Sobre libro Roca Negra, Omar Alarcón, Bolivia, Ediciones Andesgraund, 42 páginas.
¿Quién modela en barro la forma del viento?
¿Qué puede escribirse desde el derrumbe o el silencio de los que no tienen voz o carecen de nombre? ¿Cómo hablar o construir desde el desencanto y el vacío en que transcurren los días? ¿Acaso nos queda solo escribir sobre lo ilusorio y doloroso que es vivir e imaginar la muerte como una roca negra habitándonos? Son algunas de las preguntas que suscita la lectura de Roca Negra de Omar Alarcón, poemas que dejan constancia del peso de la existencia en los lugares y paisajes que va nombrando.
Veamos brevemente el recorrido que nos propone este poemario, esta roca negra cuyo viaje se da en dos estancias o lugares de tránsito del yo poético. En la primera estancia o parte I, se inicia preguntando «¿Quién dibuja una puerta en medio del vacío?» y esta interrogante nos parece clave para comprender desde donde nos habla el poeta y qué respuestas tiene ¿No es, acaso, la escritura de un poemario una puerta dibujada para el «ingreso» de lectores y, por tanto, habitantes de las palabras que se dicen o se silencian en el poema? Pero ¿en medio del vacío está esa puerta? Como si la poesía fuera un grito incomprensible al filo del abismo ¿Existe entonces la certeza en la carencia de sentido de las palabras, el poema? «Somos una vasija encerrando/ la ilusión de ser alguien/ una pregunta sin voz», nos responde el poeta.
Existe una fragilidad en la definición del ser que se antepone al parecer, al estar en el mundo. Esta fragilidad parte de considerar que habitamos un mundo del afuera, donde la fe, la esperanza y las certezas existen pálidamente, donde la muerte reina y la vida es vaciarnos, morir en el amor hacia los otros. Y, a su vez, habitamos el mundo del interior, del silencio que contiene todos los nombres e identidades que imaginamos, donde tenemos la certeza que la esperanza, el vacío, son piedras a sobrellevar como amuletos de una herida.
Ambos mundos parecen no tener límites y se difuminan uno en el otro, a manera de caras de un solo rostro: el del sujeto que busca intensamente ser con la sombra otro o incendiarse en ella. Ambos mundos coexisten, entonces en la poética que propone Roca negra y que nos llevan a considerar esta poesía como existencial y metafísica en la certeza de no ser o ser desde el mundo interior y en las respuestas que va componiendo para ser con el paisaje, la tierra y el mar, eso innombrable que las palabras no pueden expresar, esa sed insaciable.
En la segunda estancia, encontramos una suerte de mimesis del yo poético con el paisaje que describe: «las gaviotas gritan tu nombre al amanecer: sus graznidos son mi propia voz que se hace espuma». El viaje de estar vivos en un mundo que se derrumba y es herida, ser aves ensimismadas en la contemplación del mar, de lo que nace con la ola que se va, de las flores que enseñan a ser pacientes o la voz que es tan frágil y precaria como la espuma marina que se va con cada rumor de olas. La disposición de los poemas e imágenes nos dan cuenta de un manejo diestro y certero de la palabra poética y esa capacidad de transmitir una emoción desoladora y angustiante.
En Roca Negra nos encontramos con una poesía que indaga sobre la existencia de un sujeto que recorre el camino, cual una roca que se desborda por el acantilado, desde la oscuridad, construyendo la fe en terrenos precarios e infértiles, desiertos en los que la sed o el viento no son sino paisajes desolados y el pecho una roca negra que los acoge. Esta roca, a su vez, simboliza el viaje interior del sujeto por develar la desolación y el vacío de estar vivos y heridos en un mundo poco dispuesto a otorgarnos verdades absolutas y donde la muerte es una cómplice de ruta. Roca negra expresa, también, en los poemas que recorre como pinceladas o lugares de paso, la certeza de recorrer el mundo como una sombra que busca ser, brillar y reflejarse en el otro, el lector que ingresa por la puerta a dejarse tocar por lo precario y lo inasible de las palabras que son desde la ausencia y el silencio.