«Poder decir adiós es crecer» nos canta Cerati. Suena lógico. Como una acción fácil que se activa al presionar on. Nadie por diversión se lanzaría al desfiladero emocional que implica soltar. Unas llegamos obligadas, otras por decisión propia y algunas por acuerdo mutuo. Pero siempre el dolor, la rabia y la tristeza se fusionan hasta inundarnos las venas. El recuerdo de lo perdido parece infinito. Lo sabemos. Todas alguna vez viviremos un duelo; la muerte, quiebres amorosos, amistades, pérdidas laborales, etc. Comprendemos que es inevitable sufrir, pero eso al mundo parece no gustarle.
Éste nos exige volver pronto a las pistas, echando mano a la «positividad toxica» una especie de parche curita emocional con mensajes «empoderantes» que relegan a un oscuro rincón el sentir. «Para atrás ni para tomar impulso», «Lo que no te mata te hace más fuerte» «Y si nadie me quiere, me quiero yo que tanto»«No eres mujer de rendirte, respira hondo y sigue con todo». Estas palabras en apariencia alentadoras no hacen más que brindarnos una ilusión de confort, acompañada de frustración, por no alcanzar el promocionado bienestar. Claro, porque en un imaginario de mujer poderosa, el sufrimiento no tiene cabida. ¡Cuánta debilidad sería eso¡ Mejor nos sacudimos las rodillas y seguimos adelante.
Pero el soltar tiene su tiempo y cuando lo hacemos llega lo ineludible; el dolor. De él nadie escapa. Se instala sin pedir permiso, fragmentándolo todo, sepultando cualquier esperanza de reconstruirnos. Se acuerpa, nos purga hasta dejarnos transparentes y vacías, permitiéndonos así habitar un nuevo lugar.
Nos han dosificado el sufrimiento. Pareciera que la pérdida tiene normas. Cualquier demostración «excesiva» de sentimientos será mal vista. A menor tiempo de reconstrucción mayor fortaleza espiritual dicta la fórmula, otra más del seudoempoderamiento, ese que solo niega los procesos.
Procesos que describe de manera franca y visceral Mercedes Halfon, en su novela Diario pinchado. Nos enfrenta al dolor, ese que carcome lentamente cuando el fin está cerca. Su protagonista registra la agonía de una relación de forma tan honesta que podemos espejarnos en fragmentos como «no tengo ansiedad, ni preocupación, ni estoy esperando algo que no se presenta» invitándonos a diluirnos en el acto de soltar.
Los procesos de adiós tienen pulso propio. Sin hoja de ruta ni brújula. Colonizan territorios que nunca imaginamos conocer. Sin embargo el único camino para llegar ahí es arder. Recién entonces podremos cantar a Cerati.