si te dijeran que puedes tomarte un café con algún escritor/a, ¿con quién sería
-Difícil pregunta. Supongo que podría dar una respuesta diferente todos los días. Hoy, se me ocurre que me habría gustado tomar un gin con JG Ballard en algún lugar horrible, como la barra de un hotel que mire a una carretera. O una cerveza con Patti Smith en un bar universitario. No soy muy de tomar café para conversar, la verdad.