Presentación de Caminos interiores de Patricio Contreras Navarrete
Por Karo Castro
Cuando la realidad supera a la ficción, cuando la escritura se contamina de barro y transita desde la trinchera, cuando una esquina encarna el universo completo, cuando una melodía se transforma en poema y la rabia frente a la mezquindad de la política social se vuelve verbo, escribimos.
Escribimos desde y para el territorio; desde la marginalidad y hacia la dignidad. Inscribimos nuestras voces en los muros de la población como grafitis insurgentes, sin márgenes ni sometimiento, sin ley ni permiso. Escribimos en la micro, en el intervalo entre el trabajo y el hogar, desde la vergüenza y la fortuna, en libretas agotadas que resisten el olvido.
Pienso en los compañeros de ruta, en el entramado poético que nos ha traído hasta aquí. Pienso en el año 2016, cuando publicamos nuestros primeros libros: Calle abierta, de Patricio Contreras Navarrete, y La mujer gallina, de mi autoría, ambos en la extinta editorial de Balmaceda Arte Joven. Recuerdo la ilusión de hacer poesía, de migrar a Santiago desde la periferia en busca de respuestas; los bares decadentes de los años 2000; los colectivos poéticos; las ferias autogestionadas en La Victoria, Puente Alto y otras zonas históricas de resistencia. Todo eso nos sitúa hoy aquí, acompañando a Patricio.
La obra Caminos interiores, publicada por Provincianos Editores, constituye una reflexión estética y política sobre los territorios periféricos. Este volumen recopila sus libros anteriores –Calle abierta (2016) y Territorio en disputa (2018)– y construye una poética crítica desde la experiencia barrial. Contreras aborda un Chile liminal, marcado por la exclusión y la invisibilización sistemática de ciertos sectores. Desde su propia vivencia, articula un lenguaje que tensiona las categorías de centro y periferia, mostrando una infancia precarizada pero rica en recursos simbólicos y afectivos. Como él mismo señala: «los olvidados siempre juegan a existir».
La voz poética transita una estructura social fracturada, donde el dolor, la carencia y la festividad coexisten. El juego y el azar aparecen como mecanismos de supervivencia ante la pobreza estructural: «porque la única verdad aquí / es que todos queremos lo mismo / pero nadie sabe para quién trabaja». Algunos pocos logran traspasar los límites simbólicos de la cancha –metáfora recurrente del territorio–, pero la incertidumbre persiste, incluso en quienes han sido cooptados por el individualismo neoliberal.
Entonces, el fútbol emerge como un espacio ritual y simbólico de esperanza colectiva. La cancha, aunque precaria, da sentido y proyecta sueños: ver al «cabro del barrio» alzar la copa encarna la posibilidad de otro destino. El cuerpo se convierte en eje narrativo, desplazándose como una pieza de taca-taca que nunca escapa de los márgenes, una figura que condensa la tensión entre triunfo y derrota. Así se delinean estos caminos interiores: recorridos por quienes migraron del campo a la ciudad, pero nunca dejaron de pertenecer a esa ruralidad simbólica que habita en la memoria.
Por otra parte, el poemario dialoga intertextualmente con la herencia de José Ángel Cuevas, con su callejeo y su lirismo crudo: «Me duele esta mierda / porros nevados / el frío carcomiendo la raíz misma del hueso / Chile como una fiesta con derecho de admission / que acabará a balazos / sin pena ni gloria / y es muy posible que busquen a los culpables / en esta comuna levantada sobre escombros / donde antes sólo había vacas y caballos».
Asimismo, la obra persigue sus raíces en poemas como «La colonia #0696», donde se visibiliza la memoria histórica de los asentamientos obreros: «Me conmueve pasar por San Gerónimo / y todas esas viejas poblaciones / llenas de casitas de la UP // Esas viviendas sociales básicas / pensadas para familias numerosas / perraje obrero / piñitos de gente trabajadora / que a veces llegaba del campo a la ciudad / y en otras no tenía –literalmente– / donde caerse muerta».
¿Qué barro nos constituye? ¿Qué herencia nos queda? Las respuestas están en esas imágenes de la infancia rural, hoy desdibujadas por el saqueo ambiental y la desposesión material. Pero incluso en ese despojo absoluto, queda la certeza de una dignidad que nadie puede arrebatarnos.
Karo Castro
Santiago de Chile, 10 de marzo de 2025